Aquí estamos de paso

Quién anda ahí

Su argumentación de inocencia es perfectamente legítima y defendible

La política es una profesión dura y cenagosa. Se mueve uno en el filo de lo imposible, tirando la gorra al otro lado de la valla para tener que esforzarse en recogerla, sin que nunca o casi nunca termine saltando a por ella. Muy pocos se libran de la tentación de prometer lo que saben imposible y menos aún mantienen su rumbo por muy en contra que sople el viento. El compromiso suele sucumbir a la exigencia de mantenerse en el poder, y el naufragio de la palabra termina siendo el chaleco de supervivencia.

No tenía por qué ser así, pero desgraciadamente son esos los perfiles de una actividad cuyo origen es generoso y solidario y en cuyo ejercicio sólo unos pocos se mantienen fieles a ello. Valiosos, claro; imprescindibles, desde luego…Y, por supuesto, muy queridos. Por todos. Los de su cuerda y los de la contraria.

Muy pocos, poquísimos (ahora no se me ocurre ninguno) serían capaces de convocar en su adiós a un pueblo entero como hizo el inmenso Aníbal Vázquez, alcalde de Mieres, en Asturias. Minero, sindicalista, de izquierdas en el corazón y el ejercicio generoso y amplio de su compromiso, fue y será siempre ejemplo de pulcritud y sacrificio al mismo tiempo. Por eso sacaba una mayoría tras otra, porque gobernaba con y para la gente. Y sufrió. Y renunció. Y supo de lo duro de trabajar para los demás.

Vuelvo a pensar en él ante el sonoro estrépito de la política convertida en espectáculo. En los límites de la realidad, por supuesto. O, por ser fieles a la tendencia de moda en el ruedo ibérico, al límite de lo imposible.

El absceso que le ha salido a Sánchez y su PSOE entre sus tejidos orgánicos, de nombre Ábalos y de consecuencias aún por diagnosticar, encaja perfectamente en el marco de incoherencias y cobardías en el que se mueve y rebota la política de nuestro país y nuestro tiempo.

No diré que no haya descuidado su misión de vigilancia, y lo haya hecho gravemente, el señor Ábalos. Ni siquiera está aún claro que no tuviera conocimiento de los manejos de su amiguete Koldo, aunque por el momento no haya nada contra él o no se sepa si la guardia civil tiene algo. Pero es evidente que su argumentación de inocencia es perfectamente legítima y defendible, y su respuesta encarada y ruidosa a la exigencia de su partido de que abandone el escaño, un no como una casa que se puede entender perfectamente.

Sabe que el que resiste gana. Puede que hasta fuera él quien se lo enseñó a Pedro Sánchez, que evidentemente ha aprobado la asignatura con cum laude.

Lo incoherente, lo que sitúa todo esto en los límites de la realidad, la gorra al otro lado que en vez de ir a buscarse se oculta como si no existiera, es que se exija a un hombre fiel al partido, socialista incuestionable (como ellos mismos reconocen en su acta de defunción), sin una sola cuenta con la justicia al menos hasta ahora, que se haga el hara-kiri por el bien del socialismo, mientras ese socialismo planea con abogados de delincuentes condenados y perseguidos por delitos mucho más graves que los del hoy defenestrado por los suyos, perdones, amnistías y resarcimientos a la carta.

Y que me perdone Aníbal por haberle mentado en esta compañía. Solo quería medir la distancia entre la política de verdad, que es posible si se quiere, y la bazofia cenagosa que consumimos al mirar arriba y ver quién anda ahí.