Con su permiso
Reconciliación, acuerdo y esas cosas
La Cataluña de la sequía aguarda soluciones mientras la política se disputa en un barrizal de sectarismo y vileza verbal
Duele tanto la sequía en Cataluña que emerge como primera preocupación de la ciudadanía según la última encuesta del CEO, que es el Centro de Estudios de Opinión del gobierno de Cataluña. Le asombra a Leticia, catalana de raíz y vocación, que pese a esa certeza, la Generalitat parezca más atenta a hacerse con el botín de los impuestos que a redimir su propia impericia ofreciendo soluciones a esa inquietud principal. Años de inoperancia y de mirar al ombligo en vez de al cielo, nos han llevado a ese desastre climático de consecuencias aún por calibrar. Leticia, que es más amiga de abrir los brazos que de levantar fronteras, contempla la agonía de una tierra seca y se duele de que la letanía del mundo feliz en que se transformará Cataluña cuando se bajen barreras y se alcen muros siga constituyendo la dieta principal y casi exclusiva del debate político, de la pública discusión de los asuntos. Se vacían los pantanos, se reducen los caudales, se mueren los campos que alimentan las ciudades y aquí lo que parece importarle a Esquerra es gestionar los impuestos, a Junts que venga el prófugo y reine en la Cataluña independiente, y al PSC ser el más votado y decidir sobre el futuro. ¿De la sequía y sus secuelas? No, para nada: del equilibrio político en el país (catalán) y sus consecuencias en la gobernabilidad del país (español).
Contempla Leticia algo incómoda cómo el Puigdemont resucitado por el Sanchísimo como ofrenda a los dioses del apalancamiento en el poder, celebra eufórico su propia fiesta de confirmación como candidato a las elecciones del 12 de mayo. Se le ve feliz, vigorosamente entusiasta, como esos niños a los que se les levantó el castigo por haberse portado mal en el patio. Venga, puedes salir; venga, puedes entrar. Lo celebra, lo vive, lo disfruta. Ha pasado de ser un apestado en franca decadencia y con problemas de supervivencia económica, a un hombre de Estado, decisivo para la política de un país de la Unión Europea y con muchas posibilidades de volver a gobernar Cataluña. De la nada al todo por siete votos siete, como siete monedas de oro que pagan la prórroga de una estancia en Moncloa. Renacido, resucitado, envalentonado y ufano, proclama que volverá a intentarlo, que ahora toca el referéndum de autodeterminación que, naturalmente será victorioso y proclamará la República Catalana. Eso sí, esa vez sin riesgos ni sombras, porque el Sanchísimo le habrá despejado el camino y regado de olorosos pétalos esa senda antaño repleta de espinas, hasta la llegada de su domingo de resurrección, que celebrará en multitudinaria liturgia cuando se plante en la frontera para ser detenido antes de tiempo, antes del tercer día que sería el de la entrada en vigor de esa ley a medida que es la de amnistía.
Vuelve a escuchar también Leticia la letanía de la reconciliación y el nuevo tiempo para Cataluña que trata de dar por buena el gobierno como razón para resucitar al zombie de Waterloo cuando oficiaban ya su entierro los colegas. Hay que mirar al futuro, dice el presidente, hay que apostar con el diálogo, remacha el cofrade mayor Bolaños. Pero suena tan hueco como el tambor sin procesiones o una saeta sin Cristo al que ofrendarle. Sobre todo porque lo último que quieren los oficiantes del otro lado es precisamente la reconciliación. ¿Reconciliación? Amos anda: que vaya haciendo lo que le pedimos hasta la resolución final del supuesto conflicto con la independencia, y luego ya si eso una palmadita y la gratitud de la Historia. En eso están, y lo dejan claro. ¿Reconciliación?
Si lo ven hasta los europeos de mirada torva y cobardona, según ha leído Leticia en las crónicas de esa Comisión de Venecia que pide que algo como esta amnistía a medida se tramite con acuerdo algo más amplio.
Acuerdo, dicen…¿Qué es eso?, se vuelve a preguntar ella. Acuerdo, dicen. ¿Dónde quedó en la política española? El único acuerdo palpable y constante es el del chapoteo en el barrizal de la descalificación que raya el odio. Barro en el debate político. Barro de vómitos y diarrea en tiempo de sequía también de ideas y elegancia. Como lo del agua en Cataluña, pero metafórico.
Son tan espesas las salpicaduras, que alcanzan a las alcobas palaciegas y se disputa sobre lo que ha podido hacer o hasta dónde ha podido llegar la andanza o la corruptela de la pareja del poderoso y la poderosa. Lo cual, se dice también Leticia, así como quien no quiere la cosa, está sirviendo para reforzar un eje singular que equipara la presidencia del gobierno con la de una comunidad autónoma, Sánchez con Ayuso, en una jugada estratégica en la que es esta última la que más tiene que ganar.
La Cataluña de la sequía aguarda soluciones mientras la política se disputa en un barrizal de sectarismo y vileza verbal que aleja cualquier esperanza de diálogo de verdad. ¿A quién le importa lo que le preocupe a los catalanes o a España si seguimos gobernando y el independentismo avanza en su camino y afirma su estrategia gracias a la tenaza de castrar con la que aprieta al socialismo en su ambición?
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