Tribuna

Rehenes políticos y escudos humanos

La cuestión palestina, como la catalana, no debería admitir frivolidades ni mercantilismos

Rehenes políticos y escudos humanos
Rehenes políticos y escudos humanosBarrio

Déjenme proponerles un alto el fuego dialéctico. Vamos a hacer como que en este país se puede hablar serenamente y con seriedad de dos temas tabú: Israel y Cataluña. Mi objetivo es plantear una reflexión que pueda interesar a todas las personas de buena voluntad, sea cual sea su posicionamiento previo sobre ambos escenarios.

Viene siendo muy comentado el afán del actual presidente español, Pedro Sánchez, por erigirse en valedor de un eventual Estado palestino. A quien esto firma le cuesta reprimir su alarmada perplejidad ante la insistencia en usar el comodín de «los dos Estados» como respuesta invariable a todo lo que acaece en Oriente Medio. Acaezca lo que acaezca. Perdónenme la insolencia, la ingenuidad o un poco de ambas: si de verdad se creía y se cree que la solución pasaba y pasa por la creación de un Estado judío y otro palestino, ¿por qué se frustró la ocasión de hacer justamente eso el 14 de mayo de 1948? ¿Por qué se han desaprovechado todas y cada una de las ocasiones de hacer eso mismo desde entonces?

¿No será que para muchas de las partes implicadas ha sido y sigue siendo más interesante y prioritaria la destrucción de Israel que la construcción de ningún fantasmal Estado palestino? Dicho esto, lo de fantasmal, sin ningún ánimo de ofender. Sólo de llamar la atención sobre la dramática inexistencia de sujetos políticos solventes con los que discutir semejante asunto. ¿Dónde echa uno la instancia para crear «estructuras de Estado» palestinas? ¿En los túneles de Hamas? ¿En Damasco? ¿En Beirut? ¿En Teherán?

Si algo ha dejado claro el reciente ataque de Irán contra Israel, es que el tremendo sufrimiento de los civiles en la franja de Gaza es sólo la punta de un iceberg de intereses y de odios que, a poco que nos descuidemos, podría desatar una Tercera Guerra Mundial. Si no es que de forma encubierta no lleva ya años desatándose. Bien es verdad que con impactos muy asimétricos sobre unos y otros. Es difícil embridar la amargura cuando ves y oyes aconsejar a países enteros que se dejen invadir o masacrar para no «desestabilizar» al resto del mundo. ¿Se acuerdan de los que aconsejaban quitarse de en medio mientras Putin invadía Ucrania por no «arrastrar» a toda Europa a una guerra? ¿No es justo lo que predicaba Chamberlain, el primer ministro británico que amablemente defendió ceder a Hitler 30.000 km (casi la extensión total de Cataluña) de Checoslovaquia, en los infames Acuerdos de Múnich? Si a toro pasado todos preferimos identificarnos con Churchill, ¿por qué, en la práctica, salen muchos más imitadores de Chamberlain?

No me corresponde a mí decir si el gobierno ucranio de Zelenski o el israelí de Netanyahu están enteramente libres de culpa o de reproche. Pero no creo que sea serio pedir a ningún país del mundo que renuncie a defenderse de pavorosas amenazas existenciales que caen por su propio peso. Por mucha propaganda cruel o simplemente frívola que las pretenda negar. Por favor, miremos ciertos hechos a la cara: es posible que los únicos defensores sinceros de un Estado palestino, o cuanto menos de una solución para los civiles palestinos en tierra de nadie y de Hamas, estén dentro de Israel (por la cuenta que les trae, la de sobrevivir...), no fuera. Fuera, hay muchos, muchísimos más, defensores de usar a esos civiles palestinos como escudos humanos de la judeofobia pura y dura. Sólo así se entiende el eterno y literal torpedeo de todo posible acercamiento a una solución.

Nada más hay que ver quiénes son los aliados de unos y de otros. Empezando por el acreditado idealista Pedro Sánchez. ¿Pero alguien todavía puede creer, a estas alturas, que Sánchez es un hombre de principios? ¿Que los palestinos y la paz le importan un pimiento? Seguramente le importan lo mismo que le importamos los catalanes y españoles damnificados por su política de pactos con el separatismo.

Por favor, no olvidar que les he pedido un alto el fuego dialéctico. No me interesa ahora si ustedes están más o menos de acuerdo con Netanyahu, con Puigdemont, con el Círculo Ecuestre de Barcelona, con los ayatolás iraníes o con la ONU. No les pregunto quién creen que tiene razón. Lo que les ruego y hasta suplico es que reconozcan honradamente quién saben que no la tiene. Quién mejor o peor lucha por su supervivencia, física o política, y quién saca tajada de la inmisericorde reducción de millones de personas a la condición de escudos humanos o rehenes políticos.

La cuestión palestina, como la catalana, no debería admitir frivolidades ni mercantilismos. Nadie tiene derecho a inmolar a nadie en el altar de su conveniencia, cobardía y no digamos ambición. Si su referente es Churchill, no Chamberlain, piense, actúe y de paso vote en consecuencia. Y en conciencia.

Anna Graues periodista, escritora y exdiputada en el Parlamento catalán.