Los puntos sobre las íes

UE: de ridículo en ridículo hasta la invasión final

Trump quiere dejar de ser el paganini de la liberación de Ucrania para convertirse en el cobrador del frac de sus recursos naturales

Cómo echamos de menos la época en la que la UE era liderada por personalidades de la talla de Kohl, Mitterrand, Chirac, González y Aznar. Gente a la que, más allá de filias y fobias ideológicas, nadie les puede negar el estatus de estadista. Todos ellos hablaron de tú a tú a los sucesivos presidentes yanquis que les tocaron en suerte: desde Reagan hasta Bush jr, pasando por Bush padre y Clinton. Los ocupantes del Despacho Oval los respetaron por dos sencillas razones: sus interlocutores a este lado del charco eran tipos de fuste, no los piernas de ahora, y la Unión Europea era alguien en el concierto internacional. Infinitamente más que en estos tiempos de tribulación en los que ha quedado reducida a la condición de patética comparsa en un mundo tripolar en el que los únicos que cuentan son los EEUU, China y, por el miedo que mete y la cantidad de materias primas que alberga su subsuelo, Rusia. Al resto del planeta ya sólo le interesan los museos, las reliquias históricas y las playas de los 27. No pintamos un carajo en el universo tecnológico y nuestra industria está a años luz de la estadounidense y la china porque a igual calidad, somos más caros. El declive del Viejísimo Continente es imparable desde el momento mismo en el que Angela Merkel se puso al frente. El austericidio diktado desde Berlín en la Gran Crisis alargó sus consecuencias. Todo lo contrario que los Estados Unidos que, de la mano de Obama y Geithner, salieron a flote en apenas 18 meses. El conjunto de la UE, y no digamos España, tardó siete años. Y, para más inri, a la hamburguesa criada en la Alemania comunista no se le ocurrió mejor cosa que santificar la inmigración ilegal y cargarse las nucleares para entregar su soberanía energética a Adolf Putin por razones que todos imaginamos aunque ninguno podamos probar. El resto de Europa siguió los suicidas pasos de Merkel. De aquellos polvos vienen estos lodos. Y, entre tanto, a la izquierda del mapa tenemos una nación en la que manda democráticamente uno y a la derecha dos tiranías que operan con disciplina férrea. Y en esta coyuntura llegó la mal llamada Guerra de Ucrania, en realidad es una invasión, que primero metió en recesión a Francia y Alemania y ahora, tras la vuelta de Trump a la Casa Blanca, ha aflorado las costuras de una UE que jamás debió pasar de 18 miembros. El marido de Melania está cumpliendo esa amenaza que data de tiempos de Eisenhower de que cada uno pague la fiesta de la defensa frente a dos imperios del mal: Rusia y una China armada hasta los dientes. Quiere dejar de ser el paganini de la liberación de Ucrania para convertirse en el cobrador del frac de sus recursos naturales. Lo comido por lo servido. Y encima abronca a la víctima, Zelenski, y hasta ayer hacía la vista gorda con el victimario, Putin. Europa teme con razón que el envenenador del Kremlin se venga más arriba aún y continúe el paseo militar por Rumanía, Polonia, los países bálticos y Finlandia. Lo más patético de todo es que con toda la que está cayendo tenga que ser un exmiembro del club comunitario, Reino Unido, el que por iniciativa de Keir Starmer reúna a los grandes mandamases continentales para salvar a Ucrania, parar los pies al émulo de Hitler y llamar la atención al antaño jefe del mundo libre. ¿Qué podíamos esperar con Scholz, Macron y Sánchez a los mandos y más cuando ningunean a la única líder que queda, Giorgia Meloni?