Cuaderno de notas

Sánchez, mosqueado porque España ya no le quiere

Lo que pasa es que Sánchez le está montando un numerito a España ante la conciencia cada vez más evidente de que España ya no está enamorada de él

Anoté en mi cuaderno que, así vista desde el blanco y el rojo de los sanfermines, la campaña electoral carecía de sentido. El valor de las fiestas populares y lo que las hace peligrosas para lo identitario es que todo el mundo parece el mismo. Basta recorrer la Estafeta a la salida de los toros para comprender que esa visión del mundo en la que a uno le odian por español, catalán, mujer, gordo, gay, pobre, del pecé o del pepé, ese esquema según el cual vierten sobre nosotros violencia los que no son como nosotros se revela como una chatarra infame.

Me asomé al debate lo que me permitió la fiesta, esto es poco, pero me llamó la atención el cabreo de Sánchez, su tirantez, el enfado y la ira –por qué no– que lo asedia. Mirando la pantalla del teléfono me vi preguntándome: ¿qué le pasa a este tipo?

Porque a Sánchez le prende un cabreo joven e impetuoso, una rabia nueva que no había aparecido otras veces cuando se enfadaba y tensaba la mandíbula o se agarraba las manos. No. Esta es una furia recién nacida que entronca con un estupor, con la conciencia de un error, con la sorpresa de que sucede algo que no consigue asimilar ni entender.

Sánchez tiene un cabreo porque mi Españita ya no le quiere y esto lo sabe desde que convocó las elecciones generales después de los resultados de las autonómicas. «Hay algo más», se vino a decir. Sabía que una parte de la ciudadanía lo había abandonado y, en lugar de captar el mensaje y dar un paso al lado, quiso darle una segunda oportunidad al país y, desde entonces, España parece una bronca a las cuatro de la mañana.

Sánchez busca al votante a la salida del trabajo, en el bar al que ella solía a ir, en entrevistas, en debates y donde haga falta, empeñado en dejar las cosas claras sobre este equívoco del que acaba de ser víctima, o eso se cree. Ahora se aparece a punto de dar un palmetazo en la mesa del plató de la televisión. Recorre una escalada del tono de voz y la gestualidad que a cada poco va del cariño y la dulzura escalando cada poco en una gestualidad invasiva, casi en ese momento en el que, en la mesa del restaurante, con el resto del comedor en silencio mirando, ella le pide a su ex: «Oye por favor no me vayas a montar un numerito aquí en medio». Porque lo que pasa es que Sánchez le está montando un numerito a España ante la conciencia cada vez más evidente de que España ya no está enamorada de él. Por eso, en lugar de seducirla, le recrimina una tras otra todas las razones por las que justamente ha dejado de amarle. Como ese novio de las parejas que se dejaron hace un tiempo y se citan para cenar y hablar a ver si renace el fuego de aquel amor, y cae torpemente en enumerar las razones por las que fracasaron y de las que él no tuvo culpa, claro. Le recuerda el día en que ella tal o cual, le habla de que si su madre, si su hermana, su derecha mediática, su incomprensión con los acuerdos con Bildu, los indultos a los líderes del procés, la coña del sanchismo y la rebaja de la malversación. Ella recuerda exactamente por qué le dejó de amar.