Sin Perdón
Sánchez saca a pasear al dóberman
«El riesgo es el regreso del sorayismo que es la sublimación de la tecnocracia, la ausencia de ideología y un carácter camaleónico»
No hay duda de que cunde la desesperación en las filas socialistas, porque Sánchez ha recuperado el dóberman. Asistimos a una sucia ofensiva centrada en descalificar a su rival y su proyecto. No me sorprende, porque es un clásico de las campañas socialistas. Es cierto que la izquierda política y mediática adjudica falsamente al PP este tipo de prácticas, pero todos los líderes del centro derecha, incluyo a Suárez, han sufrido las sucias campañas barriobajeras de descalificación personal. No hay más que acudir a la hemeroteca. He vivido todas las campañas electorales desde que comenzó la Transición y los estrategas socialistas no son, precisamente, unas hermanitas de la caridad. Es verdad que uno de los problemas del PP es que en el último tramo les tiemblan las piernas y se ponen exquisitos. Es bueno recordar la inacción que se vivió ante el dóberman en la campaña del 96. Se ponen finolis y deciden que no hay que responder, porque están seguros de ganar y no quieren chapotear en el barro.
Todavía recuerdo que se decidió en el primer gobierno de Aznar que era bueno pasar página con la corrupción y los crímenes de los GAL, porque las responsabilidades políticas se habían sustanciado en las urnas con la derrota de González. No es lo que hace el PSOE como hemos visto en la campaña del 28-M y veremos en la que ha comenzado. Es bueno recordar que el aparato propagandístico y mediático de la izquierda tiene un poder impresionante. Es lo que sucedió en las campañas de 1996 y 2004, con el 11-M incluido, donde se pusieron a tope para destrozar a sus rivales. Lo mismo vivimos con la escandalosa sentencia de la Gürtel y un juez que se pavoneaba por los pasillos de la Audiencia presumiendo de que había acabado con un presidente del Gobierno. Eso lo había visto en algún periodista desesperado en encontrar un Watergate versión hispana para pasar a la Historia. Se emplearon a fondo y acabaron con el Gobierno del PP gracias, también, a la torpeza con que gestionó la moción de censura.
El error de los dirigentes del PP es ponerse exquisitos, aunque casi todos provienen de familias trabajadoras o de la clase media, en plan alto funcionario que ha ganado una oposición. El riesgo es siempre el regreso del sorayismo que es la sublimación de la tecnocracia, la ausencia de ideología y un carácter camaleónico que les permitiría estar en el PSOE, el PP, Cs o donde convenga. He de reconocer que es un fenómeno muy interesante, que no solo no se ha extinguido sino que ha regresado con fuerza a Génova al auxilio del ganador. A este ritmo, me temo que Feijóo necesitara un gobierno con treinta ministros y un número de altos cargos y asesores que llenarían el Bernabéu. El marianismo se convirtió en mero apéndice del sorayismo o el rostro amable de una concepción utilitarista de la política basada en la idea de que ante cualquier problema se responde con «vaya lío» y se mete en el cajón.
Espero y deseo que Feijóo no caiga abducido por el inmovilismo y la fría tecnocracia de los que acuden a su rescate tras este periodo en que se han dedicado a ganar dinero y vivir bien mientras los «pringados» defendían la posición frente al gobierno socialista comunista. Me preocupan los listillos que proliferan como setas y que podrían estar en un PSOE socialdemócrata, con los pijos de quiero y no puedo de Ciudadanos o el PP. Feijóo tiene enfrente a un miura que no quiere pasar a la Historia como un presidente que fue derrotado en las urnas. Le sucedió a González, pero hay una diferencia abismal entre ambos. No hay más que ver cómo anunció que había tomado la decisión de convocar elecciones con su conciencia, confirmando que no hay contrapesos a su liderazgo en el PSOE. Por supuesto, los periodistas de izquierdas, algunos que fueron en su tiempo reconocidos antisanchistas, acudieron presurosos a glosar la generosidad y la grandeza del líder carismático.
Al más puro estilo del partido único de Corea del Norte aplaudieron en pie cuando llegó a la reunión de los grupos parlamentarios en el Congreso, le interrumpieron durante su intervención y se levantaron cuando finalizó para alargar la glorificación del líder. Impresionante. Ni un atisbo de auténtica autocrítica. Es lógico, todos quieren ir en las listas. Tras una derrota brutal, solo se les ocurrió aplaudir. Es lo que hay. La realidad es más inquietante para el inquilino de La Moncloa, porque mucha gente en los pueblos y ciudades se ha quedado sin trabajo. Unos han perdido sus cargos electos y en breve otros muchos tendrán que desalojar los gobiernos autonómicos, municipales y sus entes empresariales públicos. No hay más que ver la desolación y exasperación en que se han instalado Pablo Iglesias, sus acólitos y acólitas que, como es habitual actualmente en la izquierda, viven mucho mejor en los cargos públicos que buscando un trabajo.
La campaña va a ser muy dura, porque Sánchez se juega su futuro. En primer lugar, quiere seguir siendo presidente del Gobierno. Algo que entiendo y respeto. Por ello, se centrará en hablar de la ola reaccionaria, la España negra, el trumpismo, el bolsonarismo y otras chorradas que se les ocurra a sus estrategas. ¿Qué hará el PP? Espero que no opte por el sorayismo y aproveche la ola del cambio y la renovación. Hay que plantear a los españoles si quieren un gobierno débil en manos de comunistas, antisistema, independentistas y filoetarras. No es tiempo para ir de exquisitos y tecnócratas.
Francisco Marhuendaes catedrático de Derecho Público e Historia de las Instituciones (UNIE)
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