Insensateces

Sustitutos

Esa niña merece vivir, claro que sí, pero sin ser un reemplazo

La otra noche vi el programa especial sobre cómo se consiguieron las fotos de Ana Obregón saliendo de un hospital de Miami con su hija/nieta en brazos. No es la primera vez que escribo sobre el caso de esta mujer y no será la última, porque las derivadas detrás del nacimiento de esa niña son delicadas y complejas. Posicionarse en contra de la gestación subrogada (como hizo el viernes Sonia Ferrer, a la que dejaron vendida, convertida en el saco de los golpes frente a quienes creen que los ricos no deben pedir permiso) no es nada fácil. Se nos toma por mujeres inhumanas, sin empatía, sin sororidad, sin compasión. Dice Ana Obregón, por cierto, una cosa que me llama mucho la atención: «Esta niña tiene derecho a vivir». Nadie está cuestionando que haya nacido, nadie está poniendo en duda que va a tenerlo todo, ni que va a ser muy querida. Nadie daría marcha atrás para que esa cría no naciera. Lo que estamos debatiendo es algo mucho más profundo que trasciende al momento, a las circunstancias de Ana. Se trata de decidir si queremos una sociedad en la que, si tienes dinero, lo puedes alcanzar todo o, por el contrario, ponernos unas líneas rojas éticas, plantearnos si debemos aceptar que se puedan alquilar los cuerpos de las mujeres, mujeres que durante nueve meses han llevado un hijo dentro y que deben entregarlo nada más nacer. Es verdad que hay un montón de hombres famosos en España que han optado por ser padres así y ninguno de ellos ha levantado tanta polvareda. Miguel Bosé tuvo cuatro y los dividió como si fueran cromos, por cierto y es llamativa la diferencia entre ellos y esta mujer, pero creo que ella también se está prestando al espectáculo. Yo entiendo el dolor de Ana Obregón. Entiendo la ausencia, la soledad, el sufrimiento. Pero tener a esta niña entre sus brazos no puede ser una revancha. Esto no es un «me lo merezco». No es un triunfo, no es una deuda pagada. No tenemos que evitar el debate porque Ana considere que todo esto se lo debía la vida. Esa niña merece vivir, claro que sí, pero sin ser un reemplazo. Ninguno de nosotros, ninguno, puede ser un sustituto. Mucho menos en el amor.