Escrito en la pared

Terroristas «arrepentidos»

Me da la impresión de que, en este tiempo final del terrorismo, los verdaderos arrepentidos son los gestores socialistas del sistema penitenciario autonómico porque aspiran a no tener etarras en sus cárceles

Dos tercios de los actuales presos de ETA cumplen su condena fuera de la cárcel, cómodamente instalados en su domicilio. Por ello, en las prisiones vascas ya no quedan más que 46 inquilinos de esa organización terrorista. La desproporción entre ambos grupos –los «arrepentidos» y los irreductibles– es notoria y carece de precedentes. En otro tiempo, cuando en 1977 se amnistió a todos los etarras encarcelados, 556 (45%) se fueron a su casa, mientras que 676 (55%) se reintegraron a la acción armada. Llegó luego, entre 1982 y 1986, lo de los «polimilis», de los que 258 se «arrepintieron» para ser liberados, pero eran sólo un tercio de los afiliados a esa rama de ETA, con lo que más de 500 acabaron engordando las filas de ETA (militar). Vinieron después las trabajosas gestiones del senador peneuvista Azkarraga, que en cinco años, hasta 1987, logró el perdón para 110 etarras «contritos»; o sea, en media anual, apenas un poco más del dos por ciento de los albergados en la trena. Más tarde, cuando Enrique Múgica y José Luis Corcuera se hicieron cargo de las carteras de Justicia e Interior, una operación diseñada para promover la compunción de los terroristas logró que se apuntaran 115 de ellos, aunque sólo a 78 se les dio la libertad condicional, lo que permitió, entre 1989 y 1996, retirar cada año de los penales al 2,7 por ciento de los etarras encarcelados. Por último, entre grandes alharacas mediáticas, Alfredo Pérez Rubalcaba y su sucesor Jorge Fernández Díaz, siendo ministros de Interior, por la «vía Nanclares», liberaron a 17 reclusos entre 2007 y 2015, logrando el récord de apartar anualmente del encierro a tan sólo el 0,3 por ciento de los presos.

O sea que en estas cuestiones del arrepentimiento terrorista –siempre enmascarado–, la historia nos enseña que únicamente una minoría de presos estuvo dispuesta a afrontar las más bien débiles exigencias del Estado. Y sin embargo, ahora resulta que, cuando están todos en el País Vasco, ocurre exactamente lo contrario. ¡Qué paradoja! Claro que me da la impresión de que, en este tiempo final del terrorismo, los verdaderos arrepentidos son los gestores socialistas del sistema penitenciario autonómico porque aspiran a no tener etarras en sus cárceles.