El bisturí

El «Tito Berni» y la España que construye la izquierda

El feminismo del que hace bandera Montero no afecta a los diputados socialistas que frecuentan los burdeles

La izquierda ya ha dado pistas más que suficientes en el tiempo que ha transcurrido de legislatura del tipo de España que quiere. Sabemos, por ejemplo, a través de la vicepresidenta Nadia Calviño, que a PSOE y Podemos no les importa demasiado el endeudamiento. El pasivo récord de más de 1,5 billones que acumulan las administraciones públicas lo acredita. Conocemos también, por lo que se deduce de las actuaciones del ministro José Luis Escrivá, que los partidos que sustentan al Ejecutivo parecen no poner reparos a que la Seguridad Social se encamine hacia la quiebra, duplicando su débito desde 2019 hasta superar los 100.000 millones de euros. La de la izquierda es una sociedad que dispara el gasto y que sube las pensiones a los jubilados, sí, sobre todo en periodo electoral, pero ¿podrá seguir pagando todas las prestaciones en el futuro? No lo parece, salvo recortes draconianos o despegue sublime de la economía, algo improbable. Sabemos asimismo, por la actuación de María Jesús Montero, que los socialistas y sus socios idolatran los impuestos. Y no solo para los ricos, sino también –y sobre todo– para las clases medias, las más sufridas y también las más exprimidas, y para los pobres autónomos. Y conocemos, por Yolanda Díaz, que la izquierda prefiere sacrificar empleo futuro a cambio de un mayor salario mínimo, en aplicación de la famosa filosofía política de que el que venga detrás que arree. Llegamos pues a la conclusión de que en lo económico, nuestro país está más endeudado que nunca y soporta la mayor carga impositiva de toda su historia, pero que a cambio cuida de sus jóvenes y de sus mayores tanto como lo hizo el PSOE en su anterior etapa de Gobierno. Hasta que sobrevino una crisis financiera y tuvo que rebanar sus prestaciones de forma dramática. Que nadie lo olvide.

En materia social, sabemos que a la izquierda le gustan el aborto y la eutanasia. Fueron sus prioridades y ahí los tenemos. Eso sí, en medio de una crisis demográfica sin precedentes y después de atravesar una pandemia muy mal gestionada que se ha cebado precisamente con los más mayores y los más débiles. A tenor de las actuaciones de Alberto Garzón, conocemos también que unos cuantos izquierdistas prefieren los insectos a la carne cuando tienen que comerlos otros, claro, y que la sanidad pública es el gran valor a defender, la joya sublime de nuestro estado del bienestar, pese a acumular el récord de pacientes en espera de una operación y de retraso en la incorporación de los nuevos fármacos. Una sanidad pública de boquilla, vaya. Gracias a Irene Montero, España ha repelido por fin el patriarcado y es más feminista, aunque, eso sí, con algunas excepciones. Lo es, por ejemplo, en los bailes y cánticos del 8-M, en los mítines y a la hora de enchufar a amigas en cargos públicos, pero deja de serlo cuando las verdaderas feministas se suben a las barbas de la ministra, cuando se debate la Ley Trans o cuando los violadores salen libres a la calle por culpa de la norma que hizo ella misma. Tampoco parece feminista el silencio cómplice en torno a los imputados por los ERE y a los diputados socialistas que acudían a burdeles con los empresarios de los que cobraban mordidas. Juan Bernardo Fuentes, el «Tito Bernie» del caso Mediador, se libra de las obsesiones de Montero, quizás por ser socialista.