
Letras líquidas
El TOC de nuestra democracia
Hubo un periodo, aquel de la nueva política, en que se auguraba tal transformación (Senado, reparto de competencias, sucesión a la Corona) que parecía que no reconoceríamos a la Carta Magna. En cambio, ahí sigue
Y nuestra Constitución cumplió un año más. No se asusten que ni hemos vuelto atrás en el tiempo ni he olvidado que la onomástica magna es el 6 de diciembre. Ya han pasado diez días desde entonces, en efecto, y el recordatorio de la conmemoración no tiene más objeto que constatar su protagonismo pasajero y el papel secundario que se le asigna el resto del año en la conversación pública. Esto, la verdad, no tiene porqué plantear ningún problema ni ser negativo «per se»: no es necesario recordarla cada día ni recitar sus artículos para que sea la médula de la convivencia que nos hemos dado. Aunque es cierto que no estaría de más emular a los niños americanos en las escuelas recitando esas citas memorísticas de las distintas enmiendas, nosotros con nuestros Títulos, si eso supusiera conocerla mejor y darle más difusión entre los ciudadanos. En cualquier caso, en su 46ª celebración, volvió a aparecer uno de los asuntos recurrentes por los que más se la menciona.
Fue el presidente del Gobierno quien apeló, en esta ocasión, a la reforma constitucional para blindar determinados derechos incluyéndolos en sus artículos. No vienen mal, desde luego, los retoques, que siempre rejuvenecen y, desde luego, podrían resultar oportunos antes de la crisis de los 50 de la Constitución. Otras, como la alemana (en la que se inspiró), han pasado ya por numerosas actualizaciones, en concreto 54 desde 1949. La nuestra, sin embargo, es de las más reacias a los cambios (solo tres, el sufragio «pasivo» de los extranjeros en 1992, la estabilidad presupuestaria en 2011 y la eliminación del término disminuido en 2024) y no sabemos si porque el espíritu del 78 es imposible de replicar, porque con estos retoques quirúrgicos el texto ha resistido muy bien el paso del tiempo o porque los legisladores no se atreven a abordar cuestiones que, pese a ser importantes, nunca terminan de ser urgentes, la cuestión, sea cual sea la causa, es que poco se ha modificado desde su aprobación.
Y, aunque en la práctica apenas se ha tocado, cumpliendo aquello de Roca de «queríamos que durase y ha durado», la insistencia en la reforma es uno de los mantras más repetidos. Hubo un periodo, aquel de la nueva política, en que se auguraba tal transformación (Senado, reparto de competencias, sucesión a la Corona) que parecía que no reconoceríamos a la Carta Magna. En cambio, ahí sigue. Igual que esa especie de trastorno obsesivo compulsivo político de apelar al eslogan de la reforma sabiendo, tan bien como saben quienes constituyen el poder legislativo, lo quimérico de sellar grandes consensos. TOC, TOC.
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