El canto del cuco

Tormentoso otoño de España

El presidente en funciones no para de reír en las fotografías. ¿De qué se ríe este hombre?

El cielo se oscurece cuando me pongo a escribir. Desde el Servicio Meteorológico no paran de enviar mensajes apocalípticos al móvil. Estamos en alerta roja. Sara, mi hija, que viaja con Ramón, su marido, el pequeño Lope y el perro, en un coche pequeño, de Andalucía a Soria, trata de tranquilizarme: «Papá, vamos bien, no te preocupes». ¡Que Dios la oiga! Rompe a llover torrencialmente. La lluvia golpea los cristales de la buhardilla, donde tengo el despacho. Septiembre siempre ha sido un mes imprevisible. O seca las fuentes o se lleva los puentes. Pero no tanto. El tiempo está loco, como los humanos. Nos estamos cargando el equilibrio natural de la Tierra, nuestra patria común, y pasa esto.

También el cielo político de España está aborrascado. Hoy la «clase dirigente» está mirando, embobada, a Waterloo, epicentro de las últimas borrascas. ¿Qué nos está pasando? El presidente en funciones no para de reír en las fotografías. ¿De qué se ríe este hombre? Me encuentro casualmente con esto del gran poeta catalán Salvador Espriu: «Soy un trapero de la estúpida y dolorosa hora del desbarajuste, del estropicio, y ayudo a recoger las migajas y los pedazos». Y me siento identificado. Yo no hago otra cosa que recoger los despojos de una milenaria civilización rural que se acaba, aunque él se refiera a otros desbarajustes y estropicios, que, como se ve, no tienen arreglo.

Da un breve respiro la amenazadora tormenta. Con el pensamiento me echo a la carretera y acompaño a Sara y los suyos, camino de Soria, hasta el pueblo, de donde acabo de volver. Septiembre llena las ciudades y vacía los pueblos. Pasado el verano, alargan las sombras y una luz difusa, amarillenta, horizontal envuelve los tejados y de las chimeneas de las casas aún habitadas, cada vez menos, vuelve a salir humo. ¡Oh, aquellos septiembres dorados como racimos de uvas mojados por la lluvia! ¡Tantos recuerdos! Las yuntas arrastrando el arado camino de la sementera, la llegada del nuevo maestro a la escuela, el silencio y la armonía del monte revestido de cobre y oro, los zarzales con moras, el tintineo de los rebaños careados en las piezas del raso, la mano de los cazadores en la ladera tras el bando de perdices levantado por los perros en el estepar, el dulce sonido de la flauta del pastor, fabricada por él mismo con una rama de nogal, una navaja y un hierro candente…Un trueno espantoso, que retumba en la buhardilla, me saca de la ensoñación. Golpea otra vez la lluvia agresivamente, sin misericordia. ¡Tormentoso otoño de España!