Letras líquidas

Transiciones

La muerte de un dictador, «per se», no garantiza la libertad. Tampoco su huida. Basta mirar ahora a Siria

Las fechas redondas siempre llaman a las conmemoraciones y los cincuenta años transcurridos desde la muerte de Franco no iban a ser menos. El Gobierno ha anunciado una serie de actos para 2025 bajo el lema «España en libertad». Y ha ocurrido exactamente lo que se podía esperar: la polémica y las posiciones antagónicas, entre el «francomodín», la «francosfera» y las acusaciones de «facha» a cualquiera que no suscriba hasta la última coma del guion oficial. El debate ya ha sido fagocitado por las polarizaciones y los absolutos. A favor o en contra. Obviando los matices y las precisiones, tan relevantes siempre. Nada debería tener de controvertido evocar o solemnizar la llegada a España de la libertad, cómo objetar algo a semejante propuesta. Es cierto que asistimos en los últimos tiempos a comportamientos dudosos, memes en redes que frivolizan la historia y que aspiran a reescribírsela a los más jóvenes o declaraciones execrables de Vox en el Congreso exaltando las bondades de la dictadura en España, pero también lo es que se trata de actuaciones que, pese a lo llamativo, son marginales y minoritarias. El pulso social, por suerte, no muestra ni un atisbo de nostalgia tiránica. Y, en ese contexto de absoluto convencimiento democrático de los españoles (casi resulta ridículo tener que ratificarlo), seleccionar la fecha del 20 de noviembre de 1975 como eje de las celebraciones esconde un riesgo para el fiel mantenimiento de la memoria colectiva. Más allá de agitar crispaciones y fantasmas generadores de réditos electorales y de forzar distancias que resquebrajan sociedades, se desvía el foco de lo que realmente ocurrió y se reduce la Transición a un acontecimiento automático o inevitable. Se ignora la voluntad de los españoles, dirigentes y ciudadanos, de fijar las bases de la sociedad democrática que se fue construyendo después. Y oculta, además, las dosis de esfuerzo común, generosidad, consenso y renuncias, o sea de política, que fueron necesarias para destruir las estructuras autoritarias. La muerte de un dictador, «per se», no garantiza la libertad. Tampoco su huida. Basta mirar ahora a Siria.