Cristianismo

El concilio universal de Nicea

La Razón
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Desde el 742, año del nacimiento de Carlomagno, hasta el 1321, año en que muere Dante Alighieri, han transcurrido casi seis siglos de una historia rica en los que se construye la «Cristiandad» y, en su centro, la Iglesia y el Imperio carolingio. Se crean movimientos religiosos y culturales, vinculados a nuevos estudios del pasado, que se abren al futuro, entre amaneceres aurorales y crepúsculos sombríos; transformaciones decisivas, nuevas formas de pensamiento; se marcan líneas de pertenencia y de exclusión. El Imperio de Carlomagno hasta la gloriosa coronación del año 800, recibió la consagración, primero de su reino por el papa Esteban II y, más adelante, del Imperio.

En Roma, el año 800 es coronado por el papa León III: CARLOMAGNO, EMPERADOR DE OCCIDENTE. El Imperio nuevo quiso ser una realidad antigua restaurada. El Cristianismo apareció para los hombres de aquel tiempo como una realidad nueva. Cuando el cristianismo hizo su entrada en el mundo, los mejores espíritus lo saludaron como algo completamente nuevo. Los cristianos constituían realmente un pueblo nuevo, una nueva Alianza. El ilustre historiador de la Iglesia, catedrático en la Universidad de Maguncia, Joseph Lortz, centra la novedad en la expectativa, que la hace integrar en seis radicales: el anhelo religioso de la época suspiraba por el conocimiento de un Dios único; era monoteísta; en valores morales no debían faltar del todo el amor y la compasión; sobre el pensamiento moral cabía una perfecta armonía entre vida y doctrina; el Cristianismo dio a la Humanidad una conciencia moral; sobre todo, el cristianismo es la religión revelada de un Dios que se encarna en una personalidad histórica; por último, el valor del cristianismo aumenta porque encuentra valores positivos. En el amplio campo del Imperio romano existían tres ámbitos espiritual y culturalmente distintos: el judío, el griego y el romano.

La vida y la obra íntegras de Jesucristo son la base y el fundamento de la Iglesia. Todo cuanto sabemos de Él pertenece de modo esencial a la Iglesia. Las fuentes del conocimiento científico sobre la vida de Jesucristo en los escritos del Nuevo Testamento, en especial en los cuatro Evangelios. Jesucristo murió, con toda probabilidad, el 14 de nisan del año 783 de la fundación de Roma (7 de abril del año 30 de nuestra Era). Jesucristo es Dios, lo sabemos porque lo enseña la fe, y sus fundamentos son: la autoconciencia mesiánica de Jesús y las profecías mesiánicas que se cumplieron en los milagros por él realizados y su Resurrección entre los muertos; la pureza y santidad divinas de su vida; la sabiduría y verdad de su doctrina; el gigantismo divino de su personalidad y, en fin, concluye Joseph Lortz, la obra y doctrina tienden hacia una meta doble, hacia el alma de cada persona y hacia la Iglesia en su transmisión de la doctrina a los hombres.

La obra de Jesús apunta desde su origen la idea comunitaria de su religión: que todos los cristianos pertenezcamos, esto es una comunidad de vida en la Iglesia Católica, que es una síntesis, partiendo de la institución eclesial que es la síntesis católica. La resistencia de la fe y del pensamiento creador tiene una larga formación, radica en el llamado «Edicto de Milán» (313), promulgado por el emperador Constantino conjuntamente con Licinio en el año 312. Licinio persiguió de nuevo a los cristianos. Existe en este caso una lucha literaria. Una verdadera legión de escritores, Tertuliano y los Padres de la Iglesia pusieron los cimientos teológicos y apologéticos y actuaron contra la herejía denodadamente. Los monasterios, los santos y las órdenes religiosas, el orden y el sistema y la autoridad única del Pontífice la unidad y el proceso de los Sacramentos.

Los Concilios Universales celebrados en Nicea en los años 325 y 788 son el primero y el séptimo en el orden de los ecuménicos. El del 325 fue convocado por el emperador Constantino. Es la primera declaración dogmática que fue convocada para dirimir la disputa con Arrio, que comprometía toda la Iglesia oriental. El emperador encargó a su consejero el obispo de Córdoba Osio escribir sendas cartas que debía llevar a Arrio y al obispo Alejandro. No dio resultado y temiendo se reprodujese la actitud arrianista, por consejo de Osio ordenó convocar el Concilio de Nicea. Inaugurado el 20 de mayo del 325, asistieron 318 padres. Se aprobó el texto del «Credo», redactado probablemente por el Obispo Osio, conocido por ello como «símbolo de Nicea»; se acordó la unificación de la fiesta de Pascua y los cánones disciplinares. Puede decirse que aquí se inicia la vida dogmática de la Iglesia. Se afirmó la universalidad de la Iglesia.