Historia

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El occidente mediterráneo

Durante siete siglos de dominio los conquistadores romanos fueron colonizadores enamorados renovadores del país

La Razón
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El Mediterráneo, con una sola puerta de entrada, se construyó en sede del Imperio romano, unidad cultural y poder político hasta alcanzar la «plenitud de los tiempos» con el nacimiento de Cristo: la Revelación, Redención, Salvación y la Fundación de la Iglesia. En el año 313 el Edicto de Milán concede libertad religiosa, igualdad de derechos para los cristianos, devolución de riquezas expropiadas a la Iglesia, abolición del culto estatal. Es la época de los apologistas cristianos: Irineo, Turliano, Hipólito, Cipriano, Clemente de Alejandría y Orígenes. El año 325, Concilio de Nicea, doctrina de Atanasio: el Hijo es igual al Padre, por identidad de sustancia. El año 381 el Concilio ecuménico de Constantinopla confirma los acuerdos de Nicea. Constantino el Grande ha convocado y la intervención del Obispo de Córdoba, Osio ha sido decisiva: formula el Credo como profesión de fe Cristiana.

El final del mundo antiguo y el comienzo del Medioevo (400-700) constituye una multifocalidad conflictiva, aunque en apariencia, el Obispo de Constantinopla, «boca de oro», por predicación elocuente, profetizaba una época de paz, lo cual no era de extrañar por el rápido crecimiento de Constantinopla como ciudad mercantil y de desarrollo manufacturero artesanal. El nuevo foco se produjo por los «bárbaros» de Germania, desde el norte del bajo Danubio. Desde el año 376, en que los hunos destruyeron el reino ostrogodo de Rusia meridional, los visigodos del suroeste intentaron, sin éxito, expulsar a los hunos y, al no conseguirlo, se refugiaron al sur del Danubio, obteniendo autorización por la autoridad romana como federados. La situación de la relación política y militar se hizo pronto insostenible. Teodosio I, en los primeros años del siglo V, levantó la triple muralla en el istmo del Cuerno de Oro, lo que convirtió en inexpugnable a Constantinopla para los próximos ochocientos años. En el año 406, vándalos, suevos y alanos cruzaron el Rhin y penetraron en la Galia y el Occidente extremo. Alarico, el 24 de agosto del 410, asaltó y saqueó Roma. A partir de ese año todavía transcurrieron sesenta y seis años hasta que la vida del último emperador fuera depuesta. Se inició el proceso de colonización profunda: la conquista romana del suelo; la problemática expansiva, fundacional y colonizadora por los puertos navegantes del Mediterráneo oriental; cretenses, griegos, Magna Grecia, Provenza en el siglo VI (a.C.). El litoral mediterráneo de la península ibérica donde se ubica «la puerta»; pero por el norte de la península, el pueblo celta ha penetrado desde las rutas europeas, por los pasos pirenaicos.

En el siglo III (a.C.) las guerras púnicas entre las dos potencias de Roma y Cartago convierten la península ibérica en escenario de importancia en la historia de Occidente. La desbordante campaña de Aníbal en Italia obtuvo una respuesta de los Escipiones, que inmediatamente iniciaron la formalización de la colonia y su organización con las perfecciones de la cultura helénica. Una colonización profunda que obtuvo respuestas sobre todo en la Meseta. Hasta el año 133 (a.C.) no se pudo dominar Numancia por Escipión Emiliano. Durante siete siglos de dominio los conquistadores romanos fueron colonizadores enamorados renovadores del país. Con la construcción de vías de comunicación, explotación de metales, granos y construcción de ciudades, circunscripciones provinciales, minas, explotación de minas y una pujante economía hispánica, con un gran comercio mediterráneo de época: metales, vinos, cereales, aceites..., que hizo posible la financiación de una política de obras públicas. De ese modo se formó una clase social privilegiada: agricultores, grandes propietarios de la Meseta; una población productiva; también el desarrollo del pensamiento y la literatura; los ciudadanos españoles añadieron brillo a ideas y las grandes personalidades que no quisieron utilizar la única puerta que había para navegar por el Océano porque aún no era la hora.