
Tribuna
El trumpismo ante el cambio de «burro» a media carrera
No es que la elección de Harris erosione el electorado trumpista. Lo que ocurre es que Harris recupera votos a la abstención

Kamala Harris ha recuperado el espíritu ganador en las filas de unos demócratas que estaban resignados a perder con Biden al frente. Ahora, se dicen, hay partido. No eran sus 81 años los que pusieron fin a la reelección de Biden. Ni tan siquiera una pésima actuación en un debate electoral. Lo que finalmente sentenció a Biden fueron las encuestas internas del Partido Demócrata. La excusa, la espoleta, fueron sus despistes en un debate que, en directo, no fue valorado con tanta severidad por los comentaristas de opinión. La bola –el considerar su actuación desastrosa– se fue acrecentando interesadamente a posteriori, por medios demócratas, con el New York Times a la cabeza, para lograr forzar su renuncia. Lo cierto es que Biden había dado con anterioridad –a lo largo de su mandato- muestras de su fragilidad y desorientación infinitamente peores que lo visto en el rifirrafe con Trump en televisión.
Joe Biden no es el Partido Demócrata, no tiene vida autónoma más allá de esas siglas. El Partido del burro es una poderosa marca, una máquina electora y mediática que sigue fuerte en Estados Unidos. Cuando el Partido y su entorno decidieron su relevo, Biden no pudo hacer más que ceder por mucho que fuera el Presidente electo de Estados Unidos. El tópico que reza que no es aconsejable cambiar de burro a media carrera sucumbió ante el poderoso establishment demócrata, más enraizado que el Republicano. De hecho, ese es uno de los factores que alimentan y seducen al electorado trumpista. Se sienten lejos y desamparados por ese stablishment liberal que tan bien representaba Hillary Clinton, una élite que es política, mediática, cultural y financiera, contra el que en buena medida se rebelan incluso inconscientemente. Perciben en el Partido Demócrata al poder dominante por el que no se sienten representados e incluso a casusa del cuál se sienten desamparados, fracasados o marginados.
¿Hubiera sucedido lo mismo con Trump? Para nada. Trump ha subyugado al Partido Republicano. La marca Trump tiene hoy más fuerza que el mismísimo elefante ante su electorado. Las bases electorales conservadoras se han vuelto más trumpistas que republicanas. Lo que ciertamente es inédito en la historia de Estados Unidos por mucho carisma que tuviera el candidato. Creen en Trump por encima de todo, con una devoción que ni por asomo se ve en las filas demócratas. Si se ha seguido en directo, en Estados Unidos, alguna elección presidencial esto se percibe al instante. Los votantes de Trump están más movilizados, son más entusiastas, se dejan ver más y son mucho más ruidosos. También en las grandes ciudades, que es donde asientan el triunfo los Demócratas. De hecho, el territorio americano es trumpista. Si se cotejaran los votos por kilómetro cuadrado, Trump arrasaría.
El magnate republicano se ha visto salpicado por escándalos de todo tipo. Incluidas condenas judiciales por soborno y agresión sexual. Pues bien, no le han hecho ni un rasguño. Más bien parecería que han provocado una reacción de adhesión entre sus fieles aún mayor a consecuencia de, por un lado, la victimización, y por otro, del espíritu insumiso con el que suele responder Trump. Algo que les encanta a sus devotos seguidores y que conecta con el espíritu indómito, tradicionalista. El expresidente que derrotó a Clinton tiene luz propia para los votantes que se dejan atrapar en ese halo de luz cegadora mostrando un apoyo incondicional. Trump es consciente de ello, al punto que ha llegado a decir: «las personas, mi gente, es tan inteligente… ¿Y saben que más dicen la encuestas de mi gente? Dicen que tengo a las personas más leales. Yo podría pararme en medio de la 5ª Avenida y dispararle a alguien y no perder un solo votante ¡Es increíble!». Ocurrió en Iowa, en un mitin electoral, en enero de 2016.
La irrupción de Harris parece haber revitalizado al electorado demócrata. Pero sin erosionar la base electoral trumpista que se mantiene fiel a su guía y oráculo. Eso indican las encuestas a las que se aferran los demócratas. En particular en lo que concierne a los llamados estados clave. No es que la elección de Harris erosione el electorado trumpista. Lo que ocurre es que Harris recupera votos a la abstención.
La más reciente encuesta pronostica una ligera ventaja para Harris en Pensilvania, Michigan y Wisconsin. El sistema electoral de Estados Unidos atribuye la totalidad de los votos electorales al partido vencedor aunque sólo hubiera ganado por un voto popular de diferencia. El Partido Demócrata tiene un bastión en California, el estado que más votos electorales atribuye. Serán 55 de saque para Harris. Pero Trump lo compensará en buena medida con los 38 de Texas. Y presumiblemente rematará con los 29 de Florida, aunque en ese estado todo es más ajustado y los Demócratas no renuncian al sorpasso. Lo mismo ocurre con Nueva York, aunque al revés, 29 para Harris. De ahí que se diga que las elecciones se deciden por unos pocos votos en unos pocos estados. O que cada vez más a menudo ocurra que los Demócratas ganan en voto popular pero son superados en voto electoral.
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