El ambigú

El túnel

El tren de la voluntad del Pueblo Español cabe por el túnel y saldremos del mismo

El episodio de los trenes que no cabían por los túneles se ha convertido en el paradigma y el estilo de toda una época y también de una forma de hacer política. Recordemos brevemente la historia, que comienza hace dos años, cuando alguien en una empresa pública estatal le da el visto bueno final a un concurso para construir 31 trenes de vía estrecha destinados a sustituir unidades que operan en Cantabria y Asturias desde hace cuatro décadas. Y lo hace teniendo en cuenta unas dimensiones que no se corresponden en absoluto con las que realmente tenían y tienen los estrechos pasadizos que, en una orografía ciertamente imposible, se construyeron con pico y pala hace más de 100 años en ese precioso rincón de España. Aparte de silenciar el episodio, que la Administración conoce desde hace muchos meses, y dar excusas absurdas, como las dificultades de movilidad de la pandemia, con lo que a la torpeza se añaden el oscurantismo y la mentira, no se hizo gran cosa hasta que la noticia saltó, precisamente al publicarse en el BOE la licitación de máquinas y vagones, que era evidente que sobrepasaban el tamaño de los túneles. Un error que tendrá repercusión económica, porque el rediseño de los trenes elevará un contrato de por sí cuantioso, pero que, sobre todo, tiene un coste para cientos de miles de usuarios, que ven cómo se retrasa enormemente una renovación que era urgente y necesaria. Y eso por no hablar de la imagen chapucera de país que se puede trasladar a la inversión extranjera, tan pendiente siempre de las infraestructuras. Pese al gran escándalo, el Gobierno ha saldado el asunto con el cese de dos cargos menores, un gerente de inspección de ADIF y un gerente de gestión de Renfe, cuyas salidas estaban previstas además con antelación, sin que se asuma ninguna responsabilidad donde corresponde, que es en el organigrama de altos cargos del Ministerio de Transportes y en el propio Consejo de Ministros, que es el ámbito de las decisiones políticas y donde se guardaron en un cajón los informes que revelaban al Gobierno que los trenes nuevos no cabían en los viejos túneles. Sin embargo, no nos engañemos, porque la clamorosa cadena de fallos y negligencias constituye una forma de proceder del Gobierno central. La misma que ha inspirado la redacción de la ley del «solo sí es sí», que no cabía en los túneles penales y judiciales españoles, y que está sacando de la cárcel de forma anticipada a quienes fueron condenados por ser peligrosos delincuentes, todo ello sin que dimita nadie y sin que el presidente, que siempre supo lo que iba a ocurrir, asuma una petición pública de excusas. Igual que la política del autoindulto, con perdones que son criminales y rebajas penales que resultan letales para el constitucionalismo en Cataluña y para la regeneración democrática en el conjunto de nuestra nación. Y el mismo modus operandi bajo el que, a toda velocidad, se acerca a los terroristas a la libertad y se consiente que se les homenajee, mientras se intenta introducir en un oscuro corredor de olvido la memoria de la dignidad democrática que encarnan las víctimas del terrorismo. Solo algunos ejemplos del manual inmoral y estilo pésimo, frente a los cuales la suerte es que las próximas paradas electorales del imparable tren de la democracia, la primera el 28 de mayo, la segunda en diciembre, si no es antes, apuntan ya a la existencia de luz al final del túnel. Y en este caso el tren de la voluntad del Pueblo Español cabe por el túnel y saldremos del mismo.