Cuaderno de notas

El único planeta en el que se puede votar al PSOE

La campaña terminó excéntrica, como empezó, acusando Sánchez al PP de pactar con Bildu en Vitoria, cuya alcaldía regaló al PSOE para que no gobernara con Bildu

Anoté en mi cuaderno que salió José Luis Rodríguez Zapatero a dar lecciones sobre el infinito en una cosa como de Kepler con anfetas. Reconozco ese ímpetu cósmico que le entró al expresidente en San Sebastián porque es como se pone uno cuando sale de surfear de Gros y se toma un par de txakolís sin pintxo. A mí me ha pasado. Un planeta, ¡tan pequeño!, «infinitesimal, no, lo siguiente», dice, como si acabara de descubrirlo. «Este es el único planeta –reconoce– en el que se puede besar, leer un libro» y, añado, el único planeta en el que se puede votar al PSOE un 23 de julio a 43 grados a la sombra en Écija. La inmensidad del universo es la única escala en la que un sanchista puede sentirse pequeño.

A la izquierda de la izquierda han puesto foodtrucks, tatuadores y talleres de reiki. En la campaña de Yolanda en tiktok han sacado unos vídeos protagonizados por gatos disfrazados de manzanas y perritos chihuahua vestidos de plátanos, o algo que se hacen llamar Los Michiplátanos. Habrán de elegir entre poner vídeos de color sandía en Tiktok y anunciar que se acaba el mundo a manos del fascismo.

Yolanda Díaz es el libro del apocalipsis con gatetes. Salió planchando en un vídeo. Dice que duerme dos horas y que, cuando llega del trabajo, plancha la ropa de todo el mundo porque le gusta y le relaja. Toda esa gente a la que le relaja limpiar me resulta sospechosa. El domingo en la gasolinera hay cola para aspirar las alfombrillas. Qué atrocidades no habrán cometido esos limpiadores de coches. Decidme, qué pecados purgáis, qué sangre enjuagáis de vuestras manos. Calculo que la mitad le habéis puesto los cuernos a la mujer y la otra mitad, otras cosas peores.

Planchar con el calor que hace es una tortura que no se puede disfrutar. Las camisas dobladitas, la raya del pantalón. Qué demonios no vivirán ahí dentro. Pocos personajes me resultan más inquietantes que el que limpia compulsivamente; solo Dios sabe lo que estará limpiando.

Como a Yolanda le daba por planchar, Sánchez confesó en lo de Julia Otero que le gusta «lavar la vajilla» y «lavar la encimera». Cuanto más humanos se ponen los candidatos, más parecen de otras galaxias. Nadie dice lavar la vajilla. El presidente se hace pasar por persona como si buscara a Gurb en lo de Eduardo Mendoza. Por las noches muta entre un personaje y otro: españolazo, federalista, amigo de Iglesias, de Argelia, de Marruecos, líder de la OTAN y de lo que haga falta. Le falta encarnarse en Marta Sánchez.

La campaña terminó excéntrica, como empezó, acusando Sánchez al PP de pactar con Bildu en Vitoria, cuya alcaldía regaló al PSOE para que no gobernara con Bildu. Parece una técnica suicida acusar al partido de enfrente de lo que la gente le reprocha a uno: pactar con Bildu, decir mentiras, «perroxanxe», sanchismo y que te vote ese de la rima. Constantemente le recuerda a la gente por qué no lo quieren votar como una extraña homeopatía por la que el recuerdo de Txapote va a hacer que la gente le vote.

Pero hay alegría. Teresa Ribera, cómo bailaba en el cierre de campaña del PSOE. El sanchismo hace una conga de sus mayores vergüenzas. Sánchez se ve hoy ganador, da igual cuándo leas esto.