Opinión
El virus de la trágala
El PNV, que se moderó desde el fracaso de Ibarretxe, ve una nueva oportunidad y ha iniciado su propia hoja de ruta aprovechando la debilidad del Estado por las cesiones a los separatistas.
El independentismo catalán se ha declarado enemigo del Estado, extorsiona y decide cómo se reforma el Código Penal o quién se sentará en el sillón de Moncloa. Usan sus votos para poner dinamita en los cimientos de la Constitución de 1978 y, por tanto, de nuestro sistema político, exigen una ley de amnistía que es una manera de criminalizar al Estado por haberles condenado cuando delinquieron y han roto todos los candados que impedían un referéndum de autodeterminación en Cataluña.
Incorporarán nuevas exigencias a la lista en la medida que vayan consiguiendo las anteriores y se endurecerá su contenido según aumente la competencia entre Junts y ERC. Los independentistas están enfrentados entre sí, pero realizan alianzas para extorsionar al Estado compitiendo entre ellos a ver quién aprieta más.
El PNV, que se moderó desde el fracaso de Ibarretxe, ve una nueva oportunidad y ha iniciado su propia hoja de ruta aprovechando la debilidad del Estado por las cesiones a los separatistas.
Le viene como miel sobre hojuelas porque, en su rivalidad electoral con Bildu intentará recuperar el liderazgo social vasco siendo el mejor conseguidor que tenga Euskadi en Madrid.
Pedro Sánchez está dispuesto a todo y la maquinaria monclovita está a máximo rendimiento cerrando acuerdos con unos y con otros. El staff dirigente del PSOE parece asumir cada movimiento del líder, los dirigentes territoriales, salvo alguna excepción, están silenciados y la militancia jura adhesión a Sánchez antes de cada comida, bajo pena de tacha por traición.
Las voces críticas de un elenco de militantes históricos, encabezados por Felipe González y Alfonso Guerra no parecen ser suficientes para que los mandos intermedios del PSOE digan en público lo mismo que en privado.
Pero lo que realmente llama la atención es que la sociedad española permanezca impasible ante una ruptura del consenso constitucional como la que está a punto de producirse.
Nada parece sorprender ni realmente grave. Algunos ex dirigentes, con buen criterio, han denominado trágala a la relación de Sánchez con Puigdemont. Pero, en realidad, la trágala es de toda la sociedad española.
El PSOE sufrió un importante varapalo en rechazo a las políticas del gobierno el 28 M y, el 23 J, Sánchez perdió las elecciones. Pero lejos de analizar lo que había ocurrido, actuó como en el síndrome de hubris, proclamó su investidura y se apresuró a inyectar una nueva dosis del virus de la trágala a los españoles.
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