Letras líquidas

La víspera y 2025

Si hace un año creíamos que 2024 se nos presentaba cargado de transformaciones, ahora sabemos que no fue más que la víspera. La metamorfosis llega ahora

Dice la RAE en su segunda acepción que la víspera es «la cosa que antecede a otra, y en cierto modo la ocasiona». Sin movernos del ámbito de la lengua española, el refranero recurre a ella para advertirnos de los riesgos de los excesos y dejar constancia de que no es extraño que después de una buena época o un periodo de abundancia vengan los apuros y las escaseces. O sea, «días de mucho, vísperas de nada». Y es que lo que precede tiene tanta importancia y repercusión sobre lo posterior que, a veces, uno no sabe si los preparativos son más relevantes que el viaje o si es más feliz y relajante un jueves o un viernes que el propio fin de semana. Y pensaba ahora en esos momentos previos, en todo lo que va «antes de», a cuenta del año que acabamos de despedir: 2024 se nos presentó como decisivo, el super año electoral. Y es cierto que lo fue. Se celebraron elecciones en 70 países y más de 3.700 millones de personas, casi la mitad de la población mundial, acudieron a las urnas para depositar su voto.

Más allá de las diferencias entre los comicios, unos presidenciales, otros legislativos, y de las garantías democráticas de cada uno, muy distintas entre sí, la realidad es que las convocatorias electorales han provocado cambios, más o menos marcados, pero aún no han diseñado el futuro. Sus consecuencias aún están por ver y dejan más preguntas que respuestas. Ya sabemos el quién, pero nos faltan el qué y el cómo. Y ahí se ubica el porvenir de la geopolítica mundial. Xi Jinping se mantiene al frente de China, pero el gigante asiático aún debe redefinir su modelo económico; India y Pakistán deben gestionar su peso y posición emergente y Europa se enfrenta a la decisión sobre sus aspiraciones reales: no solo respecto a los motores históricos de su proyecto, Francia y Alemania, sumidos en sus inestabilidades y contradicciones, sino, sobre todo, en lo relativo al plan trazado por los fundadores. Ese oasis de democracia, desarrollo y civilización, diseñado por Monnet y compañía, que encara su enésima crisis y debe consolidar el salto cualitativo de su unión para evitar diluirse entre potencias pujantes.

Y, todo ello, condicionado por la vuelta de Trump a la Casa Blanca. Su gestión, sin riesgo de exagerar, será decisiva: en las relaciones comerciales globales, con el fantasma de los aranceles acechando, en asuntos migratorios, respecto al devenir de la guerra de Ucrania y del conflicto cada vez más enrevesado de Oriente Próximo, en los equilibrios con Asia-Pacífico y en el pulso abierto con la UE. Si hace un año creíamos que 2024 se nos presentaba cargado de transformaciones, ahora sabemos que no fue más que la víspera. La metamorfosis llega ahora.