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Tribuna

No ha vuelto Dios, hay más gente buscándolo

La Generación Z, paradójicamente la más conectada de la historia, muestra una participación creciente en servicios religiosos y una búsqueda activa de comunidad y propósito

No ha vuelto Dios, hay más gente buscándoloRaúl

¿Y si la muerte del Papa Francisco y la llegada de León XIV no fueran solo un cambio de liderazgo, sino el comienzo simbólico de otra época? Puede sonar exagerado –yo mismo lo pienso mientras escribo–, pero hay señales que invitan a hacer la pregunta. Pasé días intensos en Roma, cargados de emoción, símbolos, multitudes y solemnidades. Y entre tanta liturgia y tanta gente, algo me llamó la atención: el tema espiritual volvió al centro de muchas conversaciones. Incluso entre quienes, en otras circunstancias, no se detendrían ni un minuto en estas cuestiones.

Un dato se me quedó pegado: entre el 20 y el 26 de abril, justo después del fallecimiento de Jorge Bergoglio, las búsquedas globales de «cómo convertirse en católico» aumentaron un 373%, según Google Trends. ¿Qué significa eso? No lo sé del todo. Pero quizás no se trate solo de religión, sino de algo más profundo: el intento de volver a creer en algo que no pueda medirse, monetizarse, compartirse ni alcanzar «me gusta». Algo que devuelva sentido, aunque no prometa certezas.

En el altar del individualismo, las guerras fragmentadas, la radicalización inflada por los algoritmos y una economía que promete mucho pero abraza poco, el cansancio ya no es solo físico o financiero: es existencial. La espectacularización permanente de la vida –ese impulso a mostrarse, a acumular, a rendir sin pausa– empieza a dejar señales de agotamiento. No es una certeza, pero tampoco un hecho aislado.

Un informe reciente de Axios detecta una tendencia: la religiosidad está resurgiendo entre los jóvenes, sobre todo en Estados Unidos y Europa. La Generación Z, paradójicamente la más conectada de la historia, muestra una participación creciente en servicios religiosos y una búsqueda activa de comunidad y propósito. Frente a la paranoia digital, que multiplica la exposición pero no evita la soledad, algunos empiezan a mirar hacia otro lado. En India, por ejemplo, aplicaciones como Sadhana permiten realizar rituales religiosos en línea, una espiritualidad adaptada al ritmo millennial y centennial.

Desde el aeropuerto de Fiumicino hasta el centro de Roma hay tiempo para pensar. En un taxi compartido –de esos encuentros que parecen diseñados por el azar con buena puntería– terminé conversando con Juan Della Torre, fundador de La Machi, una agencia de comunicación para causas con propósito. «No vendemos productos, ayudamos a construir sentido», me dijo, mientras la ciudad se desbordaba de peregrinos y sirenas. Hablaba de campañas, de su trabajo junto al Papa Francisco, pero también de valores. De «la necesidad natural de creer», incluso a través de razones espirituales que no buscan polarizar.

Un intercambio casual, pero que dejó algo vibrando. En un tiempo donde todo parece estrategia o espectáculo, escuchar a alguien convencido de que aún se puede comunicar con alma fue como una pausa entre tanto ruido. Quizás lo que falta no es mensaje, sino fe en que todavía vale la pena decir algo verdadero. Juan lo aplica a organizaciones religiosas, pero también a empresas que empiezan a buscar propósito. Coincidimos en el taxi y en la sospecha: la pregunta por el sentido ya no es marginal.

Y no está confinada al Vaticano ni a la fe organizada. Esa sensibilidad se cuela, con otras formas y otro vocabulario, en los márgenes del emprendimiento, la economía y la innovación social. Aunque todavía pasa inadvertida, hay una generación de emprendedores que no quiere escalar ni ser un unicornio. Quiere restaurar tejido. Crear sistemas donde el bienestar no sea un lujo, sino un derecho compartido.

En España, sumando a esta cadena de coincidencias «espirituales», conversé con Ezequiel Hayes Coni, arquitecto y fundador de Flomunity. Su proyecto –una app que permite ofrecer y recibir servicios de bienestar en tiempo real– parte de una idea tan sencilla como contracultural: en lugar de optimizar el tiempo, propone habitarlo con otro. Su startup, que ya despertó el interés de decenas de «apóstoles» del capital emprendedor, no solo conecta oferta y demanda, sino también soledad y compañía, necesidad y disponibilidad. Funciona por dinero, trueque o ganas de ayudar. «A veces –me dijo– lo más valioso que tenemos para ofrecer no es lo que sabemos hacer, sino el hecho de estar».

No ha vuelto Dios. Pero hay más gente buscándolo. Y ese impulso no siempre toma la forma de una misa ni se viste con sotana. A veces es una app, una conversación en un taxi o una pregunta que no se puede soltar. El sociólogo Adam Possamai habla de «religión hiperreal» para describir cómo el consumismo adoptó funciones propias de las religiones: ofrecer sentido, pertenencia, rituales. Pero también agota. Porque al final, cuando todo se convierte en mercancía, el alma termina exigiéndonos otra cosa.

Tal vez el mundo que viene no necesite más gurús, más ruido, ni más promesas de plenitud exprés. Tal vez lo que necesite sea volver a lo básico: el cuidado como política, el vínculo como estética, la comunidad como acto de fe. En un tiempo donde todo parece estar dicho, lo realmente transformador será quien decida, simplemente, quedarse cerca. Incluso si eso implica caminar lejos de la religión, pero un poco más cerca de una humanidad que no se rinda.

Juan Dillones periodista y analista en temas internacionales.