Letras líquidas

Woody Allen y el pinganillo

Es exigible a nuestros representantes un comportamiento maduro y valiente de asunción de responsabilidades.

Reconocía Woody Allen estos días en los que anda por España que «de las 50 películas que he hecho, quizá puedo encontrar diez que me gusten. Las otras 40 no me gustan». Una dosis de realismo del genio del cine que conecta con esa visión tan estadounidense de interiorizar los fracasos como parte fundamental del aprendizaje. La vida convertida en un gran experimento científico: ensayo-error. Pero, claro, para validar este principio resulta imprescindible una mínimo asunción de la equivocación o, al menos, la consideración de que se pudo actuar de otro modo o que otra decisión era posible. Allen se refería al desacierto en muchas de sus obras, más o menos fallidas, pero la aceptación de los desatinos es aplicable a cualquier otro ámbito. A la vida pública española también. No hace falta recurrir a casos de disculpas expresas que, en este supuesto nos retrotraen inevitablemente a un elefante (y no el de la habitación), pero sí es exigible a nuestros representantes un comportamiento maduro y valiente de asunción de responsabilidades.

Han coincidido en el tiempo, precisamente, dos circunstancias que reflejan de forma nítida esta debilidad democrática. Casi a la vez que conocíamos el último balance del CGPJ sobre las consecuencias de la ley del «solo sí es sí» (que ya eleva a 1.205 las reducciones de penas a agresores sexuales y dispara a 121 las excarcelaciones) Podemos exigía que Irene Montero repitiera al frente del Ministerio de Igualdad en caso de que se reeditara el gobierno de coalición con el PSOE. Al margen de las condiciones de máximos propias de las negociaciones, lo cierto es que la mera insinuación de esa «segunda oportunidad» evidencia la escasa trascendencia que algunos políticos (o algunas personas que están en política) dan a sus actos. Como si no importara nada. O como si no hubieran escuchado en absoluto a la sociedad española en los últimos meses. Y esta falta de entendimiento, me temo, no hay pinganillo que la solucione.