Religión
Giovanni Maria Vian: «La derrota de Pío IX purificó al Papado del poder político»
«El Papa solo quería una resistencia simbólica, nunca respaldó la violencia de aquella jornada», así lo afirma el exdirector de ‘L’Osservatore Romano’
C uando toca echar la vista atrás sin necesidad de perderse por los archivos vaticanos, basta con una cita con Giovanni Maria Vian. No solo por ser catedrático en la primera universidad de Roma y haber estado al frente del periódico de los Papas. Se mueve con tal soltura en torno a la historia de la Santa Sede como para bajar al detalle aparentemente más anecdótico ligado a la caída de los Estados Pontificios para vincularlo a la geopolítica eclesial de 2020.
–La derrota de Pío IX, ¿fue una victoria para la Iglesia?
Creo que sí. Y no es una opinión personal mía. Lo expresó claramente Montini en varias intervenciones, como arzobispo de Milán y como Papa, cuando dibujó la evolución de la relación entre la Iglesia y Roma en esos años. Es un tema que, siendo sumamente italiano, concierne a toda la Iglesia y, en realidad, a todas las tradiciones religiosas. En ese instante el Papado comenzó a purificarse frente a cualquier poder político, ahondó sus raíces en la tradición más espiritual y se proyectó internacionalmente. Ya Pío XI, que cierra la «cuestión romana», no tiene reparo en decir que la desposesión y la conquista de Roma no perjudicó a la Iglesia. La caída violenta del poder temporal de la Iglesia de Roma fue un derrumbe, dramático pero era inevitable.
–El 20 de septiembre de 1870 marca un antes y un después, pero no puede entenderse de forma aislada…
Es un proceso que viene de lejos, de la Revolución Francesa. El poder temporal se suprime tres veces en poco más de medio siglo: en 1798, cuando los franceses se apoderan de Roma; en 1809, cuando Napoleón arranca al Papa literalmente del Quirinal y se lo lleva a Francia como prisionero; y, finalmente, en 1849, cuando se proclama la República Romana. Todo iba en la misma dirección, aunque muchos mantenían que el poder temporal representaba una garantía de independencia para la Santa Sede.
–Póngase en la piel del Papa aquel día. ¿Por qué no huyó?
No abandonó el Vaticano porque los italianos tampoco entraron en el actual Vaticano. Ocuparon Roma pero no accedieron a la ciudad leonina, el barrio cercano a San Pedro. En las semanas siguientes, algunos estados católicos le ofrecieron escaparse. Pidió consejo a los cardenales y desechó salir. No ve otra solución más que quedarse como prisionero autorrecluido. Y siguieron su estela sus sucesores durante seis décadas, que ni tan siquiera se asomaron al famoso balcón de San Pedro hasta la bendición del flamante Pío XI en 1922 y luego los pactos de Letrán en 1929. Los Papas permanecían confinados en el palacio que se prolongaba entonces hasta los museos, celebraban en la Basílica y se movían por una parte de los actuales jardines. Los italianos se habían metido hasta los límites de los palacios apostólicos, hasta tal punto que un grupo de norteamericanos le regalaron un túnel a Pío X para evitar la pequeña humillación de estar controlado al desplazarse a los jardines.
–La resistencia que ofreció Pío IX hace pensar en que tenía una mentalidad feudal, cuando era un amante del progreso...
Desde la Edad Media, los reyes de Nápoles tenían que corresponder con un homenaje al Papa, regalándole un caballo blanco, un rito que se cumplió hasta finales del Siglo XVIII. A partir de ahí, se transformó en un donativo económico, pero acabaron por no cumplirlo. Cuando parece que el poder temporal se va a extinguir, el rey de ese momento decide pagar la deuda feudal acumulada en 1855 y Pío IX lo acepta, pero no destina los fondos a reforzar las defensas, sino que manda a hacer un monumento a la Inmaculada, justo un año después de aprobar el dogma. Ese monumento es el que hoy preside la plaza de España en Roma. Así pues, aceptó el homenaje feudal, pero lo transforma en homenaje espiritual. Ahí está el cambio de mentalidad de Pío IX, que diré que también es el precursor de la no violencia papal. No olvidemos que, en la primera guerra de independencia italiana, en 1848, manda a las tropas pontificias contra Austria, pero antes de entrar en batalla, se da cuenta que un papa no puede atacar a otros católicos. Es el primer gesto de maduración de lo que ahora vemos como profecía contra la guerra, que culmina con Pablo VI y su discurso en la ONU: «Nunca más la guerra, nunca más la guerra».
–Aun así, aquel 20 de septiembre hubo unos cuantos muertos…
Los documentos demuestran que Pío IX solo quería una resistencia simbólica. Los muertos se deben a una testarudez del comandante pontificio, que era un alemán. Los cañonazos empiezan a las cinco y cuarto de la madrugada y el Papa manda levantar la bandera blanca cuatro horas después. Pero los móviles no existían para reaccionar de inmediato, los italianos no se dan cuenta o hacen como que no se dan cuenta.
–¿Se inaugura ese día la nueva geopolítica eclesial?
-Sin lugar a dudas, fue providencial. Resulta fundamental para la presencia de la Iglesia en el mundo hoy hasta llegar la apuesta actual por el multilateralismo, que se debe a Pablo VI, quien en 1965 pide a la ONU que acoja a naciones importantes que estaban entonces excluidas: China Comunista –que en 1949 había expulsado al representante del Papa–, Indonesia y países divididos como, por ejemplo, Alemania, Corea, Vietnam…
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