Religion
La sabiduría y la espera
Textos de oración ofrecidos por el sacerdote – vicario parroquial de la parroquia de La Asunción de Torrelodones, Madrid
Lectio Divina de este domingo XXXI del tiempo ordinario
Quien ama, espera. Aunque la persona amada tarde o no se deje aún encontrar, quien está lleno de amor sabe mantenerse en la atención de quien está atento al encuentro. Es una tensión gozosa a mantener toda la vida, y con toda la fuerza de la vida. De esto nos hablan hoy las lecturas, que nos sitúan en la tensión escatológica de la existencia. Esto se refiere las realidades últimas que nos esperan al final de nuestra vida terrena y de toda la historia humana. La primera lectura nos presenta el ideal de la sabiduría como aquello por lo cual vale la pena velar: “El que madruga por ella no se fatigará, porque la hallará sentada a su puerta. Darle la primacía en los pensamientos es prudencia consumada; quien por ella se desvela pronto se verá libre de preocupaciones” (Sabiduría 6, 12). En la segunda lectura, san Pablo nos presenta el triunfo final de los que han sabido esperar en el Señor, que no quedarán defraudados en el momento del encuentro con Él. Estos dos textos, leídos a la luz del Evangelio de hoy, nos hacen tomar conciencia de la importancia de mantener en la vida una actitud de espera diligente, de vigilancia.
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: se parecerá el reino de los cielos a diez vírgenes que tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran prudentes. Las necias, al tomar las lámparas, no se proveyeron de aceite; en cambio, las prudentes se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: “¡Que llega el esposo, salid a su encuentro!”. Entonces se despertaron todas aquellas vírgenes y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes: “Dadnos de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas”. Pero las prudentes contestaron: “Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis”. Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras vírgenes, diciendo: “Señor, señor, ábrenos”. Pero él respondió: “En verdad os digo que no os conozco”. Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora»” (Mateo 25, 1-13).
Con la parábola de las diez vírgenes, Cristo presenta el encuentro final con él en un contexto de gozo y celebración. Nuevamente una boda viene a ser signo de la alegría de la comunión con los invitados a la fiesta. Entre estos destacan las diez doncellas que habrían de acompañar a la esposa en su cortejo para entregarla a su amado. Pero la boda de esta parábola se celebra de una manera especial. A diferencia de la usanza de los antiguos pueblos orientales, en los cuales se celebraban las nupcias con fiestas de puertas abiertas, aquí la puerta se cierra en un determinado momento. Hay quienes no pueden entrar a celebrar. Es el caso de las cinco vírgenes necias, que no llenaron a tiempo sus lámparas de aceite, que representa la vida preparada, la diligencia y las buenas obras. Las otras cinco son presentadas cuatro veces con el mismo adjetivo de los verdaderos oyentes de la palabra de Dios: sensatos, prudentes. Es la sabiduría de quien edifica su casa sobre esa roca firme (ver: Mateo 7, 24-27). La enseñanza es clara: la preparación para del encuentro con el Señor consiste en poner en práctica su Palabra y, por tanto, llenar el candil de nuestra vida de amor y buenas obras. Las cinco sensatas no pueden dar de su aceite a las necias porque la respuesta a Dios es personal. La fidelidad no puede transferirse. Su actitud no es egoísmo, sino justicia. Quien no se procuró el aceite de una vida coherente queda tras la puerta, en la tiniebla de una vida sin luz ni calor. Solo quien ha velado merece entrar en el gozo de la fiesta, del encuentro pleno con quien ha esperado. Por eso ha dicho san Agustín: “Vela con el corazón, con la fe, con la esperanza, con la caridad, con las obras. Y una vez que te hayas dormido en el cuerpo, ya llegará el momento de levantarte. Cuando te hayas levantado, prepara las lámparas. Que no se te apaguen entonces, que ardan con el aceite interior de la conciencia..., entonces te introducirá el Esposo en la Casa en la que nunca duermes, en la que tu lámpara nunca puede apagarse” (Sermón 93).
En un momento de recogimiento, me hago consciente de que provengo del amor de Dios. En Él hallo mi ser más profundo, libre de apegos y temores.
Le pido que me muestre que mi destino está en el encuentro final con Él. Permanezco adorándole en silencio.
Contemplo mi presente como la oportunidad de llenarme de la sabiduría de Dios, meditando su Palabra y poniéndola en práctica con diligencia.
Oro con este poema…
En cada instante en que te escucho, mi Dios,
ofrezco el gesto de quien forja tesoros en la hoguera,
y de quien asienta con ardor piedra sobre piedra hasta levantarte un templo.
La misma pulsión lanzada por mis manos como semillas en cada mano que estrecho; una mirada sin temor para quien busca en la noche.
Cada instante de atender a ti es dejar todo fuera de nosotros. Y tan dentro.
Baile de estrellas, derroche de maravillas aguardando nuestra elección para darse al mundo entero.
Entonces caemos rostro en tierra y te besamos, prodigio de amor. Elevamos nuestro canto como llamas que arden a tu espera.
Y brillamos desde ti en un encuentro nuevo.
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