Vocaciones
Seminaristas, sí. Marcianos, no
Enfermeros, economistas, publicistas… Los jóvenes que quieren ser sacerdotes buscan «ser hombres de Dios sin hacer piruetas ni cosas extrañas»
Primavera de 2020. España comienza la desescalada. Jorge también. Ha terminado su grado de enfermería. Le llueven las ofertas de trabajo. Unas treinta. A la carta. La pandemia no da tregua ni en UCI ni en planta. Acepta. Dos semanillas en el Hospital Universitario de Móstoles. Suficiente para dar otro salto. «Viví todo el drama en primera línea y reforcé la idea con la que llegué. A mi lado había grandes profesionales que podían atender a los enfermos maravillosamente, mejor que yo. Pero sentí que la gente tenía sed de algo más que cuidados médicos, necesitaban ser acompañados en ese otro dolor interior». Entre sondas y tensiómetros, le puso nombre a aquello. «La respuesta es Cristo». Y el sanitario de 23 años, con el TFG a la espalada, descubrió que su lugar en el mundo pasaba y pasa por curar almas. Ser literalmente «cura» para otros. «Nunca pensé en entrar en el seminario, esperaba casarme, tener hijos y un buen trabajo. Hasta que, de repente me dijo ’'Ven conmigo y vive’'». Jorge Maldonado verbaliza así su llamada al sacerdocio, aunque subraya que aquello no fue un éxtasis de fuegos artificiales. Solo, la confirmación de un proceso de acompañamiento y discernimiento, un runrún al que por fin ponía nombre. Ahora ha frenado en seco el que hasta hace unos meses era su sueño por otra pasión mayor. Aunque confía en que, antes o después, lo uno y lo otro se compatibilicen. «Claro que me veo combinando los dos mundos: cuidar del cuerpo y del alma a la vez. Me encantaría ser capellán de hospital».
Desde septiembre, este madrileño de San Martín de la Vega, vive en el Cerro de los Ángeles. Junto a él, entraron en el Seminario de Getafe otros diez jóvenes entre 18 y 35 años, en el llamado propedéutico, el curso de iniciación y formación de los siete años que, como mínimo, tienen que superar hasta su ordenación. En total, la diócesis que aglutina al sur de Madrid cuenta con 35 estudiantes, un aumento del 4 por ciento. En total, España cuenta con 1.066 seminaristas con 215 ingresos nuevos. Este fin de semana, muchos de estos jóvenes compartirán su testimonio en parroquias de todo el país, en tanto que el Día del Seminario se celebra en torno a la solemnidad de San José.
Como Jorge, Pablo Soto-Largo, también dio el paso justo cuando había concluido sus estudios, en este caso, de «Digital business». En su caso, fueron unas misiones en Chile con la Parroquia Santo Cristo de la Misericordia de Boadilla del Monte lo que le llevó a dar un giro a su vida. «No fue nada espectacular, sino de una manera, sencilla, suavemente, cuando descubrí que era el momento de tomarme la vida en serio y sentí que me identificaba con ser otro Cristo en el mundo, sin hacer cosas raras ni dar grande portazos». Tampoco sufrió una catarsis extraña Javier Ramírez, de Pinto, que llega al seminario después de estudiar comunicación audiovisual en Navarra: «Lo tenía claro antes de que saltara la pandemia, pero el confinamiento me ha afianzado. Eso no significa que ya esté todo hecho, sino que acaba de empezar».
Este poco a poco es el que también ha experimentado Juan Liquiniano, que tras un primer sentir la vocación durante la Jornada Mundial de la Juventud de Cracovia en 2016, inicio un proceso que culminó en la primera oleada del coronavirus. «Hubo a quien le pudo parecer que Dios estaba parado, pero yo soy la prueba de que no». Eso es lo que le llevó a cambiar Publicidad y Relaciones Públicas para mudarse al Cerro. «La carrera merecía la pena, pero Dios merece la vida. Sentí que tenía que dejarlo todo».
En el caso de Jorge Carrascosa, aunque tuvo un encuentro con Dios en una peregrinación en Guadalupe en la adolescencia, la sacudida no llegó hasta que acudió a un retiro espiritual mientras cursaba el primer curso de Ciencias y Lenguas de la Antigüedad en la Autónoma. «Había un deseo ardiente, el Señor me derribó y volvió a enamorarme», expresa. Pero, ¿no suena a expresión caduca o cursi? Él responde: «No, si uno lo expresa desde la idea de que el hombre está hecho para amar y ser amado. Ser cura hoy pasa por ser un hombre de Dios que busca amar a los demás viviendo el Evangelio, sin hacer piruetas ni cosas extrañas».
Y es que, para esta nueva generación, el cliché de «vivir como un cura» no se cumple: «Como dice el Papa Francisco, tenemos que ser padres y hermanos como san José. Francisco no quiere sacerdotes torturadores, sino que quieran acompañar, dar luz y esperanza a la gente».
Una generación más abierta
España y, en general, todo el orbe católico occidental atraviesa una severa crisis vocacional. «Siempre está la tentación de aumentar el número a costa de lo que sea, pero eso a la larga no funciona», explica Fernando Burgaz, formador de los estudiantes del Seminario de Nuestra Señora de los Ángeles. «Hay que acompañar a cada uno de cerca para que afiancen o no lo que sienten para depurar. Esta generación quizá llega con más heridas por el contexto social y familiar, pero también son mucho más abiertos a expresar y compartir esas debilidades», reconoce Fernando sobre unos jóvenes que no son muy diferentes de sus coetáneos.
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