Sociedad

Semana Santa

El Domingo de Ramos del Papa: de 300.000 personas en la plaza a 120 feligreses en la basílica

Francisco llama a los cristianos a vivir “desde la cátedra de la cruz” esta segunda Semana Santa marcada por la pandemia

El Papa en la misa del Domingo de Ramos
El Papa en la misa del Domingo de RamosGIUSEPPE LAMI / POOLEFE

El Papa arranca hoy una Semana Santa sin las multitudes a las que estaba acostumbrada Roma. Después de un 2020 en el que no se llegaba ni a la veintena de fieles que acompañaron a Francisco en la basílica de San Pedro a puerta cerrada, esta vez se superaban los 120 entre los religiosos y laicos, además de los cardenales curiales que concelebraron con él desde el altar de la Cátedra. Una mínima representación del orbe católico, teniendo en cuenta que el templo puede acoger hasta 20.000 personas y, sobre todo, sabiendo que esta ceremonia siempre tenía lugar en la Plaza de San Pedro, donde se pueden congregar hasta 300.000 personas.

Con las restricciones sanitarias aplicadas al dedillo, se mantuvo la procesión inicial de los ramos, en la que participaron solo los celebrantes. En ella, Francisco portó una palma blanca elaborada en la localidad alicantina de Elche.

Durante la homilía, el Papa invitó a los cristianos a vivir desde “la cátedra de cruz” que surge al ver “al Omnipotente reducido a la nada” y “despojado de todo”. “¿Por qué toda esta humillación? Señor, ¿por qué dejaste que te hicieran todo esto?”, se preguntó el Santo Padre, mostrándose convencido de que “lo hizo por nosotros, para tocar lo más íntimo de nuestra realidad humana, para experimentar toda nuestra existencia, todo nuestro mal”.

Al repasar el ajusticiamiento de Cristo “coronado de espinas y no de gloria”, así como “insultado y pisoteado”, se dirigió a Dios para pedir “la gracia del estupor” con el fin de acoger “a quien es descartado, acercándonos a quien es humillado por la vida, amamos a Jesús”. “Porque Él está allí, en los últimos, en los rechazados”, apostilló a continuación.

Para dar este paso adelante, Francisco animó a los católicos a “dejarse sorprender” por Cristo: “Hoy hay muchos que admiran a Jesús, porque habló bien, porque amó y perdonó, porque su ejemplo cambió la historia. Lo admiran, pero sus vidas no cambian. Porque admirar a Jesús no es suficiente. Es necesario seguir su camino, dejarse cuestionar por Él, pasar de la admiración al asombro”.

Como suele ser habitual en el Papa argentino, también hizo una autocrítica eclesial vinculada al inmovilismo, dejando caer que “tal vez nuestra fe ha sido corroída por la costumbre”. “Tal vez porque permanecemos encerrados en nuestros remordimientos y nos dejamos paralizar por nuestras frustraciones”, alertó.