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El año que la Iglesia necesita

La Razón
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lgunos «vaticanistas» contagiados por el tremendismo de algunos medios de comunicación han calificado el año 2018 como «annus horribilis» para la Iglesia en general y para el Papa Francisco en particular. En sus previsiones para el 2019 se han atrevido incluso a augurar una imparable crisis de credibilidad de la institución y del Pontífice.

Discrepo de ambos vaticinios e intentaré explicar el por qué. Es indudable que los últimos doce meses no han sido los mejores en la historia bimilenaria de la Iglesia; al infausto viaje a Chile se sumaron las impresionantes cifras de los escándalos sexuales en las diócesis del estado de Pensilvania y de la República Federal de Alemania y una difusa impresión de que no se daba la respuesta enérgicamente adecuada a estos escándalos.

Con la lúcida honestidad que le caracteriza Jorge Mario Bergoglio reconoció en su discurso del 21 de diciembre pasado a la Curia Romana que «este año, en el mundo turbulento, la barca de la Iglesia ha vivido y vive momentos de dificultad y ha sido embestida por tormentas y huracanes»; a la crisis suscitada por la revelación de una difundida pederastia clerical había que añadir la «infidelidad de aquellos que se esconden detrás de las buenas intenciones para apuñalar a sus hermanos y sembrar la discordia» (alusión evidente pero no explícita a las acusaciones formuladas por el ex nuncio apostólico en Estados Unidos Monseñor Viganò).

Además de estas «aflicciones» el Pontífice señaló la crisis de las migraciones, las numerosas muertes por falta de agua, alimentos y medicinas, la violencia contra los débiles y las mujeres, las guerras declaradas o no declaradas (38 según fuentes de la ONU), la tortura, el odio y la hostilidad hacia Cristo y los creyentes, la persecución e injusticia contra los cristianos.

Pero quedarse ahí sería ignorar un principio histórico: la Iglesia nunca ha sucumbido ante sus enemigos externos ni internos. En más de dos mil años de existencia ha superado las divisiones producidas por el cisma de Occidente y la reforma protestante, ha vencido el desafío de las herejías y la depravación de muchos de sus pastores, papas incluidos, del mismo modo que no han podido contra ellas los poderes hostiles del Imperio Romano, de los príncipes alemanes cómplices de Lutero, de los regímenes comunistas europeos y asiáticos, de los diferentes dictadores latinoamericanos.

El Papa tiene pues razones más que suficientes como para no considerarse derrotado por las insidias diabólicas y afronta el nuevo año con la confianza de que tampoco en el año 2019 a él personalmente y a la Iglesia católica le faltará «la verdadera luz de Jesucristo, luz del bien que vence al mal, luz del amor que vence al odio, luz de la vida que derrota la muerte».

En los meses que vienen , además de los seis viajes internacionales anunciados (Panamá, Emiratos Árabes Unidos, Marruecos, Bulgaria y Macedonia, Mozambique y Madagascar, Japón), se celebrará en el Vaticano una cumbre sobre la protección de los menores a la que acudirán los presidentes de todas las Conferencias Episcopales del mundo que será decisiva para definir estrategias capaces de prevenir que tales escándalos no se reproduzcan y de ofrecer a sus víctimas todo el apoyo y la solidaridad que se merecen. Como ya ha sido recalcado en diversos momentos la solución de tan grave problema no puede ser labor exclusiva del Papa, de la Curia Romana o de los Obispos individual o colectivamente sino de toda la Iglesia desde la base hasta su cumbre.

Otro acontecimiento muy importante y de imprevisibles consecuencias será la celebración de la Asamblea especial del Sínodo de los Obispos para la región amazónica que se llevará cabo en Roma durante el mes de octubre del 2019. Anunciado por Francisco en octubre del 2017 este Sínodo se está preparando concienzudamente. Se equivocan quienes crean que las conclusiones a las que se pueda llegar sobre algunos problemas graves –como la escasez de clero– se reduzcan exclusivamente a los ochos países regados por el rio Amazonas; puede haber sorpresas que vayan más allá de esos límites geográficos a corto o no tan largo plazo.

Creo que también en el curso de los próximos meses llegue a conclusión la reforma de la Curia Romana en la que ha trabajado desde su instalación, en el 2013, el Consejo de Cardenales que han ayudado al papa Francisco en tan difícil tarea (el conocido como C9 ahora reducido a C6). No será una panacea para desanquilosar un organismo tan necesario para el gobierno eclesial como oxidado por la rutina y el carrierismo.