Opinión

Acidia

O acedía, que de las dos formas se dice.

Esa palabra alude al estado de ánimo que suele adueñarse de las personas que alcanzan una edad provecta. Cicerón y Séneca, que escribieron sobre la senectud, reflexionan sobre esa dolencia del alma. Max Fritsch y Philip Roth, entre muchos otros de la nómina literaria de nuestros días, también lo han hecho. Lean, por ejemplo, el segundo volumen de los “Diarios” de Rafael Chirbes –A ratos perdidos 3 y 4 recientemente publicado por Anagrama.

Yo lo estoy haciendo. Es un volumen de muchas páginas, nada menos que seiscientas noventa y ocho. Aún no lo he terminado, pero su lectura es lo que me ha inducido a hablar hoy de la acidia en esta columna de pie forzado dedicada a la salud, a la enfermedad y a sus aledaños.

Chirbes, que nació en 1949 y murió en 2015, tenía cincuenta y seis años, quizá uno menos, cuando lo comenzó, y uno más cuando lo terminó. Pocos son, pensará el lector, para padecer tanta acidia como el libro, excelente, por cierto, transmite, pero Chirbes, al que tuve por amigo, casi siempre lejano, fue hombre dado a lo largo de su asendereada y solitaria vida a toda clase de excesos.

¿Es la acidia un achaque más entre los muchos que afectan a la vejez? Sin duda, pero no fisiológico ni anatómico, sino psicológico, como la ansiedad, la neurastenia o la depresión. Sus equivalentes o ramificaciones serían la desgana, la desidia, el desánimo, la flojera, la laxitud, la pereza, la acidez, el avinagramiento, la melancolía…

Las cosas que antes nos interesaban dejan de hacerlo. Saltar de la cama cuesta trabajo. Nada apetece. El viejo se convierte en lo que Heidegger llamó “un ser de lejanías”, aunque es más bien el mundo lo que deriva a ámbito lejano… Viene a ser lo mismo.

Antonio Machado lo definió muy bien en uno de sus poemas: «Solo, triste, cansado, pensativo y viejo». Lo último no lo era. Tenía menos de cincuenta años.

Los diarios de Chirbes terminan así: «Lo único grave es tener la cabeza vacía y la pluma seca. Ni siquiera puedo bajar al bar a tomarme un café o un gin-tonic. No creo que a estas horas, y en noche de Reyes, haya ningún bar abierto. Además, cómo voy a ir a ningún sitio, si huelo a tigre».

Y es que ni siquiera, ya, se duchaba… Acidia.