La Sanidad se asfixia sin que nadie se atreva a reformarla

El Sistema Nacional de Salud (SNS) ha llegado ya a una difícil encrucijada. O experimenta cambios drásticos en algunas áreas o corre serio riesgo de sucumbir, víctima de una crisis sin precedentes. Las razones que le han llevado a este negro diagnóstico son numerosas, pero, básicamente, tienen que ver con la financiación, la organización y la gestión. Así lo apunta al menos –y comparte el que esto escribe–, la catedrática de Economía Aplicada de la Universidad Complutense, Rosa Urbanos, quien es coautora, junto con otros dos expertos de máximo nivel como Ricard Meneu y Vicente Ortún, de un libro que intenta reactivar a las conciencias adormecidas, a la vista de varios síntomas indicativos de la decadencia sanitaria en España, eclosionados a raíz de la pandemia de covid.

A mi juicio, estos síntomas son el estado de la atención primaria, las disparadas listas de espera diagnósticas y quirúrgicas, y el retraso en la incorporación de nuevos medicamentos por culpa de la insuficiencia presupuestaria y de una apuesta por el economicismo. Poco se habla aún, en cambio, del que, en mi opinión, constituye el mayor de todos esos problemas: el del régimen que regula la actividad laboral de los trabajadores de los centros de salud y hospitales españoles, un modelo anacrónico y anclado en el pasado, que frustra el sacrificio e indulta la indolencia. La situación política no invita, sin embargo, al optimismo. No es esperable que un Gobierno sin apenas apoyos tenga redaños para acometer reformas en este régimen tan sindicalizado. El juego de intereses creados ha impedido cualquier mínima transformación intentada o esbozada en este sentido a lo largo de la historia. Sin este cambio, la Sanidad, asfixiada, sólo puede aspirar a mantener su inercia.