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El empoderamiento de la mujer rural

Viajamos al campo para ver cómo ganaderas y agricultoras viven el feminismo. Huyen de los extremos, quieren igualdad, pero sin «demonizar» al hombre. La brecha de género en zonas rurales es mayor que en la ciudad.

Como cada mañana desde hace 25 años, Manuela (48 años) sale de casa a las siete de la mañana en su pequeño camión cisterna. Conduce hasta el campo, donde le espera la leche recién ordeñada. Hoy, en Madridejos (Toledo), amanece nublado y en tierras de El Quijote, como es costumbre, el viento pega fuerte. 700 ovejas producen cada día la materia prima con la que esta empresaria rural fabrica después uno de los quesos más ricos de la región manchega. Está orgullosa del negocio que ella y su hermana levantaron hace más de dos décadas y de las pequeñas luchas diarias que ha superado con éxito en un sector dominado por hombres.

«No ha sido sencillo, cuando decidimos montar nuestra quesería nos veíamos un poco desubicadas, raras en cierto aspecto. Éramos ‘‘las chicas’’ que se dedicaban a hacer queso en el pueblo y así se dirigían a nosotras», cuenta mientras nos enseña el ganado y los métodos de extracción de la leche. Para ella, la lucha para conseguir que su labor sea tratada y respetada como la que hace el hombre es diaria, «y pese a que ha habido muchos avances y ayudas, todavía queda por hacer», apunta. Gema (45) y ella criaron a sus hijos mientras producían los quesos, los pequeños se metían en una de las habitaciones de la tienda mientras ellas estaban con las manos en la masa o atendiendo a la clientela.

«La mujeres siempre hemos tenido que hacer el doble para conseguir llegar a donde está el hombre», lamenta. De camino a su negocio, Quesos Reino (queso manchego El Vegazo), reconoce que «por supuesto que soy feminista», pero puntualiza. «No me gustan los extremos, hay que hacer todo lo posible por la igualdad y que los hombres nos miren del mismo modo que lo hacen a otros hombres; aun así, hay que entender que, queramos o no, hay diferencias físicas y trabajos que realizan mejor un sexo que otro. No tenemos las mismas capacidades, pero sí debemos tener los mismos derechos», comenta en alusión al debate actual sobre el feminismo en el que las posturas más radicales son las que suman más adeptos. «Mi hija –dice al volante– tiene 21 años y es mucho más reivindicativa y cuando digo estas cosas le molesta, aunque debemos de exigir igualdad, por no atacar a los hombres», sentencia.

Siempre en la sombra

Llegamos a Quesos Reina y su hermana Gema despacha unas cuñas de curado. Atiende a Antonia y a Rosalía, que al enterarse que estamos hablando del Día de la Mujer nos dicen que ellas el próximo martes como cada año hará en el campo una comida solo de mujeres para celebrarlo. Las propietarias cuentan los avances que ha habido en la lucha de género: «Fíjate, mi madre trabajaba en el campo con el ganado y hacía sola, sin ayuda de maquinaria, tres quesos diarios. También cuidaba del ganado, les daba de pastar, ordeñaba.... y todo lo hacía a la sombra de mi padre, sin poder cotizar a la Seguridad Social. Hoy en día eso ya no ocurre y es fruto de nuestra lucha».

En la pequeña tertulia que se ha montado en la quesería recuerdan como hace 25 años no había mujeres ganaderas «de manera oficial», afirma en alusión al papel secundario que siempre ocuparon las féminas en los quehaceres del campo. Ahora eso ya no ocurre, aunque, como matiza Gema, «en el tema de comercializar los productos siempre es más fácil si eres hombre, parece que todavía no se nos respeta igual en este sentido».

Las cosas de comer
Las cosas de comerCipriano Pastrano DelgadoLa Razón

Madre, ama de casa y temporera

Para ella ha sido fundamental la labor de las numerosas asociaciones de mujeres que han dado un impulso a su género, sobre todo, en el ámbito rural. «Por ejemplo, Fademur, nos pone en contacto a unas y otras, organizan cursos, nos dan visibilidad», dice. Se refiere a la Federación de Asociaciones de Mujeres Rurales, una agrupación que lleva años luchando por el empoderamiento femenino en el campo. Su presidenta, Teresa López, recuerda que, «aunque ha evolucionado la visibilidad, el reconocimiento y ya no hay trabas jurídicas que nos impidan acceder a la propiedad de las tierras, todavía arrastramos una herencia patriarcal inmaterial que nos hace tener menos y peores oportunidades».

Todas coinciden en que la lucha por la igualdad ha ido pareja a la de las mujeres urbanitas, pero lo que ocurre en el campo es que «los recortes en servicios básicos de los pueblos durante los últimos años ha provocado una sobrecarga en el trabajo que deben asumir», aseguran las entrevistadas. «Claro, cuando un pueblo no tiene ciertos servicios, colegios o transporte público, son las mujeres quienes asumen parte de ese trabajo, con el consiguiente empeoramiento de su calidad de vida», añade Teresa. En este aspecto coinciden las hermanas Cabra, que gestionan una pequeña empresa de azafrán en Madridejos, Zaffralia. Ana y Valentina plantan y recogen esta preciada especie y después la envasan para su venta tanto a particulares como a negocios.

«El campo es muy duro, en temporada de recolección es un trabajo muy esclavo», comentan mientras limpian la materia prima que tienen almacenada en grandes bolsas. «Nosotras además de trabajar en el campo también somos las que nos encargamos de la casa. El hombre trabaja, cuida el ganado, y nosotras además de hacer eso, también llevamos las cargas de la familia. Es una mentalidad que todavía sigue presente. Eso de que vayas a preparar la comida y te digan ‘‘¿En qué puedo ayudar? Me pone de los nervios. Adaptamos nuestro trabajo a las tareas de la casa y la familia, ellos no», confiesa Valentina, que es madre de dos niñas.

Machismos “resucitados”

En una de las paredes hay colgado un cartel de feministas en la que aparece una mujer «pin up» con un brazo tatuado. «Nosotras luchamos por la igualdad día a día, no solo el 8 de marzo. Pero no lo hacemos para demonizar al hombre, sino para darnos una mayor visibilidad y para conseguir que unos y otras seamos iguales en todos los aspectos de la vida», coinciden estas hermanas. Valentina teme que esta batalla que llevan librando años quede ahora ensombrecida por comportamientos machistas que parecían olvidados y que «resucitan» algunos jóvenes.

«Yo veo actitudes en los chicos adolescentes que me preocupan, como por ejemplo con la posesión de las mujeres», apunta esta agricultora. «Todavía hay cierta mentalidad de que el hombre es el que trabaja y la mujer la que debe mantener la casa. Nosotras siempre vamos corriendo a todos los sitios, tenemos que acabar nuestro trabajo lo antes posible para ir a preparar la comida. Ellos no se preocupan de esto», reivindica. Eso sí, a la hora de hablar cómo los políticos han utilizado el feminismo para conseguir votos coinciden en que es una vergüenza.

«Lo han radicalizado todo y los extremos no son buenos. Nadie esta en contra de nadie», añade Ana, que también es madre de dos hijos y cuando éstos eran pequeños la acompañaban a hacer las labores del campo. La lucha de estas mujeres no cesa, están dispuesta a llegar hasta el final. Sin embargo, los datos todavía siguen siendo muy negativos: representan el 37% de las personas receptoras de las ayudas directas de la Política Agraria Común y en cuanto a salarios, perciben un 36,67% menos que los productores hombres.

Por ello, Ana, Valentina, Manuela y Gema se siguen levantando cada mañana para mejorar su negocio y demostrar a un mundo todavía dominado por los hombres que ellas son merecedoras de los mismos derechos. «Incluso, en varios aspectos, sabemos hacerlo mejor que ellos», sentencia Manuela.