Coronavirus

El «Decamerón» del coronavirus: Vida interior, ropa interior

El Salvador vive su primer día de cuarentena domiciliar por coronavirus
El Salvador vive su primer día de cuarentena domiciliar por coronavirusRodrigo SuraEFE

Dentro de nuestras cabezas, intentemos ser positivos con todo esto del coronavirus; puesto que factores negativos ya nos llegarán en avalancha desde fuera. Centrémonos todo lo posible en fijarnos en los aspectos gratificantes del actual confinamiento.

¿Se dan cuenta de que, por un año al menos, nos vamos a librar del festival de Eurovisión? Entiendo la decepción de los eurofans por la suspensión. Pero ellos también deben comprender que, para el resto del género humano, el hecho de tener un respiro, durante doce meses, de presenciar ceremonias donde compositores adocenados se alían con diseñadores de vestuario ciegos y vengativos que indudablemente odian a la humanidad, puede ser positivo para la salud estética y mental de la colectividad. Quizá, a la luz de la experiencia de este año, podría arbitrarse una especie de ciclos bisiestos, cada equis tiempo, unas temporadas obligatorias de saneamiento libres de eventos sensacionales de focos y lentejuelas. Algo así como el vagón del silencio de algunos trenes, pero en sentido temporal.

Otro factor de lo más interesante y de agradecer es que, durante los meses que dure este estado de inquietud y temor, callarán la casi totalidad de profetas de la autoayuda que dicen cosas similares a «querer es poder» o «puedes cumplir tus sueños si lo deseas de verdad».

¿No es maravilloso? No dudo que, si a algún incauto se le ocurre intentar convencer estos días con eslóganes como ese a alguien que sufra un contagio involuntario, lo más probable es que corra el peligro de que le practiquen como respuesta una rudimentaria colonoscopia en vivo con un flexo. También por fin, se visualizará correctamente una cosa que era evidente desde que apareció la moda última de tener mascotas pero que nadie parecía atreverse a decir en voz alta. Y es el hecho de que son los perros quienes sacan a pasear a sus amos y no nosotros a ellos.

Pensemos también en todos los convites de boda y despedidas de soltería a las que nos vamos a evitar ser convocados. Y todas las fiestas de disfraces cutres de las que nos libraremos, concebidas en un momento de euforia y resueltas luego con un triste desfile de amigos que han improvisado una mamarrachada mal conseguida. Ahí no termina todo. En pocos días de confinamiento, se ha conseguido lo que parecía imposible: que desciendan las emisiones tóxicas de carbono en unas proporciones que Greta Thunberg llevaba reclamando mucho desde antes que descubriera en los últimos tiempos lo que significa la marca Evax . Con lo cual, tenemos ya un dato estadístico que demuestra que la reducción de emisiones puede hacerse.

Otra cosa es que la codicia vaya a impedírnoslo. Pero esas cifras de hoy pueden conseguir que presenciemos el milagro más grande de todos: ver a Greta sonriendo por una vez. Y justo ahora que está entrando en la pubertad pudiera ser que tuviera una sonrisa preciosa, cosa que suele pasar bastante entre las adolescentes en edad de merecer. Más prodigios positivos: la Prensa en papel que estaba en crisis recupera cierta posición protagonista. Y no es solo que sea más leída con el confinamiento, sino que, de seguir la escasez de suministros de papel higiénico la contribución de nuestra capacidad de proporcionarle utilidad al ciudadano medio será doble.

Obviamente, el primer chiste escatológico de todos los dietarios del coronavirus que están proliferando solo podía provenir de un catalán. ¿Y qué decir de la emancipación femenina? Ya denunciaba Bocaccio en la introducción de su Decamerón (¡en 1353!) que «las mujeres viven restringidas en sus voluntades por las órdenes de padres, madres, hermanos y maridos y están recluidas las más veces en el círculo reducido de sus cámaras». Aquellas mujeres que hoy en día todavía tengan que sufrir por razones laborales esa especie de auditorías sociales que son las convenciones indumentarias del sujetador apretado y el tacón alto, podrán durante unos días librarse de ellas con el teletrabajo. No se trata esta vez de quemar sostenes, como en la época feminista de los setenta.

En la actual situación, en lugar de prenderles fuego hay una posibilidad más benéfica y útil: convertirlos en mascarillas. Que se pare por un momento Fernando Simón a echar números; de cada sostén nos salen dos mascarillas. Con las de encaje pareceremos la Veneno, pero las del venerable color carne de la abuela no nos cambiarán apenas la fisonomía. No podemos flaquear ahora.

Los días que vienen van a resultar los peores porque será cuando lleguen las más trágicas y atemorizantes noticias, hasta que se detenga la subida de contagios hacia el pico de la pandemia. Saber que hay alguien ahí afuera al otro lado si nos sube la temperatura, para contrastar los temores y las paranoias y que el pánico no nos paralice, va a ser muy importante. Hay que cantar. Pero no como los lujosos horteras de Eurovisión, sino como aquellos inolvidables crucificados del final de «La vida de Brian» que lo hacían sin rimel ni lentejuelas, sino sumidos en el polvo y la abrasión. Hoy, más que nunca, bajo el fuego, hay que ver el lado luminoso de la vida y valorarla como jamás lo hemos hecho.