Sociedad
El final de la aventura para los jóvenes viajeros españoles
Estas son algunas de las historias de esos miles de jóvenes, estudiantes o viajeros, que se encontraban fuera de nuestro país y han tenido que interrumpir sus andanzas a causa del COVID-19
Son miles las historias de turistas o trabajadores que se han quedado en otros países con la imposibilidad de volver a España tras estallar la crisis mundial provocada por el COVID-19. Historias desesperadas de españoles atrapados pidiendo ayuda al Gobierno e intentando comprar vuelos cada día que no terminan de despegar y se ven cancelados. Muchos de ellos tienen un perfil muy particular.
Nos referimos a los pajaritos a los que la pandemia mundial arrastró a sus jaulas de nuevo, esos miles de jóvenes españoles, estudiantes o viajeros, que se encontraban en distintas partes del mundo viviendo una aventura a la que el coronavirus puso fin, o bien de vuelta a sus casas o al encierro del confinamiento en otros lugares. Para contarles estas historias nos desplazamos hasta uno de los mayores destinos de moda entre los jóvenes: Australia.
La decisión: volver o quedarse
Lydia, madrileña de 24 años, es ingeniera y con el dinero que tenía ahorrado, tras dos años ejerciendo su profesión, viajo a Sídney para aprender inglés y vivir una aventura. Tras seis meses estudiando y trabajando para pagar el alquiler, le quedaba lo mejor. Viajar. “Aquí todos los jóvenes que venimos estamos currando como locos para poder ganar el dinero suficiente, viajar y conocer el país”. Afirma que el mismo sábado que se declaró el estado de alarma en España, allí hacían vida normal. “No había ninguna medida tomada. Íbamos a clase y los bares estaban todos llenos. La mayoría de los estudiantes no vemos las noticias, tenemos falta de información. Yo, por ejemplo, me enteré por mi familia”, cuenta. Lydia dudó, pensó, volvió a dudar y, con todo el dolor de su corazón, tomo “una decisión precipitada, pero acertada”: Volver a España.
"La gente me decía que para qué iba a volver a España si la situación allí estaba peor”, explica. “Yo tenía miedo. Si aquí pasaba lo mismo no iba a poder estudiar, ni trabajar en la hostelería. Por lo tanto, no tendría ingresos y no podría pagar el alquiler, ni tampoco la sanidad si me pasaba algo”, cuenta. “Además, vivía en una casa con diez personas. Si uno lo cogía, ¿cómo se supone que haríamos la cuarentena si la mayoría compartimos habitación?”, recalca.
Cuando Lydia comunicó la noticia a sus compañeros, algunos le siguieron y otros tachaban la idea de descabellada. “Había extranjeros como yo que se han quedado porque confiaban más en la sanidad australiana que en la de su propio país. Yo confió más en la española, desde luego”, añade.
Narra como una de sus amigas que se quedó, ahora está intentando volver desesperadamente. “La gente le decía: ´Una cuerda que se queda aquí, menos mal`. Y yo pensaba: ´Bueno, a lo mejor me estoy equivocando´”. Ahora, casi dos semanas después de volver, “sé que hice bien. Allí ya ha empezado, pero con dos semanas de retraso”, afirma. Lydia asegura que muchos jóvenes que se encuentran en esta situación no ven la gravedad de lo que puede pasar. “Es duro abandonar la aventura, pero es una situación realmente nunca vista y no sabemos lo que puede pasar”, explica.
Opinión que no comparten otros, pues cada situación es distinta. Eva, madrileña de 25 años, se encuentra en Melbourne: “Yo no he intentado volver, pero si barajé la opción. Al ver todo tan complicado, ni me molesté”. La joven asegura que tiene muchos amigos allí intentándolo: “Procuramos estar en contacto con más gente de otras partes de Australia que les sucede lo mismo y así ayudarles”, expresa.
Pablo, madrileño de 20 años, se fue a la ciudad noroeste australiana de Cairns, también, a vivir su aventura. Ahora está hospedado en un colegio aprendiendo inglés. Aunque esté allí, su aventura se ha visto truncada: “No hay una normativa para este centro por el momento, así que creo que es de los únicos que sigue abierto, aunque no podemos salir”. “Hace poco un alumno se fue a pasar el fin de semana a Brisbane sin decirle nada a los trabajadores del centro. Los alumnos se enteraron y se lo dijeron. Estuvo 15 días en aislamiento por precaución”, explica. “En el caso de que hubiese un contagio aquí, el colegio se cerraría dos semanas o un mes para desinfectarlo y después podríamos volver”, asegura.
El joven confiesa que si esto ocurriese tendría dos opciones. La primera, volver a España de la manera que fuese. La segunda si eso no fuera posible, alquilar una casa entre varios compañeros y compartir alquiler. “Tampoco puedo hacer mucho más. Me han recomendado volver, pero la situación es peor allí que aquí. Hasta que no se me agote la visa o se lie mucho, no vuelvo”, afirma. Sin embargo, si expresa preocupación por la situación de algunos de sus familiares, los cuales están pasando la cuarentena solos.
Conseguir un vuelo: hasta 6.000 euros para volver a España.
Una vez tomada la decisión de volver, solo faltaba que esos pajaritos pudiesen volar. Los aviones cambian constantemente de precio. “Por ejemplo, un vuelo antes de hablar el ministro del Exterior español costaba 450 euros y después de que hablara ya estaba a 1.500”, afirma Lydia. Ante tanta incertidumbre, decidió ir al consulado español en Australia para pedir ayuda. Lugar, por cierto, en el que le recomendaron que, si quería volver, lo hiciese ya. Le informaron de que Qantas, la aerolínea más popular australiana, había cancelado todos sus vuelos a España. “Antes llegaban a Madrid tres vuelos diarios, cuando yo me vine uno, y ahora...”. La joven cuenta que le explicaron que España iba a admitir a todos los españoles, tuvieran o no coronavirus. El verdadero problema estaba en la forma de llegar y es que ninguna aerolínea quería viajar a España.
“Nuestro país no iba a hacer ayudas externas porque, obviamente, no somos conscientes de la cantidad de gente que hay fuera de España. La gente se queja de que España no les está ayudando. No es que no te esté ayudando, es que hay miles y miles de personas en tu situación", comenta. Lydia, sin embargo, si se muestra muy crítica con las compañías aéreas y “lo poco éticas que están siendo. No es normal que, porque haya gente desesperada, estén jugando con los precios. Los que queremos volver vamos a pagar 7.000 euros por un vuelo, claro que sí. Se están aprovechando y es una vergüenza”, finaliza.
Finalmente, Lydia cogió el avión un viernes, pero no todo iba a ser tan fácil. Ese mismo miércoles de antes, “sin que nadie me lo notificase”, se metió a la app para ver el estado de su vuelo y marcaba cancelado. Los teléfonos estaban colapsados, así que acudió al aeropuerto a hablar con la mismísima aerolínea y reclamar. Eso sí, la joven preparó una mochila con los esencial y dos cambios de ropa por si le reasignaban el vuelo en ese momento y no había otro. “Ya pensaría como enviarme el resto de cosas después, lo importante era llegar a España”. A Lydia le reasignaron en un vuelo que salía el jueves y tuvo el tiempo justo para hacer la maleta y volver al aeropuerto.
“Fui una afortunada. He tenido hasta suerte”, explica. Lydia cuenta que otro de sus amigos, Juanjo, que estaba en Bali, una vez declarada la situación de alarma, también decidió volver. No pudo hacerlo regresando a Australia, puesto que no aceptaban vuelos de Asía, así que cogió un avión desde allí. Aquí empezó, de nuevo, la odisea. “Pasó una hora y se lo cancelaron. Volvió a coger otros dos vuelos e igual. Ninguna aerolínea le daba soluciones”, narra. Finalmente, el joven voló a Yakarta pensando que la capital de Indonesia le daría más probabilidades en su propio aeropuerto. Y, efectivamente, había un vuelo a Madrid, pero horas más tarde también se canceló. “Le dijeron que la única manera era volar a Londres y allí intentar coger una conexión a España”, explica. Y así lo hizo. “Al final, consiguió llegar a España, pero se gastó 6.000 euros. Eso, más el dinero perdido de todos los viajes que ya tenía planeados”, sentencia y añade que “la gente que estamos fuera nos hemos dejado mucho dinero al volver”.
La vuelta: sin medidas de seguridad ni responsabilidad.
La joven cuenta que el viaje de vuelta aquel 19 de marzo no tuvo ningún tipo de medida de protección. La fila del check-in, la del control y la de entrada al avión “la hicimos todos juntitos como sardinas en lata. No todo el mundo llevaba mascarilla y guantes”.
“Yo pensaba que estarían reajustando los vuelos para que no fueran llenos por precaución, pero cuando me senté en el avión me di cuenta de que no era así. Reasignaban a la gente en vuelos para llevarlos completamente llenos”, cuenta. Sin duda, la joven considera que en este viaje de avión vivió uno de los momentos más emotivos de su vida: “Cuando tocamos tierra, justo cuando el avión aterrizó, todo el mundo se puso aplaudir y a llorar de la emoción. No nos creíamos que por fin hubiésemos llegado. El vuelo estaba plagado de jóvenes que, como yo, tenían que abandonar sus aventuras, de pajarillos que volvían a casa”, explica. La joven ingeniera conoció miles de historias: “Había un chico que estaba trabajando en Bali y volvía porque era enfermero y quería ayudar a su país. Recuerdo otro que venía de voluntariado en Kenia y no sé cuántas escalas me dijo que llevaba”, comenta.
Al llegar al aeropuerto Adolfo Suárez de Madrid, comenzó la odisea para aquellos que tenían que viajar a otros puntos diferentes de España. “A una chica venía su padre a recogerla de Almería, aun sabiendo que podrían multarle. Otro chico optó por el AVE para volver a su pueblo. Había que buscarse la vida”, recalca. Lydia cogió un taxi hasta la casa de su hermano en el barrio del Retiro: “No quería irme a casa de mis padres porque al ser mayores les pondría en riesgo si yo estaba contagiada. Sin embargo, en los reencuentros del aeropuerto vi a muchísima gente dándose abrazos y besos. Yo también tenía ganas, pero me parece una falta de responsabilidad”, crítica la joven.
Ahora que dos semanas después la mayoría de sus compañeros de piso en Australia están contagiados, sabe que hizo bien. “Seguramente yo también sea positivo, pero no lo sabré nunca. Allí, al no estar todavía colapsados, sí te hacen los test”, narra. Lo más duro para la joven es haber vuelto a casa después de seis meses y no poder abrazar o ver a sus seres queridos. “Yo pretendía que mi vuelta fuera sorpresa y pillar a todo el mundo de imprevisto. Ahora vuelvo, no veo a nadie y siento como si todo lo que he vivido estos meses no hubiera pasado y hubiese sido un sueño, no soy consciente. Esto parece una película”, acaba.
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