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Las cicatrices del coronavirus: así queda “marcada” la piel de los sanitarios

Estos son los rostros de la “guerra sin balas” que se libra cada día. “A veces llevamos tres mascarillas, dos gorros, tres pares de guantes, gafas..., antes de ponértelo ya duele la cara”, reconoce una enfermera

Varios sanitarios del Gregorio Marañón muestran las marcas que les dejan los equipos de protección en el rostro
Varios sanitarios del Gregorio Marañón muestran las marcas que les dejan los equipos de protección en el rostroLa Razón

Sus marcas en la piel han dado la vuelta al mundo. Son el mejor ejemplo de su sufrimiento. El de miles de sanitarios que tras jornadas maratonianas en el hospital llegan a casa el dolor grabado en su rostro. Son esas “cicatrices” que acompañan al cansancio, a la pena y a las extremas medidas de prevención que ha impuesto el coronavirus. Hablamos con Almudena López de Lerma, una enfermera del Gregorio Marañón que junto a otros compañeros como Ana, Raúl y Mar, nos muestran los estragos que las mascarillas, gafas, y pantallas protectoras han causado en sus rostros. “Todo el equipo de protección se te clava en la cara de una manera impresionante. De hecho, cuando me estoy vistiendo, ya me duele la cara, incluso antes de ponérmelo”, confiesa Almudena, nacida en Badajoz, pero que ya es madrileña de adopción.

“Además, una vez que te has puesto todo el equipo, no te lo puedes tocar, porque las manos ya están contaminadas. Así que, por ejemplo, si te has puesto mal la cincha de las gafas te tienes que quedar con ello así hasta que termine el turno, y eso no siempre sabes cuándo va a ser”, añade. Dicen que a ellos mismos les impacta cuando al finalizar el día, se miran al espejo. Llenos de sudor, con toda la cara con surcos, los cuales tardan tiempo en desaparecer. En ocasiones llevan puestas hasta tres mascarillas, dos gorros, tres pares de guantes, a los que hay que sumar la bata, las gafas, la pantalla.... “Es impresionante la verdad”, dice esta enfermera de 30 años.

“Salimos sudando, los materiales con los que están hechos los EPIS no transpiran, las gafas son plástico y luego cuando salimos a la calle nos da un guantazo de frío...”, reconoce. Pero para todos ellos esto es un mal menor, porque lo que importa es salvar vidas, ayudar en todo lo posible, doblar turnos. “Si algún compañero cae enfermo tenemos que arreglárnoslas para cubrirle, yo hay días que he entrado a trabajar a las tres de la tarde y he salido a las ocho de la mañana del día siguiente”, dice Almudena. Ella lleva siete años trabajando en el Gregorio Marañón y nunca se ha enfrentado a una situación como esta. Describe cómo la biblioteca del hospital se ha convertido en una UCI con una veintena de camas. “Yo no soy enfermera de UVI, yo soy de urgencias, pero ante esta situación extrema se ha reorganizado todo. Nos vamos defendiendo, he tenido que sacar hasta los apuntes de la carrera para repasar algunas cosas”, reconoce.

Aunque admite que es una “apasionada” de su trabajo, “lo de ahora es un horror, antes de ir al hospital estoy nerviosa, y cuando salgo, me voy destrozada a casa, porque es como estar en la guerra, no hay balas, pero...”. Antes de dormir su cabeza va a mil, empieza a recordar cosas que han ocurrido durante su jornada laboral y lleva el agobio. “Sé que me contagiaré, pero bueno, es a lo que nos enfrentamos. La mayoría de las personas con las que trabajo ya lo han cogido. Mi familia está muy preocupada, pero bueno, tengo la suerte de vivir sola y no correr el riesgo de infectar a mi entorno en caso de coger el coronavirus. La verdad es que todo esto te deja psicológicamente hundida”, asevera.