Refugiados
Volver a empezar de cero (otra vez)
Magid abandonó Siria solo, con 17 años. En marzo de 2019 abrió en Madrid su primer bar de copas. Justo un año después, se declaró el estado de alarma en España
El último informe anual de ACNUR, la agencia de la ONU para los refugiados, es demoledor. El número de menores desplazados se estima entre 30 y 34 millones. Esta cifra supera, por ejemplo, a la suma de las poblaciones de Australia, Dinamarca y Mongolia juntas.
Magid ha sido uno de esos menores no acompañados. Abandonó Siria solo, con 17 años, en 2012, en plena guerra.
«Me llamaban a filas, tenía que entrar en el Ejército. Está claro lo que pasa entonces: o matas o te matan».
Primero huyó a Egipto, de allí a Líbano, para después ir a Turquía y de vuelta a Líbano, donde consiguió el visado para entrar legalmente en España, en avión. «Yo quería venir aquí. Es más difícil y no hay tantas ayudas como en Alemania o Suecia, pero lo prefiero», confiesa Magid, que ya ha asumido que nunca volverá a Siria.
«Llevo sin ver a mi madre desde que salí de Damasco. Y no creo que sea posible que nos veamos en un futuro cercano», reconoce el joven que ya tiene 25 años.
Una vez en Madrid, Magid se buscó la vida. «Hice de todo. Hasta una época fui ayudante en un estudio de tatuajes. Me metí en el mundo de la noche como relaciones públicas, se me daba muy bien, y eso que al principio no hablaba nada de español. Pero me sirvió para darme cuenta de que quería ser coctelero».
Por fin, después de muchas carambolas y contactos, el 15 de marzo de 2019 inauguró su primer bar de copas en el centro de la capital. Un pequeño local en el madrileño barrio de Sol con el que su sueño se cumplía.
Contrató a una camarera y a un vigilante de seguridad que también controlaba el aforo. Trabajando duro, a principios de 2020, conseguía recuperar la inversión inicial y las reformas que necesitaba el bar. Empezaba tímidamente a ganar por fin algo. Hasta que llegó el coronavirus y se llevó todo por delante.
«Aun no he podido abrir, por lo que no tengo ingresos». Magid reconoce que como es autónomo, está recibiendo la ayuda por cese de actividad y que gracias a que su casera le ha rebajado el alquiler a la mitad puede sobrevivir. Con el dueño del local, no ha sido tan fácil, y las deudas se acumulan. «Hemos llegado a un trato y en cuanto abra tendré que ir pagándole estos meses. Es decir, en caso de que vuelva a hacer caja, todo el dinero será para él», augura.
Ahora está desesperado, porque aunque Madrid esté en la «nueva normalidad», su local no dispone de terraza. Además, al ser ocio nocturno, igual hasta el 5 de julio no puede subir el cierre.
«Tampoco hay turistas, la zona de Sol es muy de guiris. Entre semana, nuestro público era sobre todo estudiantes Erasmus» que ahora han desaparecido. Magid habla un español embaucador, que aprendió en la calle y gracias también a una novia madrileña que tuvo. Controla la jerga a la perfección. El joven adereza la conversación con palabras como «chapuzas» o «mindundis».
«No sé qué haré a partir de ahora, pero está claro que no puedo quedarme de brazos cruzados. Tendré que, una vez más, volver a empezar».
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