Nevada
Falta el meteorito
Los dioses ya no saben qué hacer para que nos quedemos en casita. Mandan la gran epidemia del coronavirus. Una ola, dos, tres. Después del confinamiento obligatorio y horribilis, en el que no había manera de pasear las calles, se nos abre la puerta y todos los que tenemos dos pies sanos a usarlos. Demasiado. Sin barreras. Calle y casa ajena, calle y bar, calle y fiesta. Que no, que no os juntéis en Navidad. ¡Pues prohibición absoluta, coño, que no entendemos de otro modo! Es asombroso las ganas de cachondeo de los humanos por aquí. Pues bien, ya tenemos la tercera, ahora a confinarse. Ja, ja, ¿hay multa gorda? ¿Qué no? Pues yo al solecito mañanero y a la música nocturna. ¡Enviaremos una gran nevada al centro de iberia! bramaron los dioses. Y los humanos la llamaron Filomena, como mofándose. Venga y venga a caer nieve y todos flipando de alegría. Inconscientemente pensábamos que era una señal del cielo contra el canallavirus. Esto es el cierre final, creímos. Y los jóvenes se tiraron por las cuestas sin mascarilla, e hicieron bolas de nieve gigantes para mantener fresquitos los botellines. Madrid la noche de la gran nevisca parecía una de zombis. Mis amigas y yo, postmenopáusicas todas, volvíamos de un cultural evento patinando con el coche por la calle de Alcalá. De pronto, comenzaron a salir humanos oscuros como zombis y tomaron las calzadas. Nosotras, insensatas, no entendíamos qué pasaba hasta que nos quedamos varadas en un semáforo. Ni grúa, ni bomberos, ni policía. Solo frío y caminar. Fuimos afortunadas y llegamos a casa entre un gentío celebrante. El virus no se fue. Ahora solamente falta que nos tiren el meteorito a ver si paramos.
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