Pandemia

Cazadores de virus

Centros médicos y de investigación de todo el mundo desarrollan planes para detectar y neutralizar los miles de virus que amenazan con provocar la próxima pandemia

Investigadores trabajan con muestras de la Covid-19
Investigadores trabajan con muestras de la Covid-19Francisco GuascoEFE

¿Con la que está cayendo en el presente es tiempo de mirar hacia el futuro? ¿Puede haber algún experto en epidemiología que se resista a observar los datos diarios de contagios de SARS-Cov-2 y dedique sus días al estudio de otras infecciones latentes y aún desconocidas? Lo hay, son los cazadores de virus, los investigadores de todo el mundo que, en medio de la peor crisis sanitaria de las últimas décadas, se dedican a tratar de prever cómo será la próxima. Ayer mismo, Bill Gates presentó a través de su cuenta de Twitter una propuesta para prevenir futuras pandemias. Para Gates, «necesitamos nuevas capacidades, un sistema de alerta global y un equipo de primera respuesta que se encargue de las enfermedades infecciosas». Un equipo al que Gates denomina «escuadrón de bomberos pandémico».

En el Centro de Enfermedades Infecciosas Emergentes de la Cruz Roja en Bangkok han adelantado los relojes. Sus laboratorios tienen ya la vista puesta en 2022 o 2023 cuando, ojalá, la Covid-19 haya pasado a ser una enfermedad respiratoria controlada y sea el momento de preparar al mundo para la próxima amenaza. Allí trabajan especialistas como la doctora Suparnon Wacharapluesadee, miembro del programa internacional Predict para la detección de nuevas pandemias. Ella tiene la suerte de vivir en uno de los pocos países del planeta que supo controlar la Covid. Tailandia detectó el primer caso fuera de China, actuó con contundencia y a día de hoy contabiliza menos de 25.000 casos y 80 muertes (aunque desde diciembre de 2020 su curva de incidencia está en aumento).

En este centro de investigación se ha puesto el foco en los virus ocultos que hoy pululan por la naturaleza y que pueden producir una nueva crisis sanitaria. Entre ellos, preocupa especialmente un microorganismo que no es nuevo, pero que ha cobrado especial interés en el último año: el virus Nipah. El virus dio la cara en 1999 cuando una extraña mortalidad animal en la localidad malaya de Sungai Nipah llamó la atención de los expertos. Las víctimas más numerosas eran los cerdos. En cuestión de meses, los propios granjeros empezaron a enfermar de encefalitis y neumonía. La mitad de los contagiados moría. Dos décadas después, en diciembre de 2019, se celebraba en Singapur la Conferencia Internacional sobre Virus de Nipah, el primer esfuerzo global para entender la amenaza de este microorganismo. En ella se informó de que se han producido brotes periódicos en Malasia y Bangladesh, con ratios de mortalidad de entre el 40 y el 90 por 100 de los infectados. Pero la emergencia del SARS-Cov-2 hizo olvidar estos datos.

En estos momentos, Nipah es uno de los nombres que más preocupa a la Organización Mundial de la Salud, que lo ha incluido en la lista de las 10 amenazas de seguimiento prioritario para los próximos años. No hay vacuna contra él, es altamente mortal y ya ha habido varios brotes, lo que facilita mutaciones que puedan traspasar la barrera humana con más facilidad. Para la doctora Wacharapluesadee, la principal preocupación relacionada con este microorganismo es su periodo de incubación extraordinariamente largo que puede llegar a 45 días. Eso supone el equivalente a tener a una persona asintomática de Covid viajando despreocupadamente durante mes y medio. Las probabilidades de contagio se disparan. De momento varios equipos de investigación en Tailandia y Camboya están rastreando poblaciones de murciélagos en busca de mutaciones del Nipah que sirvan de señal de alarma para posibles futuros brotes. Lo cierto es que la pandemia de Covid-19 ha reducido considerablemente la afluencia de recursos para su trabajo. Ninguno de los expertos implicados en estas investigaciones cuenta ahora con las herramientas necesarias para detener el próximo brote. Si Nipah salta de nuevo del murciélago al humano es probable que lo notemos, como ocurrió con el SARS-Cov-2, cuando ya sea demasiado tarde.

Mientras medio mundo ponía sus ojos en los murciélagos, el Servicio de Enfermedades Infecciosas del Hospital Vall d´Hebron prefaría mirar a otros animales alados más pequeños: los mosquitos. Desde aquí el proyecto Peris sirvió para generar una plataforma informática de alerta de arbovirus (virus causantes de enfermedades emergentes transmitidos por mosquitos). Los arbovirus son infecciones muy peligrosas para la salud, como es el caso del Zika, el dengue, el chikungunya o el virus del Nilo Occidental, en especial en población vulnerable como las gestantes o personas con la inmunidad deprimida. La creciente presencia del mosquito tigre en el área mediterránea lo convierte en la principal amenaza para que aparezcan arbovirus autóctonos en Cataluña. Proyectos como éste se hacen más necesarios tras la aparición el verano pasado de varias decenas de casos de fiebre del Nilo en Sevilla.

Lejos de nuestras fronteras, los entomólogos de la Colección Nacional de Mosquitos de la Smitshonian Institution de Estados Unidos recolectan ejemplares de una variedad especialmente sensible, Aedes vittatus, una nueva edición de los más de 3.500 mosquitos que pueden producir enfermedades en humanos. El insecto es endémico en India y hasta ahora nunca había sido detectado en Occidente. La preocupación de los expertos reside ahora en la inusitada movilidad de estos agentes infecciosos. De India a Estados Unidos, de África a Cataluña… En los tiempos en los que los mosquitos permanecían fácilmente confinados en sus lugares endémicos, 700 millones de personas caían infectadas cada año por patologías más o menos graves provocadas por su picadura. Ahora que los cambios del clima y el tránsito global de mercancías expanden sus áreas de acción no es descabellado pensar que la próxima gran pandemia llegue a lomos de ellos.

O quién sabe si a lomos de un animal mucho más cercano, el cerdo. El último brote epidémico de gripe porcina en humanos ocurrió en 2009. La cepa H1N1 del virus que comúnmente afecta a los cerdos saltó a nuestra especie muy probablemente a partir de una pequeña explotación ganadera en México. Los primeros casos humanos se detectaron en enero de ese año. En 2010, cuando la OMS declaró el final de la pandemia habían sido afectados 74 países. Murieron entre 100.000 y 500.000 personas. La gripe fue controlada en menos de un año, pero el virus no ha desaparecido. De hecho es responsable de cientos de miles de casos de fiebre leve, malestar o tos cada año.

Ya no es una preocupación, pero su latencia sigue suponiendo una amenaza. ¿Podrá algún día volver a mutar en una cepa mortal? Para tratar de evitarlo, en la actualidad existe un proyecto de monitorización de más de 2.500 granjas de cerdos en Europa. Se ha descubierto que en más del 50% de las granjas hay casos de virus de gripe porcina. Es como un caldo de cultivo ideal para que algún día uno de esos virus vuelva a saltar a los humanos reforzado. Los sistemas de producción animal adoptados mantienen a los cerdos vivos durante un periodo corto de tiempo.

En la mayoría de los casos se les sacrifica antes de que su sistema inmunitario está desarrollado para combatir un virus como éste. De manera que una granja es una bomba de relojería. En Europa, los altos estándares de salud animal exigidos reducen el riesgo pero no lo eliminan plenamente. Hay que tener en cuenta que el tamaño medio de las explotaciones se ha multiplicado hasta por 10 en lo que va de siglo XXI. Tenemos granjas cada vez más pobladas. Más sanas y seguras, sí, pero la pandemia es una lotería que ganas si tienes más papeletas.

Hoy sabemos que el 75% de las enfermedades emergentes que afectan a los humanos tienen origen animal. Cuál será la próxima es imposible saberlo. Pero no hay duda de que llegará. Cuando el espanto de la Covid-19 pase haremos bien en vigilar los puntos más calientes del planeta donde es posible que ya se esté gestando una «Covid-23».