Vaticano
El Papa jubila al cardenal Robert Sarah, su espada de Damocles
Francisco acepta la renuncia del “ministro” para el Culto Divino después de ocho años ejerciendo de opositor a las reformas del Pontificado
El cardenal guineano Robert Sarah deja de ser el prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Francisco ha aceptado su renuncia después de que el purpurado cumpliera 75 años el pasado junio, edad prevista para la jubilación de los ‘ministros’ vaticanos.
De esta manera, el Papa argentino prescinde de uno de los curiales que tanto de puertas a dentro como para afuera ha visibilizado su oposición tanto a la reforma como al estilo impulsado durante este pontificado. Él mismo se ha erigido como defensor de la ortodoxia católica y no le ha importado que le identificaran como garante de la tradición, aunque siempre ha cuidado no traspasar la línea roja y asegurar que considerar que él es la oposición a Jorge Mario Bergoglio, tan solo eran ‘tonterías’.
Francisco, una vez más, ha manejado los tiempos con una maestría propia de aquel que supo sacar provecho de la lectura de ‘Estrategia’, de sir Basil Liddell Hart. El Papa argentino maneja como nadie la planificación a medio y largo plazo frente aquellos que le buscan algo más que las cosquillas. A los pocos meses de llegar a Roma, ya Sarah se la jugó en los pasillos vaticano y dejó caer algún que otro dardo contra Bergoglio en foros. El Santo Padre calló. A medida que se multiplicaban los desaires y el ‘ministro’ de los Sacramentos se iba de gira por catedrales y universidades de medio mundo -con España, como una de sus escalas preferidas-, los más cercanos a Francisco le pedían su cabeza. Los opositores al Pontífice también deseaban ese movimiento para hacerle ver al mundo que el Papa de la sonrisa no aguantaba ni media crítica. Pues bien. Bergoglio siguió hacia adelante. Ocupándose de las crisis de verdad: la de los abusos y la económica. No es que la obsesión de Sarah por restaurar las misas en latín no lo fuera, pero para el Papa simplemente eran y son matices dentro de la diversidad eclesial y de ese concepto de poliedro que para él es la Iglesia y el Pueblo de Dios, donde todos caben.
Ni tan siquiera salió de la boca de Francisco un exabrupto cuando hace justo un año, Sarah presumió de haber escrito un libro a cuatro manos con Benedicto XVI sobre el celibato sacerdotal como advertencia y presión porque intuía que el Papa abriría la puerta en su exhortación apostólica que estaba ultimando tras el Sínodo de la Amazonía. Nada más lejos de la realidad. Bergoglio orilló el tema y, sin embargo, quedó al descubierto un cierto tejemaneje de Sarah para embaucar al Papa emérito en un plan para mostrarle como opositor a su sucesor con la complicidad de su secretario, Georg Gänswein. Pero ni con esas lograron sacar de sus casillas al inquilino de la Casa de Santa Marta de esta última década. Tan solo de vez en cuando, el Papa ha hecho un llamamiento a la unidad, ha condenado los cotilleos y ha insistido en condenar el uso de la doctrina como una losa que pese sobre las personas. Unos mensajes que lo mismo eran aplicables para Sarah que para otros tantos.
Y llegó el verano pasado. El cumpleaños de Sarah, en junio. Se esperaba un despido fulminante. Un adiós con letreros luminosos con el que el sucesor de Pedro mostrara su autoridad frente al adversario. Pero el Papa no dice ‘esta boca es mía’. En estos ocho años no ha maniobrado ni con los tiempos ni con las maneras de la política. Ahora no podía ser menos. ‘Finezza vaticana’ con acento porteño del veterano arzobispo de Buenos Aires que aprendió mucho de los arranques populistas de los Kirchner como para repetir esos mismos errores en
Roma. De ahí que haya dejado un margen de unos meses y haya firmado la carta de jubilación cuando las aguas más tranquilas estaban, cuando nadie puede asociar el adiós a Sarah a uno de sus muchos desplantes.
Con este cese, se desvanece a la vez la candidatura del ya ex ministro como papable. Tenía el atractivo de ser un candidato africano y de color, pero con un arraigado sentir y proceder más propio de otras latitudes. Tenía, porque en este tiempo en el que Francisco ha ampliado el colegio cardenalicio, le han salido otros competidores más jóvenes y con un perfil más misionero. Ahí está el cardenal centroafricano Dieudonné Nzapalainga, garante de la paz en su país. O con el cardenal arzobispo de Washington, Wilton Gregory, considerado el ‘Mather Luther King’ de la Iglesia norteamericana.
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