El síndrome oculto de la pandemia
Maskné: Las huellas en la piel de la mascarilla
El fin del uso del protector al aire libre frenará el imparable aumento de enfermedades dermatológicas que provoca
El debate sobre el uso de las mascarillas ha vuelto a activarse. Estados vecinos como Francia y Portugal empiezan a levantar la obligatoriedad de llevar protección en espacios abiertos. Italia se lo piensa y en nuestro país se ha puesto ya fecha para dejar de llevarla al aire libre: el día 26 de junio. Se mire como se mire, parece que la imagen de cientos de personas paseando por la calle con el rostro tapado tocará pronto a su fin. Será sin duda extraño el momento de volver a salir al aire libre a cara descubierta y notar el frescor en la mitad inferior de nuestras cabezas, respirar sin filtros, olfatear el ambiente y, quizás, encontrarnos con que nuestra piel no es la que era.
Y es que tras año y medio de uso continuado del tejido protector contra la transmisión de la Covid-19 los dermatólogos de todo el mundo empiezan a apreciar un considerable aumento de patologías relacionadas con la piel del rostro, pérdidas de tersura, eczemas, dermatitis y otras dolencias directamente provocadas por el exceso de contacto con las protecciones. Es el denominado «maskné» (acné de la mascarilla).
El problema, del que se tienen referencias desde el comienzo de la pandemia, acaba de ser elevado a categoría médica tras la publicación de una revisión internacional en la revista científica British Medical Journal. En ella se identifican los tipos más comunes de maskné, se trata de abordar un estudio clínico de la prevalencia del mal y se apuntan las causas más habituales.
Es difícil establecer cuánta gente se ve afectada por esta dolencia. Probablemente, todos los usuarios habituales de mascarilla experimentemos en alguna medida alguna afectación en la piel de la cara. La inmensa mayoría de esas dolencias, por supuesto, serán leves.
El mal no es, ni mucho menos, nuevo. El personal sanitario o los trabajadores que llevan equipos de protección asiduamente saben bien que este tipo de alteraciones dermatológicas son un problema recurrente. Ni siquiera es nueva del todo su relación con las pandemias. En 2006, PubMed publicó un análisis sobre el aumento de casos de dermatitis en la cara provocados por el uso de mascarillas durante el anterior brote de SARS (reconocido en febrero de 2003). En ese caso se utilizó como población piloto a los trabajadores del National Skin Center y del Hospital Tan Tock en Singapur, que debieron llevar mascarilla durante toda su jornada en el periodo de riesgo de contagio de SARS. Se estudió a más de 300 individuos. El 59,6% de ellos reportó algún episodio de acné; el 51%, picores en la cara; el 35% eczemas, según los resultados obtenidos. Todos ellos se protegieron con mascarillas N95.
Los datos son similares hoy. El último trabajo al respecto ha sido liderado por la investigadora Leelawadee Thechasatian, en Tailandia. A partir de los datos obtenidos en hospitales de su país ha podido demostrar una prevalencia de enfermedades dermatológicas producidas por la mascarilla en el 54,5% de las personas estudiadas. La patología más frecuente es el acné (40%) seguida de dermatitis atópicas, eczemas y prurito.
Se ha demostrado en este estudio que las mascarillas quirúrgicas presentan un riesgo algo superior de dermatosis que las de tela y que la peor práctica es la reutilización de las mascarillas: usar la misma varias veces multiplica casi por dos el riesgo de afectación comparado con cambiarla todos los días.
El problema es que durante la primera parte de esta pandemia de Covid-19, una gran cantidad de estos casos ha quedado sin diagnosticar. Muchos pacientes no han informado de las dolencias (salvo que se agudizaran en extremo) y en los casos en que se reportaron la imposibilidad de acudir a asistencia presencial dificultó el diagnóstico.
Además, no existe un solo tipo de «maskné». Se han descrito hasta nueve patologías diferentes derivadas del uso de mascarilla.
Probablemente, el síndrome más habitual relacionado con el uso sanitario u ocupacional de la mascarilla es la dermatitis de contacto. Se trata de un tipo de eczema causado directamente por el roce de los tejidos sobre la piel. Suele producirse en el puente de la nariz y en la zona alta de las mejillas. Aunque nadie está exento de padecerlas, suele ser más habitual en personas que previamente ya han experimentado episodios de dermatitis atópicas. En estos casos, los expertos recomiendan descansar periódicamente del uso de la mascarilla y utilizar, si la piel es muy sensible, algún apósito para evitar el contacto directo con el tejido.
Este tipo de dolencias de contacto pueden verse agravadas si media alguna alergia. Ciertos pacientes tienen una piel hipersensible ante algunos de los componentes de las mascarillas. Algunos materiales sintéticos utilizados para su fabricación liberan agentes químicos inocuos. Por ejemplo, con el calor de la piel se desprende formaldehído o dihidrocianobutano, que son subproductos del tratamiento del material. Un número indeterminado de usuarios resulta ser alérgico a estos componentes. Otros compuestos que se han demostrado alérgenos en algunos casos son el tiuram, que se usa para dar elasticidad a las gomas de sujeción o los derivados del poliuretano empleados para las almohadillas que algunas máscaras incorporan en el puente nasal. En el caso de las mascarillas de tela, dado que deben lavarse cada día para eliminar los microorganismos, la exposición continua a los componentes y perfumes de los detergentes también puede aumentar el riesgo de desarrollar dermatitis de contacto.
Existe otro grupo de patologías dermatológicas que tienen más que ver con las condiciones previas de la piel del paciente. Se trata de erupciones como la dermatosis seborreica o la foliculitis propia de pieles con antecedentes grasos. La foliculitis es más propia en hombres debido a que está relacionada con el vello facial. Debe ser tratada con limpiezas faciales constantes empleando jabones especiales para estas afecciones. En ocasiones estas patologías no están relacionadas con el contacto de la mascarilla sino con el microambiente que se genera entre el tejido protector y la piel. Llevar tapada la cara permanentemente dificulta la conducción de aire y la oxigenación. Además, aumenta la temperatura local y favorece la humedad excesiva. En estas condiciones, las bacterias naturales de nuestra epidermis pueden proliferar de manera descontrolada y aumenta la probabilidad de que aparezcan hongos patológicos.
La mayor parte de los estudios que se han realizado en los últimos años, centrados sobre todo en el uso ocupacional de este tipo de protecciones, coinciden en algunas prácticas que podrían reducir los riesgos de sufrir estas patologías.
Es fundamental seleccionar correctamente el tamaño de las mascarillas. Un elevado porcentaje de usuarios lleva meses utilizando protecciones que no son las correctas para su tipo de cara. Por supuesto, solo deben utilizarse mascarillas certificadas y durante el tiempo imprescindible, y es recomendable lavarse la cara cuando ya no vamos a usar más mascarilla con agua y limpiadores no jabonosos.
Hay que recordar al mismo tiempo que, aunque a partir de la semana que viene la utilización de este complemento dejará de ser obligatorio al aire libre, seguirá siéndolo dentro de los espacios cerrados, y es en ellos donde más riesgo existe.
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