Religión
Francisco asfixia la misa tridentina: ni en latín ni de espaldas salvo excepciones
El Papa argentino limita las eucaristías preconciliares y da un portazo a los cismáticos lefebvrianos por aprovecharse para “dividir a la Iglesia” de una concesión hecha por Benedicto XVI
Golpe de Francisco en la mesa, o en el altar, según la licencia periodística o litúrgica tenga la manga más o menos ancha. A través del motu proprio ‘Summorum Pontificum’, publicado hoy por la Santa Sede, Francisco limita a partir de ahora la celebración de las misas tridentinas, o pre conciliares, o lo que es lo mismo, en latín y de espaldas a los fieles. Tan solo permitirá que se lleven a cabo según este rito, con una autorización expresa del obispo, prohibiendo que se celebre con normalidad en una parroquia.
Será el pastor de la diócesis quien tenga que determinar de forma detallada en qué iglesia de su territorio y que días se podrá celebrar. Incluso ahí, el Vaticano también exige que las lecturas se hagan, no en latín sino en lengua vernácula con las traducciones oficiales de la Conferencia Episcopal. El control hacia este tipo de ceremonias es tal que no podrá presidirlas cualquier cura. También tendrá que ser un sacerdote delgado por el obispo, que a su vez tendrá que velar para constatar si este tipo de misas tiene de verdad una “utilidad efectiva para el crecimiento espiritual”.
Se trata de la primera medida que adopta Jorge Mario Bergoglio en estos ocho años de pontificado que, de alguna manera, viene a enmendar una decisión adoptada por su predecesor. De la práctica “extraordinaria” por Benedicto XVI se pasará a la excepcionalidad de Francisco: “Los libros litúrgicos promulgados por los santos pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, de acuerdo con los decretos del Concilio Vaticano II, son la única expresión de la lex orandi del Rito Romano”.
Hasta la fecha, el Pontífice argentino había evitado, incluso en materia de cese de cargos en la Curia, contradecir o generar el más mínimo roce con el Papa emérito. De hecho, hay quien ya especula con un enfrentamiento entre ambos. Sin embargo, en una carta que acompaña a la nueva legislación vaticana, el Papa actual argumenta sin margen de dudas su motivación para esta reforma.
Hace ahora catorce años, Benedicto XVI abría la puerta a que este tipo de celebraciones, precisamente como un guiño hacia los grupos católicos que podrían considerarse más ‘nostálgicos’, especialmente de cara a intentar la vuelta de la comunión con Roma de los lefebvrianos, un movimiento cismático francés. En la misiva, el Pontífice comprende la buena voluntad de Joseph Ratzinger “por el deseo de favorecer la recomposición del cisma con el movimiento liderado por el arzobispo Lefebvre”. Entonces, recuerda Francisco, se buscó abrir los brazos a las “justas aspiraciones” de estos creyentes con un objetivo claro: “Recomponer la unidad de la Iglesia”. Benedicto XVI con el motu proprio ‘Summorum Pontificum’ (2007) habría tendido la mano con “la convicción de que tal medida no pondría en duda una de las decisiones esenciales del Concilio Vaticano II, socavando así su autoridad”.
Sin embargo, para el Papa argentino este tiempo de prueba, habría sido aprovechado “por muchos dentro de la Iglesia como la posibilidad de utilizar libremente el Misal Romano promulgado por San Pío V, determinando un uso paralelo al Misal Romano promulgado por San Pablo VI”. Así, estas y otras realidades eclesiales, lejos de valorar el gesto, se habrían servido de esta señal del Papa alemán de acogida para radicalizar sus posturas e incrementar sus exigencias.
Así lo habría constatado a través de un informe la Congregación para la Doctrina de la Fe, después de llevar a cabo un sondeo universal entre los obispos. Tal y como desvela Francisco, ha verificado que el deseo de unidad y comunión se ha visto “gravemente despreciado” y aquella licencia para celebrar la misa tridentina solo ha servido para “aumentar las distancias, endurecer las diferencias, construir oposiciones que hieren a la Iglesia y obstaculizan su camino, exponiéndola al riesgo de la división”. La reflexión del Papa argentino huye de toda complacencia y alerta, sin margen de dudas, de “un uso instrumental del ‘Missale Romanum’ de 1962, cada vez más caracterizado por un creciente rechazo no sólo de la reforma litúrgica, sino del Concilio Vaticano II, con la afirmación infundada e insostenible de que traicionaba la Tradición y la ‘verdadera Iglesia’”.
Esta alerta papal no solo iría dirigida por tanto a los lefebvrianos, sino a otros movimientos eclesiales con apoyo dentro de la Curia romana. Entre ellos, el que hasta hace unos meses era el ‘ministro’ responsable de los sacramentos en la Iglesia universal, el cardenal Robert Sarah que, a sabiendas de que este giro litúrgico de Francisco se avecinaba, dejó caer hace unos días en redes sociales que “el respeto por las dos formas ordinarias y extraordinarias de la liturgia latina nos llevará a un impulso misionero por la evangelización”.
Por ello, Francisco insiste en que “dudar del Concilio significa dudar de las intenciones mismas de los Padres, que ejercieron solemnemente su potestad colegial cum Petro et sub Petro en el concilio ecuménico, y, en definitiva, dudar del mismo Espíritu Santo que guía a la Iglesia”. Incluso expone que los defensores de este tipo de ceremonias según los libros litúrgicos, ha llevado a quienes participan en ellas a rechazar el Vaticano II y pensar que ellos se erigen en “la verdadera Iglesia”.
“Es un comportamiento que contradice la comunión, alimentando ese impulso hacia la división... contra el que el apóstol Pablo reaccionó con firmeza. Es con el fin de defender la unidad del Cuerpo de Cristo que me veo obligado a revocar la facultad concedida por mis predecesores”, remata el Papa en su carta.
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