Mano derecha del Papa

La geopolítica ‘outsider’ del primer ministro de la Iglesia

En un viaje exprés a España, el secretario de Estado de la Santa Sede reivindica «la cultura del encuentro» como salida a la crisis actual

La Universidad Católica San Pablo CEU, celebra las segundas jornadas internacionales de políticos católicos, con la presencia del Cardenal Carlos Osorio y del Cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado de la Santa Sede.
La Universidad Católica San Pablo CEU, celebra las segundas jornadas internacionales de políticos católicos, con la presencia del Cardenal Carlos Osorio y del Cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado de la Santa Sede.Jesús G. FeriaLa Razon

Dos escoltas enviados por Moncloa. Es lo único que delata que un primer ministro ha puesto pie en Madrid. Por lo demás, pocos dirían que el cardenal secretario de Estado de Santa Sede se ha dejado caer durante unas pocas horas por España. No hay séquito ni capisayos para la mano derecha en el poder ejecutivo del Papa. Quizá porque juega fuera de casa y el «dress code» púrpura para conferencias de fin de semana permite dejar las faldas a un lado. O quizá porque la fuerza de sus argumentos no necesita ornamento para otorgarle la autoridad que se ha ganado a pulso en su carrera. En cualquier caso, visita tan exprés como sorpresiva. Para muestra, el hecho de que todos los obispos y hasta el nuncio se encontraran de ordenación episcopal el Mondoñedo, salvo el cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, que ejercía de anfitrión, no por obligación, sino por convicción con la causa.

El caso es que Pietro Parolin se plantó ayer en el aula magna de la Universidad CEU San Pablo para desvelar las claves de la geopolítica eclesial del siglo XXI, un modelo «outsider» teniendo en cuenta la polarización, el efectismos, populismos, nacionalismos, y demás «ismos» que peinan la política internacional. El Vaticano busca dar un vuelco a las reglas del juego desde la estandarizada y eficaz «finezza» de la diplomacia con más solera del planeta. Esa que no depende de los vaivenes de las urnas. Huyendo de recetarios, proclamas grandilocuentes o citas bíblicas forzadas, el número dos de la Iglesia católica ayer ofreció literalmente en fondo y forma una lección magistral al II Encuentro de Líderes Católicos Latinoamericanos, que se reúnen este fin de semana en la capital española. Para hacerse una idea, es un grupo de políticos cristianos que buscan superar el frentismo parlamentario. No para crear un partido católico propio, que ven caduco, sino para que ser puentes en un escenario donde otros ponen minas. A ellos les animó ayer a tener «valentía creativa» con el fin de lograr «en acción política y en la acción de los políticos, una dimensión antropológica fundada, que pone al centro la persona, una exacta idea de justicia a la que se le reconoce el valor de regulador social, y una política coherente».

«La verdadera amistad social y la cultura del encuentro no son aspiraciones, sino certezas capaces de orientar la acción de todos y cada uno hacia el bien común», expuso en lo que viene a ser el eje de su mochila diplomáticao ajustada a la terminología acuñada por su jefe. «Amistad social» acompaña como subtítulo a «Fratelli tutti», la encíclica social que Francisco firmó hace un año. «Cultura del encuentro» es un concepto bergogliano que acuñó el Papa en su exhortación programática que supone una apuesta por el diálogo «en pluriforme armonía» para limar las diferencias ideólogicas o religiosas.

Los cuarenta minutos que Parolin dedicó ayer a desarrollar estos dos vocablos a los que quiso eliminar toda telaraña utópica para aterrizarla a su aplicación en el mundo post covid. Véase por ejemplo, al reparto universal de las vacunas que desde el minuto cero reclamó el Vaticano. «¿Cuál es la proporción en la que se distribuye entre los ocho mil millones de personas que habitan el planeta?», se preguntó sin que sonara a reivindicación naif. Porque sabe que es posible como diplomático que fue clave en el Tratado de No Proliferación Nuclear, pero también en la puesta en marcha de las relaciones diplomáticas con Vietnam.

Solo dos muestras de que cuando Francisco le fichó como secretario de Estado solo cinco meses después de haber llegado a Roma, sabía lo que se hacía. Un segundo de abordo que es primer espada. Más que un Iván Redondo, un Bolaños, una Soraya o una Fernández de la Vega. «Realmente el cardenal Parolin es el mejor diplomático que yo he conocido. Diplomático que suma, no de esos que restan, que siempre busca, un hombre de acuerdo», le soltaba el otro día el Pontífice a Carlos Herrera en un reconocimiento en toda regla sin ánimo hagiográfico en vida. Tal vez, por eso, quienes buscan minar el pontificado de Francisco buscan enfrentarle mediáticamente a su secretario de Estado como si hubiera disenso. Nada más lejos de la realidad. La amistad social y la cultura del encuentro se cocina en casa. El tándem entre la espontaneidad del porteño y la minuciosidad expositiva del de Vicenza convergen hasta tal punto que juntos han logrado rematar empeños que parecían resistírsele a otros pontífices como jugar un papel fundamental en el acercamiento entre Cuba y Estados Unidos, el proceso de paz en Colombia o el acuerdo episcopal con China. Se le resiste la visita papal a Rusia y una salida para el régimen venezolano que conoció al dedillo como nuncio. Esta valía ha hecho que no pocos le vean a este italiano de 66 años como papable para sus compatriotas, los curiales y los diplomáticos.

Por eso, el «premier» sabe de lo que se habla cuando alerta de hacer política dejándose llevar por la emergencia o el «funcionalismo del momento sin una visión de futuro». «Si las acciones o los programas que elaboran los gobernantes no son el resultado de una buena política, efectiva y compartida, permanecen parciales o ampliamente excluyentes», advirtió ante unos oyentes que militan lo mismo en Más Madrid que en VOX, pero todos con una cruz al cuello. Con su pectoral, Parolin les alertó de que «no es una novedad que la democracia, la libertad, la justicia y la unidad se perciban más como meros componentes del lenguaje político, en lugar de factores inspiradores de un programa político, de la conducta de las instituciones y del tejido social de una nación».

No aterrizó ni en cómo debe comportarse un político católico ante el aborto, la eutanasia o las migraciones. Pero sí sobre la pobreza como prioridad en toda política eclesial. Así, el secretario de Estado remarcó que «no se trata simplemente de reconvertir los recursos del gasto hacia programas de desarrollo». Para el cardenal, los últimos y descartados «no necesitan respuestas, sino ser gobernados».