Heriberto Felipe, víctima del Teneguía, junto a su mujer, Olga

Las uvas del volcán que mataron a Heriberto

Padre de nueve hijos, murió a los 43 años intoxicado por fruta contaminada tras la erupción del Teneguía en 1971

El primer dolor fuerte de su vida lo sintió Mercedes Felipe Martel en la madrugada del 17 de noviembre de 1971. El ruido de varios adultos hablando alto en la cocina y la luz que inundaba la casa la despertaron cerca de las seis de la mañana. Una de sus hermanas mayores, que dormía en el mismo cuarto, se acercó a su cama y le explicó el motivo de tanto alboroto: «Papá acaba de irse al cielo».

Mercedes (La Palma, 1961), a la que todos conocen como Merci, acababa de cumplir diez años cuando sintió esa pena honda. Cada año por estas fechas, el nudo en el estómago que el tiempo ha aflojado se vuelve a agarrotar. Ya hace medio siglo de aquello, pero la explosión del volcán Cumbre Vieja ha traído a la superficie los recuerdos de otra erupción, la del Teneguía, que acabó con la vida de Heriberto Francisco José a los 43 años.

Merci es la quinta de los nueve hermanos que conforman el clan Felipe Martel. A través del teléfono, repasa las jornadas previas a la muerte de su padre por envenenamiento: «El Teneguía estalló el 26 de octubre y a los pocos días fuimos toda la familia en guagua a verlo a las dos de la mañana. De noche es cuando mejor se apreciaba lo espectacular que era. Sobre todo se me quedó grabado el ruido, era un sonido fuerte y constante, como el que hay en los aeropuertos. Y, sobre él, podían escucharse explosiones más fuertes. La tierra se estremecía. Era muy emocionante, como acudir a una fiesta».

Aquella primera visita no bastó al cabeza de familia, que unos días después volvió con un grupo de compañeros del banco en el que trabajaba. Aficionado a la fotografía y al cine, Heriberto aprovechó para filmar aquel acontecimiento único que tenía a toda España con la boca abierta. Merci cuenta que en esta segunda excursión su padre se acercó más para tener mejor ángulo en sus tomas. «Toda esa zona de Fuencaliente es tierra de viñas. Mi padre y los demás comieron unas uvas infectadas por los gases del volcán y, esa misma noche, se empezó a sentir mal. Al día siguiente, lo ingresaron en el hospital y ya no volvió a casa», continúa su hija.

Numerosos curiosos se acercaron a ver el volcán Teneguía, cercano a la localidad de Fuencaliente
Numerosos curiosos se acercaron a ver el volcán Teneguía, cercano a la localidad de FuencalienteJacinto MailloEFE

De todos los que comieron la fruta contaminada, solo Heriberto sufrió un desenlace fatal. El resto tuvo malestar, alguno vomitó, pero nada muy grave. Merci cree que se debió a un «pequeño problemilla de estómago» previo, aunque si hubiera ocurrido hoy «mi padre se habría salvado, lo habrían sedado y luego intubado para poder tratarlo. Cuando intentaron realizarle una intervención quirúrgica y le abrieron, ya resultó demasiado tarde».

«Nunca piensas que por algo tan simple como comer unas uvas se puede truncar la vida de alguien tan joven. Y de un día para otro. Pero es que en aquella época no se sabía que podía resultar tan peligrosa la inhalación de minerales y gases tóxicos, CO2, flúor, cloro...».

Los nueve hijos de Heriberto (el más pequeño no llegaba al año y medio) quedaron al cuidado exclusivo de Olga Martel, su madre. No recibieron ayuda alguna por parte del Estado, hicieron una piña y tiraron para adelante. Merci destaca la extraordinaria fortaleza de la jefa del clan, su fe y su gran energía. «Mi madre no quiso rehacer su vida, decía que se sentía muy bien con nosotros. Se agarró a sus nueve hijos para salir a flote, éramos su finalidad. Lo tenía muy claro». Habría resultado muy difícil que alguien pudiera reemplazar a un padre «divertido, dinámico» y que formaba con su mujer una pareja de película.

Olga tiene ahora siete nietos y tres bisnietos y sigue viviendo en Santa Cruz, capital de La Palma. No ha querido acompañar a su hija Merci a ver el volcán de Cumbre Vieja porque «es demasiado doloroso». Pero ella sí lo ha visitado. Como hace 50 años hicieran sus padres con ella, ha acudido en compañía de su hija y de sus tres nietos. «La verdad es que me causó más impresión el Teneguía, quizá porque fui de noche, por los sonidos, el fuego... esta vez solo veía humo. Lo vi de lejos, no me gusta ir a curiosear y poder molestar a las fuerzas de seguridad que están trabajando allí, así que me mantuve a distancia», explica. La coincidencia del aniversario de la muerte de su padre con esta última erupción volcánica ha añadido una dosis de tristeza al recuerdo; «Aunque lo hayamos superado, siempre te queda una espinita clavada en el corazón».

El tono del relato de Merci no es lastimero sino vitalista. Profesora de música en un instituto, esta semana ha tenido que hablar con sus alumnos del estallido del Teneguía y de su propio duelo. «Lo primero que hice fue preguntarles cómo lo están viviendo. Cada uno tiene su propia experiencia, algunos conocen a gente que ha perdido la casa, o ellos mismos tienen miedo... Hemos hablado de que, aunque estéticamente resulten bonitos, también tienen una parte trágica. Cuando supieron que yo perdí a mi padre en la anterior erupción quedaron realmente impactados. Parece que cada unos somos los protagonistas de nuestras propias vidas, que estas cosas siempre le pasan al otro. En una milésima de segundo todo puede dar un vuelco y te ves en el abismo».

Ese abismo del que habla Merci también engulló a otro palmero aquel mes de octubre de 1971. Juan Acosta murió el día que cumplía 37 años, también a causa de los gases tóxicos inhalados cuando pescaba junto a su cuñado a dos kilómetros de las corrientes de lava. Fue trasladado a un hospital de Los Llanos de Aridane donde no pudieron hacer nada por él. Tenía cinco hijos (el mayor de solo once años) y su mujer estaba embarazada.