Maldad
La trágica historia de Blanche Monnier, un “esqueleto humano real” tras pasar 25 años encerrada
Cuando fue rescatada pesaba 24 kilos y había perdido el juicio
Blanche Monnier nunca había conseguido casarse. Era preciosa y pertenecía a una familia prominente, pero la intromisión de su madre siempre había conseguido alejar a sus muchos pretendientes. Además, Blanche tampoco les correspondía... o así fue hasta que conoció a alguien con quién sí quería pasar el resto de su vida, era un abogado protestante de condición humilde y al parecer, bastante más mayor que ella.
Su familia no aprobaba aquel matrimonio. Al fin y al cabo, su padre había sido Decano de la Facultad de letras de Poitiers, su madre Louisse había recibido el premio del Comité de Buenas Acciones por sus buenas obras en la ciudad y su hermano Marcel era un valioso miembro de la Administración de Puget-Théniers (una localidad del sur de Francia). Aquel hombre no estaba a su altura de la muchacha.
Para evitar el enlace, la familia Monnier cortó por sano: encerraron a Blanche en su habitación.
Su prometido intentó dar con ella por todos los medios posibles, pero lo único que recibía como respuesta eran evasivas, mentiras y excusas. Después de un tiempo desesperado, no le quedó más remedio que aceptar que Blanche se había ido sin decir adiós.
Lo que no sabía aquel abogado es que Blanche estaba encerrada día y noche, y sin poder ver la luz del Sol (literalmente). Aquella situación provocó que la joven perdiera el juicio.
La culpa la tiene la “negligencia de los sirvientes”
En el año 1901, varios trabajadores de la mansión enviaron una carta al Fiscal de Poitiers (Francia) comunicándole que había una mujer encerrada en la casa de los Monnier, en el número 21 de la calle Visitation; y que había permanecido allí durante algo más de 25 años, en el que no había tenido contacto con nadie que no fuera de la familia o del servicio.
La carta, publicada en octubre de 1901 por le Petit Parisien, decía así:
“Señor fiscal general, tengo el honor de informarle de un hecho de una gravedad excepcional. Se trata de una señorita que está encerrada en la casa de la señora Monnier, privada de comida, que ha vivido sobre basura podrida durante los últimos 25 años. Es decir, sobre sus propios desechos”.
Aquello no podía ser cierto. Pero era la obligación del fiscal comprobarlo, por muy inverosímil que pudiese sonar que una de las familias más ilustres de Poitiers hubiese encerrado a su hija en una habitación durante 25 años. Así que, dio el aviso a un agente de apellido “Bucheton” para que se desplazase al lugar e investigase la situación.
Ese mismo día, el 23 de mayo de 1901, en torno a las 5 de la tarde, Bucheton llegó a la vivienda y mantuvo una pequeña cháchara con la señora de la casa (que a estas alturas ya había enviudado). Le comentó lo que había pasado y le explicó que no tenía más remedio que corroborar por sí mismo que la carta de la denuncia no era más que una broma de mal gusto.
Tuvo que lidiar con las quejas y las objeciones de Louisse Monnier, que no quería ser molestada por semejante tontería; pero finalmente consiguió entrar. Nada parecía fuera de lugar... o al menos así fue hasta que subió las escaleras y empezó a distinguir un hedor fétido que invadía por completo la segunda planta y que no podía omitir.
Siguiendo aquel olor putrefacto, Bucheton llegó a una puerta que estaba cerrada a cal y canto. Después de un tiempo consiguió abrirla. Aunque no fue nada fácil, porque antes tenía que deshacerse de todas cadenas y de todos los candados que la mantenían cerrada. El olor que salió de la habitación le “empujó” con tal fuerza, que tuvo que dar un paso atrás.
Una vez dentro no podía ver nada. La habitación estaba totalmente a oscuras, porque una lona clavada en la pared bloqueaba la luz del exterior. Con mucho esfuerzo consiguió retirar la tela, y por fin entró la luz.
Sus pupilas se contrajeron de golpe, pero a medida que sus ojos se iban aclimatando, el agente Bucheton empezó a distinguir una forma casi humana agazapada en la esquina de la habitación.
Era un “esqueleto humano real” (en sus palabras). Una mujer de cuclillas y casi desnuda, que se tapaba los ojos con unas manos con aspecto de garras (nadie se había molestado en cortarle las uñas desde hacía mucho tiempo); tenía unos muslos “del grosor de una muñeca”; su piel estaba cubierta de una costra de mugre, que se había convertido en el hogar de unos gusanos que medían más de cuatro centímetros; Su pelo era larguísimo, como si no se hubiese cortado en varias décadas... pero estaba apelmazado a causa de la suciedad.
El agente Bucheton no podía creer lo que estaban viendo sus ojos.
Miró a la habitación, y comprendió hasta qué punto aquella mujer había vivido una auténtica pesadilla. La humedad de la sala había hecho que proliferasen los hongos, las cucarachas habían prosperado gracias a los restos de comida con los que alimentaban a la mujer, las sábanas de la cama se habían “soldado” al colchón; y las paredes estaban llenas de unos garabatos entre los que se podía distinguir una palabra: “Libertad”.
Blanche Monnier tenía por aquel entonces 51 años, había perdido el juicio y pesaba 24 kilos. Cuando intentaban comunicarse con ella, solo acertaba a responder con gritos de pánico.
Ella no tenía fuerzas para levantarse, así que tuvieron que llevársela en brazos de aquel lugar (el único que había visto en un cuarto de siglo). Louisse y Marcel fueron inmediatamente detenidos, pero no sin antes culpar a “la negligencia de los sirvientes” del estado en el que se encontraba Blanche.
“Un completo idiota”
Pasó un año hasta que, en octubre de 1902, se inició un proceso judicial en el que se habían recibido más de 160 testimonios en la fase de instrucción. Los testigos iban desde sirvientes que habían trabajado en la mansión de los Monnier y habían callado durante 25 años; hasta vecinos que habían escuchado gritos que procedían de la mansión y que tampoco habían dado ningún aviso a la Policía.
Su madre, Louisse Monnier, no pudo asistir al juicio. Murió unos meses antes a causa de un ataque al corazón, a la edad de 75 años.
El que sí que asistió fue su hermano Marcel.
Ante las preguntas del juez, este se defendió diciendo que no se le podía culpar por la situación de su hermana porque él mismo le había pedido a su madre que la ingresara un hospicio, pero que se había negado. Llegó a justificarse diciendo que ”no hubo delito de secuestro, ya que mucha gente tuvo acceso a la habitación de Blanche”.
Su estrategia de defensa dejaba mucho que desear; no así la de su abogado, que la basó en presentarle como “un completo idiota”. Aquella treta debió funcionar... porque después de solo 15 meses en prisión, volvió a quedar en libertad.
Marcel Monnier murió en una mansión en los Pirineos, una década más tarde, en 1913. El mismo año en el que falleció su hermana, solo que ella lo haría en un hospital psiquiátrico.
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