Polémica

Las bacterias, el mal de las macrogranjas

Constituyen un caldo de cultivo para su nacimiento y propagación de animales a humanos de forma indirecta

Vista general de la granja More Holstein en Bétera
Vista general de la granja More Holstein en BéteraAna EscobarAgencia EFE

Una de las grandes dificultades a la hora de hablar de macro granjas (un término no oficial), ganadería extensiva y ganadería intensiva, es que no hay una definición clara. La ganadería intensiva (que se vincula con las macrogranjas) es aquella en la que los animales se encuentran estabulados (en un espacio cerrado y pequeño) para incrementar la producción de carne y otros derivados. Por su parte, la ganadería extensiva es la que utiliza espacios más amplios y en la que los animales pueden alimentarse de pienso pero también de pastos y demás fuentes disponibles libremente en la zona. Los animales no están estabulados.

Uno de los organismos que más permite acercarse a una definición es el Registro Estatal de Emisiones y Fuentes Contaminantes (PRTR), el órgano encargado de controlar las consecuencias de las instalaciones industriales en el medioambiente (de hecho depende del Ministerio de Transición Ecológica). El PRTR detalla que las macrogranjas porcinas, por ejemplo, son aquellas con capacidad para más de 2.000 cerdos de cebo, mientras que para las avícolas, deben tener más de 40.000 gallinas o el número equivalente en cantidad de nitrógeno producido por el material fecal. De acuerdo con estos parámetros, en España hay 3.235 macrogranjas de cerdos y 550 de aves.

¿Qué problemas de salud pública pueden causar las macro granjas? Desde hace muchos años se lleva advirtiendo sobre esto. En 2006, por ejemplo, en un congreso organizado por la Universidad Johns Hopkins, Lance Price, microbiólogo de la Universidad de Washington, señalaba que «realmente necesitamos ver la producción animal de alimentos como una fuente de bacterias resistentes a los antibióticos». Según sus estudio, los trabajadores de este tipo de granjas tienen 32 veces más probabilidades de portar la bacteria E.coli, resistente a la gentimicina, el antimicrobiano más utilizado en las granjas avícolas. Y aquí es cuando entramos en uno de los factores que más afectan a la salud pública: las bacterias resistentes a los antibióticos.

Según un estudio publicado en «Molecules» en 2018, la agricultura intensiva responde a una mayor demanda de proteína animal en los países en desarrollo. Esto da como resultado residuos de antibióticos en productos derivados de animales y, finalmente, resistencia a los antibióticos. «La resistencia a los antibióticos» – explican los autores, liderados por Edson Meyer – «es de gran preocupación para la salud pública porque las bacterias resistentes a los antibióticos asociadas con los animales pueden ser patógenas para los humanos, transmitirse fácilmente a través de las cadenas alimentarias y diseminarse ampliamente en el medio ambiente a través de los desechos animales».

Un informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura o FAO destaca que «el amplio uso de antibióticos en la ganadería se debe principalmente al uso regular para la prevención de enfermedades y hacer que los animales crezcan más rápido mezclando a los antibióticos con la alimentación».

Todo esto, como se ve en un estudio publicado en «Science» en 2019 y liderado por Thomas Van Boeckel, concluye alerta sobre los focos de superbacterias resistentes a los antibióticos que están surgiendo en las granjas intensivas en todo el mundo, «como resultado directo de nuestro consumo excesivo de carne, con consecuencias potencialmente desastrosas para la salud humana». ¿Cuál es el problema de todo esto? Básicamente que llevamos décadas, más de 30 años, sin desarrollar nuevos antibióticos y si las granjas son un caldo de cultivo para estas bacterias, hay un grave problema.

Un informe conjunto de 2019 de la ONU, la OMS y la Organización Mundial de Sanidad Animal establece que las enfermedades resistentes a los medicamentos podrían causar 10 millones de muertes cada año a partir de 2050 si no se toman medidas.

Pero hay más. En 2018 la doctora Ángeles Prado Mira, del Hospital Universitario de Albacete, publicó un informe sobre el impacto en la salud vinculado con los residuos de la ganadería intensiva, los conocidos como purines. Básicamente estos son la mezcla de excrementos, orina y otros restos orgánicos que resultan consecuencia natural del mantenimiento de animales vivos. En principio, su uso como abono natural es recomendable y hasta resulta eficiente. «El problema en el caso de las macrogranjas –afirma un estudio publicado en «Agriculture, Ecosystems & Environment»– es que el volumen de purines generado es desproporcionadamente alto, y su vertido al entorno natural tiene consecuencias nocivas: los suelos se saturan de nutrientes como nitrógeno y fósforo, volviéndose estériles; las aguas, tanto superficiales como subterráneas, también se ven contaminadas por estos compuestos, y pueden llegar a dejar de ser potables y desabastecer a regiones enteras».

Y finalmente hay una tercera pata: las futuras pandemias. Durante los primeros tiempos de la covid-19 algunos de los picos de contagio se detectaron en macrogranjas. De acuerdo con Máire Connolly, coordinadora del proyecto europeo Pandem-2, «las grandes explotaciones ganaderas intensivas pueden provocar infecciones indirectas» de los animales a las personas.