Religión
«Ni progresismo mundano ni tradicionalismo del pasado»
Francisco reivindica su reforma como aplicación del Concilio Vaticano II, a los 60 años de su puesta en marcha
«Hay en todos los ojos una centelleante alegría, en la que se mezclan el gozo de asistir a un inolvidable acontecimiento sobrenatural con la prisa de conseguir un buen puesto en la basílica». Con estas palabras, el sacerdote y cronista español José Luis Martín Descalzo describía la emoción con la que arrancaba, justo hace 60 años, el Concilio Vaticano II. Con un Juan XXIII que irrumpía en la basílica de San Pedro en silla gestatoria, una procesión de entrada hoy impensable, reflejo del «aggiornamento» vivido en la Iglesia en seis décadas que comenzó en aquella mañana del 11 de octubre de 2022.
Ayer, Francisco quiso celebrar esta efeméride de la que se sabe heredero, en una coyuntura en la que algunos vientos nostálgicos añoran lo preconciliar, en fondo y forma: «Que Dios nos libre de ser críticos e impacientes, amargados e iracundos», dejó caer en su homilía pronunciada frente del cuerpo exhumado del Papa Bueno. «Volvamos al Concilio, que ha redescubierto el río vivo de la tradición sin estancarse en las tradiciones», sentenció el primer Papa latinoamericano de la historia desde el epicentro del catolicismo. El pontífice presidió una eucaristía vespertina en la que defendió su propia reforma puesta en marcha como un paso más hacia adelante en el aterrizaje del Vaticano II. Y es que, al igual que sucediera a los impulsores de aquella renovación eclesial, él también está padeciendo en primera persona los ataques de quienes han cedido a la «tentación de la polarización». De hecho, no dudó en señalar a los creyentes que, tanto en aquel momento como hoy, se «empeñaron en elegir una parte en la Iglesia, sin darse cuenta de que estaban desgarrando el corazón de su Madre». Francisco se refirió en estos términos, echando la vista atrás a la histórica convocatoria que se prolongó durante tres años y que Pablo VI culminó y comenzó a aplicar, entre otras medidas, con una reforma litúrgica que limitaría la misa de espaldas y en latín, el desarrollo de la Doctrina Social y el diálogo interreligioso.
El Jorge Mario Bergoglio más futbolero y párroco emergió en la homilía para arremeter contra el riesgo de fractura en el seno del catolicismo en caso de perderse en «conflictos, venenos y polémicas»: «Cuántas veces se prefirió ser ‘hinchas del propio grupo’ más que servidores de todos, progresistas y conservadores antes que hermanos y hermanas, ‘de derecha’ o ‘de izquierda’ más que de Jesús; erigirse como ‘custodios de la verdad’ o ‘solistas de la novedad’, en vez de reconocerse hijos humildes y agradecidos de la santa Madre Iglesia».
Francisco se situó en un centro aglutinador que huya de la polarización: «Estemos atentos: ni el progresismo que se adapta al mundo, ni el tradicionalismo que añora un mundo pasado son pruebas de amor, sino de infidelidad».
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