
Opinión
Mi buen apagón
¿No sería perfecto hacer apagones programados? Buscar un día entero de vez en cuando en el que no funcionara ninguna máquina prescindible; que todo fuera silencio, que pudiéramos comer y cenar a luz de velas, hablar sin prisa...

Muchos me han contado cómo fue su apagón. En general, ningún cercano tuvo problemas graves, sólo pequeñas molestias y preocupación. Las molestias no tenían demasiada importancia, era cuestión de conseguir, si no tenías en la despensa, algo para comer, también velas o linternas de pilas, quizá una radio… La preocupación por los queridos y los vulnerables era más seria. La inquietud por no saber qué estaba ocurriendo, cosa que los agoreros enseguida resolvieron afirmando lo del ataque cibernético, fue lo peor. Sin embargo, la mayoría de la gente, no gravemente perjudicada, lo vivió con serenidad y diversión.
En mi edificio y mi calle todo eran saludos, preguntas, comentarios y apoyo. Las tiendas fiaban a los clientes que no tenían dinero contante y apuntaban en un papel la deuda; los vecinos se pasaban velas e incluso se prestaban el transistor un rato; los jóvenes y no tanto se apiñaban en los bares y terrazas bebiendo cañas de cerveza fresquitas; los trabajadores celebraban un día sin curro. Los sanitarios del centro de rehabilitación de mi edificio salieron al patio de manzana y se hicieron unas risas descomunales que acabaron con un insoportable concierto de balonazos. Sí, se echaron un partidito. Uno de los vecinos se asomó al balcón gritando de coña: ¡Adiós, gente, vamos a morir todos! Hubo una extensa carcajada acompañada de algún silbido.
Cuando vino la luz, por aquí sobre las once, un coro de cachondos lo celebró con canticos festivos. En fin, que ciertamente el sufrimiento estuvo encerrado, pero la mayoría no lo pasó nada mal. Y yo pienso, ¿no sería perfecto hacer apagones programados? Buscar un día entero de vez en cuando en el que no funcionara ninguna máquina prescindible; que todo fuera silencio, que pudiéramos comer y cenar a luz de velas, hablar sin prisa, descubrir a los convivientes, compartir con los vecinos, jugar a la cuerda en la calle o celebrar que las mejores fiestas son siempre las improvisadas. A muchos esto les parecerá una tontería. Yo creo que es más una utopía a pensar.
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