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El caso Kate Middleton: ¿Podemos confiar en lo que vemos?
La manipulación de imágenes que permiten la inteligencia artificial y las herramientas digitales está alimentando sentimientos como la desconfianza
En las últimas semanas, ha habido una palabra que se ha repetido hasta la saciedad: desconfianza. Este sentimiento se ha propagado a nivel mundial como un reguero de pólvora y sobrevuela todas las conversaciones debido al mutismo de los afectados y de su entorno; pero, sobre todo, desde la publicación de la que pasará a la historia como una de las imágenes retocadas más polémicas. Es la fotografía “editada” que publicaba la princesa británica Kate Middleton con motivo del Día de la Madre. Esta imagen y el posterior vídeo en el que se la ve yendo de compras a una tienda de productos ecológicos, en vez de zanjar rumores y especulaciones, han avivado las especulaciones sobre su situación. Pero, además, han generado un serio dilema sobre la fiabilidad de nuestras percepciones.
Tras reconocer que se trataba de una imagen “editada”, a todos nos ha surgido la misma pregunta: ¿Cómo podemos confiar en lo que estamos viendo en una fotografía cuando la tecnología puede crear imágenes ficticias muy convincentes? Y es que, la posibilidad de utilizar inteligencia artificial y otras herramientas digitales para generar contenido visual está desafiando nuestra percepción de la realidad. De hecho, a medida que estas herramientas que permiten manipular cada píxel ganan en sofisticación, la brecha entre lo real y lo ficticio se desvanece enalteciendo uno de nuestros sentimientos secundarios: la desconfianza.
La confianza es un elemento fundamental en las relaciones humanas y en el desarrollo personal. Es esencial para establecer vínculos saludables, fomentar la cooperación y promover el bienestar emocional. Se puede definir como la creencia o la seguridad en la fiabilidad, integridad y habilidades de otra persona, así como en la propia. Implica sentirse seguro y cómodo al depender de alguien o algo, ya sea en términos emocionales, sociales o profesionales. La confianza no solo involucra la creencia en los demás, sino también en uno mismo, en la capacidad de enfrentar desafíos y superar obstáculos.
La desconfianza es el sentimiento opuesto. Se caracteriza por la falta de fe o creencia en la fiabilidad, integridad o habilidades de otra persona o cosa, así como en la propia. Sin embargo, no es un sentimiento del que debamos huir, sino todo lo contrario. Desconfiar es una forma de autoprotección para que no nos hagan daño, para que no nos engañen o para evitar sufrir. “La desconfianza es una emoción secundaria y, como tal, es necesaria para la adaptación vital, para la supervivencia. Es decir, si no tuviéramos desconfianza, podríamos cometer determinadas imprudencias a nivel de la propia supervivencia”, indica la psicóloga Olga Merino, directora de salud mental del grupo Avanta Salud.
La desconfianza puede ser resultado de experiencias pasadas, falta de transparencia o comunicación deficiente. “Impera en base a la experiencia que hemos vivido. Es decir, si ya hemos sido testigos de la manipulación de alguna fotografía a través de herramientas digitales, esta desconfianza emergerá de nuevo e, incluso, nos llevará a buscar una manipulación donde no la hay. Es decir, hay un conocimiento previo de la capacidad de estas herramientas para crear entornos o fotografías irreales sobre el que basamos nuestro juicio sobre lo que nos creemos y lo que no de imágenes que nos lleguen posteriormente”, explica Olga Merino.
A la hora de explicar por qué unas personas pueden ser más desconfiadas que otras hay una base psicológica subyacente que tiene que ver con la autoestima. “Las personas más desconfiadas tienen una autoestima inferior o han vivido experiencias que le han marcado, que le han hecho desconfiar de los demás. Y es que, esto tiene que ver con la percepción que tenemos de nosotros mismos en relación a cómo nos relacionamos con el mundo, las experiencias que hemos tenido y esa autopercepción de nuestras capacidades y habilidades”, argumenta la experta. Y añade: “Esta percepción puede ir modificándose a lo largo de la vida. Son dimensiones en las que podemos ir trabajando para desarrollar habilidades”.
Desconfía de lo que ves
El vertiginoso progreso en la inteligencia artificial contribuye a que aumenten las situaciones que generan incertidumbre sobre la confiabilidad de nuestras percepciones. Como sociedad, comenzamos a preguntarnos si el hecho de ver algo con nuestros propios ojos es un criterio adecuado para diferenciar lo auténtico de lo falso.
Hasta ahora, la vista ha sido el sentido que más ha regido en nuestra percepción. “Cuando nos enfrentamos a una imagen, la primera percepción que tenemos es visual, pero luego tiene que elaborarse a nivel cognitivo. Estos estímulos visuales, hasta ahora, los considerábamos reales. De hecho, hay refranes tradicionales de la sabiduría popular que siempre nos han llevado a considerar real aquello que ves. Sin embargo, la inteligencia artificial y las herramientas digitales de edición de imagen nos han trasladado a un nuevo panorama que hace 20 años era impensable. Las fotos se pueden escuchar e, incluso, tocar. Hay herramientas de inteligencia artificial que trabajan también inputs táctiles de recreación de entornos que nos hacen transportarnos a otro mundo, una realidad que no es real”, apunta Olga Moreno.
A día de hoy, hemos aprendido que la información preponderante es la que recibimos a través de los sentidos, principalmente la vista, pero se acompaña de la experiencia de la razón sobre los mismos. “Hay una integración a nivel del córtex donde se integran todos los sentidos para dar una elaboración y un sentido a lo que vemos. Es decir, tú puedes estar viendo una recreación de un entorno de playa y saber que realmente no estás en una playa, sino que es un entorno irreal, manipulado”, comenta la directora de salud mental del grupo Avanta Salud.
En la incapacidad de diferenciar entre lo real y lo ficticio pueden aparecer problemas como la ansiedad o el miedo. “Cuando esa desconfianza es exagerada nuestro enfoque atencional puede perderse determinados estímulos o determinada información que es importante para nosotros. Es decir, la desconfianza puede impedirnos disfrutar de las relaciones plenamente, tener relaciones saludables, adaptativas…”, advierte la psicóloga. La desconfianza exagerada o deficitaria también puede ser detonante de alteraciones psicológicas. “Una persona con mucho miedo llegaría a tener hasta un ataque de pánico o de fobia a una situación que no fuera para ello. Pero aquella persona que no obtenga esa emoción de miedo, en absoluto, puede llegar a cometer imprudencias temerarias. Este miedo o desconfianza patológica puede alterar nuestro desempeño, nuestra vida y generarnos problemas psicológicos”, reconoce.
Cada vez más sociólogos y psicólogos coinciden en que la confianza terminará convirtiéndose más pronto que tarde en un bien muy preciado y difícil de mantener. Y es que, de manera vertiginosa, la realidad nos hacer cuestionar si lo que observamos sigue siendo criterio suficiente para distinguir entre lo verdadero y lo falso y, ante ello, el futuro de nuestros métodos para descubrir, crear y verificar conocimientos.
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