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Hallan restos de las rocas que fundaron nuestro planeta

Las actuales formaciones son el producto del «reciclaje» de las más antiguas.

Uno de los restos rocosos descubiertos en Nunavik, al norte de Québec (Canadá)
Uno de los restos rocosos descubiertos en Nunavik, al norte de Québec (Canadá)larazon

Las actuales formaciones son el producto del «reciclaje» de las más antiguas.

Las piedras hablan. Y lo último que nos han contado parece ser una historia de miles de millones de años, un cuento que se remonta al mismo instante en el que se estaba formando el suelo que ahora pisamos. Lo más sorprendente es que para seguir su relato no es necesario adentrarse en las profundidades de la Tierra, excavar en remotas zonas del planeta o acudir a tecnologías de exploración en el subsuelo: basta con saber ver, tocar y tal vez oír las rocas que tenemos a mano. O casi.

Según una investigación publicada ayer en la revista «Science», algunas muestras de roca superficial tomadas en Canadá aún retienen en su interior la huella química de cómo era nuestro planeta hace más de 4.000 millones de años. Y esa huella ha permanecido allí encerrada, casi a la vista de todos, esperando a que alguien reparara en su presencia. Quienes lo han hecho han sido los expertos Richard Carlson y Jonathan O´Neil, de la Universidad de Ottawa.

Hay aún muchas cosas sobre el origen de la corteza terrestre que siguen siendo un misterio para la ciencia. Hasta ahora, se ha pensado que la mayor parte del suelo original desapareció con el paso de los milenios. Quizá pudo volver a hundirse en el interior profundo del planeta por culpa de la acción poderosa de las placas tectónicas en movimiento, como se hunde el hielo en la copa cuando agitamos la capa superficial del cubalibre. O quizá simplemente haya ido despareciendo producto de la erosión y de la fusión con material rocoso más joven y reciente.

De manera que hallar muestras remanentes de aquel material fundacional de nuestro mundo es una tarea casi imposible para la ciencia. Por eso, los científicos canadienses han tratado de aproximarse al problema de una manera distinta a la convencional: en lugar de buscar restos de roca, han buscado la huella química de esa roca. En concreto han indagado sobre la presencia de un isótopo del elemento neodimio que, a su vez, es producto del decaimiento radiactivo de otro elemento: el samario.

Un isótopo es una versión de un elemento cualquiera. Tiene los mismos protones que el elemento original, pero varía el número de neutrones. Con el paso del tiempo, un átomo de samario 146, por ejemplo, puede convertirse en un átomo de neodimio 142, con diferente masa.

El samario 146 es importante en esta historia. Este elemento era un isótopo radiactivo presente en el momento en el que se originó la Tierra. Pero su vida media (es decir, el tiempo promedio que tarda en desintegrarse) era muy corta: «sólo» de 103 millones de años. De manera que vivió los primeros albores de nuestro planeta y luego se extinguió. Sabemos de su existencia por las muestras de rocas muy antiguas que han llegado en meteoritos de la Luna o Marte.

Como el samario se convierte en una sola forma de neodimio (el de masa atómica 142), es posible establecer una curiosa correlación. Viendo la cantidad de neodimio 142 comparado con la cantidad de otros neodimio no originados por samario podemos averiguar la antigüedad de una roca. Si yo sé que un texto está manuscrito por una persona que murió hace 1.500 años, sé que el texto tiene, al menos, esa edad.

Carlson y O´Neil han hecho ese ejercicio con rocas de la Bahía de Hudson, en Canadá que están datadas en unos 2.700 millones de años. Y han descubierto que el neodiomio 142 dentro de ellas es muy abundante. Ese isótopo no debería estar presente en rocas tan jóvenes (como si el texto manuscrito por nuestro autor de hace 1.500 años apareciera encuadernado en un libro del siglo pasado).

¿Qué ha ocurrido? Los científicos creen que, en realidad, las rocas modernas fueron el producto del «reciclaje» de rocas más antiguas que se refundieron.

Según esta tesis, la corteza original de la Tierra pudo sobrevivir unos 1.500 millones de años antes de fundirse con rocas más jóvenes. Pero éstas conservan la traza de la roca original. Es como si la historia geológica de nuestro planeta no se hubiera borrado después de todo. Y está esperando que la volvamos a leer, para descubrir quién sabe qué sorpresas.