Cambios climáticos

La loca ciencia que quiere enfriar de golpe el clima

Los geoingenieros quieren usar la tecnología para bajar la temperatura del planeta

La loca ciencia que quiere enfriar de golpe el clima
La loca ciencia que quiere enfriar de golpe el climalarazon

Los geoingenieros quieren usar la tecnología para bajar la temperatura del planeta.

El clima nos asusta. Miramos el termómetro que no deja de superar récords de calor y se nos antoja que el cambio climático es una desgracia sin remedio. Y puede que tengamos razón. Uno de los objetos de debate más vivos, de los temas de investigación más fértil, de los dominios políticos más febriles es el calentamiento global y, más en concreto, el intento de detenerlo.

Que el clima cambie nos parece malo. Nos parece un desastre. Nos parece inaceptable.

Hoy, sin embargo, algunos visionarios de una nueva ciencia conocida como geoingeniería están realmente preocupados precisamente por lo contrario: por que el clima no cambie. Son hombres y mujeres valientes (hay quien dice que inconscientes) que creen que la ciencia y la tecnología están aquí para ayudarnos a modificar el curso natural de las cosas. Si la atmósfera se calienta por efecto de la acción del hombre, ¿por qué no aprovechamos también la acción del hombre para enfriarla? Si la tecnología ha propiciado una inaceptable emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera, ¿por qué no usamos la tecnología para compensar las consecuencias de esa emisión?

La ciencia novísima que se encarga de hacer estos planteamientos se llama geoingeniería, y no puede decirse que tenga muy buena fama. Se basa en la idea de que el ser humano puede usar rudimentos tecnológicos para modificar el ambiente a su criterio. No se trata de aceptar que el progreso pueda tener como efecto secundario la modificación del hábitat en el que vivimos. Se trata de modificarlo a conciencia. Se trata de provocar, por ejemplo, un cambio climático intencionado.

Imaginen: provocar lluvias sobre una zona azotada por la sequía, evitar que llueva en un lugar donde están a punto de desbordarse los ríos, hacer que desciendan un par de grados las sobrecalentadas temperaturas de la atmósfera. ¿Hay algo de malo en desear esto?

Pues, en realidad, la idea (que ya cuenta con un buen puñado de proyectos en marcha) repugna incluso a los más fervientes defensores del progreso científico. Existen muchas razones políticas, científicas y éticas para no embarcarse en esta aventura de jugar a ser dios con el clima. Pero ya hay un buen número de científicos que se han embarcado.

Stephen Salter, geoingeniero de la Universidad de Edimburgo, está liderando uno de los proyectos más sonados en el mundo de la geoingeniería. Su idea es, en apariencia, simple como el mecanismo de un chupete. Se trata de lanzar a la troposfera gránulos de vapor de agua con alta concentración de sal. Unas grandes chimeneas a bordo de buques transatlánticos harían la función de aspersores de estas gotas de agua y sal vaporizadas. Cuando alcancen la troposfera, estos gránulos formarán parte de las nubes. En primer lugar, aumentarán el grado de refracción de los gases atmosféricos, es decir, harán que disminuya la cantidad de radiación solar llegada a la superficie de la Tierra. Además, estas gotas más densas servirán como núcleos de condensación de los gases de las nubes y favorecerán la formación de lluvias.

No es este el único proyecto visionario que pretende enfriar el clima de manera artificial. Un laboratorio de geoingenieros de la Universidad de Harvard pretende lanzar en 2018 desde el desierto de Tucson, Arizona, globos aerostáticos cargados de sustancias químicas. Las aeronaves ascenderán a 20 kilómetros de altura y lanzarán entonces aerosoles con agua helada llena de carbonato cálcico y dióxido de azufre. Esas sustancias dispersarán la radiación solar, como una especie de parasol acoplado a la atmósfera y pretende servir para enfriar el planeta. El proyecto se llama Scopex, y es el primer ensayo real de lo que se llama siembra de nubes, un trabajo de geoingeniería pensado para provocar un enfriamiento global que compense el calentamiento global.

La idea no es precisamente nueva. Paul Crutzen mereció el premio Nobel de Química en 1995 por sus investigaciones sobre la influencia del ozono en el equilibrio de la atmósfera. De hecho, es uno de los científicos que más ha contribuido en la defensa del medio ambiente gracias a su explicación del modo en el que las moléculas de clorofluorocarbono (CFC) inciden en el adelgazamiento de la capa de ozono. Su propuesta científica tiene una premisa clara: Si el ser humano ha sido capaz de cambiar el clima a peor con su actividad industrial, ¿cómo no va a a ser capaz de volver a modificarlo para bien? Crutzen trabaja en mecanismos que inyecten masivamente azufre en la atmósfera para provocar el efecto propio de la erupción de un volcán. Antaño, cada vez que un gran volcán como el Pinatubo o el Krakatoa explotó, se experimentó un repentino enfriamiento del clima.

Es cierto que invocar acciones de este tipo conlleva sus riesgos. Es como liberar de golpe a todos los demiurgos de la ciencia. Hasta ahora el hombre se las ha apañado para modificar el curso natural de las cosas a pequeña escala. Cambiar el orden genético de un embrión para que no padezca una enfermedad, modificar el curso de un río, recuperar de la extinción a una especie animal... Pero ahora, la geoingeniería propone algo más radical: una intervención a escala global, cambiar el clima a posta.

Los defensores de esta idea creen que tarde o temprano la humanidad se verá obligada a abrazarla. Si las temperaturas no dejan de subir y los gobiernos no terminan de ponerse de acuerdo para evitarlo (y esto segundo no parece que vaya a ocurrir jamás) sólo quedan dos alternativas: adaptarnos al un nuevo mundo cada vez más caliente (dejando algunos inadaptados por el camino) o cambiar artificialmente el orden de las cosas.

Globos que insuflan azufre a gran escala, estructuras flotantes de superficie pulida que reflejan los rayos del sol, modificar la órbita de un asteroide para que choque contra la atmósfera y genere una polvareda que sirva de sombra, pintar de blanco todos los tejados del planeta para que devuelvan más radiación caliente a la atmósfera de la que absorben...

Parecen locuras de ciencia ficción, pero son propuestas muy serias que ya están en los despachos de muchas universidades.

La geoingeniería es como jugar ser dios con el clima. Es incierta. Es peligrosa... pero está a la vuelta de la esquina.