Reportaje
El español de 24 años que quiere convertir la Luna en una gasolinera
Mateo Rejón «El astronauta», como le llaman en casa, soñaba con este satélite desde pequeño. Ahora, es el único español en un equipo de científicos que ha extraído agua de la superficie lunar: «Es un paso fundamental para saber si hay vida más allá»
E n su casa, Mateo Rejón es conocido como «el astronauta». Y es que desde pequeño ha soñado con este satélite y los misterios que entraña. Tanto es así que en cuanto llegó la hora de elegir carrera optó por Física para, en un futuro que ya ha llegado para él, convertirse en uno de sus principales exploradores espaciales. A sus 24 años, este joven granadino lleva a su espalda varios proyectos relacionados con la investigación lunar y ahora trabaja en cómo extraer agua de la superficie lunar, lo cual supondría un paso de gigante para la carrera espacial.
La motivación por descubrir los secretos lunares ha cambiado mucho en la última mitad de siglo. Si en los años 60, el paradigma era tratar de que el hombre llegase a la Luna, una vez que se consiguió con la misión Apolo 11 en 1969, el foco cambio. «Después de este hito se perdió el interés por los lanzamientos tripulados a la luna. Principalmente por el elevado coste que suponían. Ahora estamos verdaderamente ante una nueva carrera espacial con la Luna en el centro. Y es que, tanto empresas privadas como diferentes organizaciones están empezando a descubrir su auténtica importancia científica», apunta Rejón.
Es aquí donde se enmarca el proyecto en el que actualmente está involucrado este talentoso joven español: «Si descubrimos de dónde viene el agua lunar podremos entender mejor de dónde proviene el agua de la Tierra. Y si lo logramos, seremos capaces de comprender de dónde viene la vida en la Tierra y si hay vida más allá», asevera. Es más, la Luna es vista en este momento como un paso intermedio hacia lo desconocido. «Se entiende como una tienda o una gasolinera, es decir, un punto por el que pasar antes de ir más lejos para misiones como la de explorar vida humana en Marte». Así, si conseguimos extraer agua lunar, supondría un paso intermedio fundamental para que esas misiones fueran capaces de repostar y seguir su camino», añade.
Pero, ¿cómo ha llegado Mateo a convertirse en uno de los investigadores de este proyecto en el que es el único español? Pues bien, tras graduarse en la Universidad de Granada con un expediente repleto de matrículas de honor, Rejón consiguió una beca de posgrado de la Fundación «la Caixa» con la que pudo realizar un máster en Ingeniería Espacial en la Universidad de Delft, en Países Bajos.
El regolito lunar
Allí formó parte del proyecto como colaborador científico del Centro Europeo de Astronautas de la Agencia Espacial Europea. Según confiesa, haber recibido esta beca fue lo que realmente le abrió las puertas «al espacio»: «Provengo de una familia humilde, no podría haberme costeado ni los estudios ni la estancia allí», reconoce. Durante sus estudios de máster realizó unas prácticas en la Agencia Espacial Europea, el Centro Europeo de astronautas, y comenzó su trabajo con el famoso regolito (el polvo lunar) que le ha llevado donde se encuentra ahora.
«Casi todo mi trabajo se centra en la investigación sobre este material, que es polvo, roca facturada, que se encuentra en la superficie de la Luna. Se trata de uno de los recursos principales para cualquier cosa que queramos hacer en la Luna».
Desde hace poco más de tres meses se sumó al equipo de trabajo del proyecto Luwex, que ha dado forma a un sistema pionero que permitirá extraer agua del suelo lunar. Así que desde Bremen, donde ahora reside, y junto al resto del equipo internacional financiado por la Unión Europea bajo la dirección del Centro Aeroespacial Alemán, han diseñado un proceso integral que no solo extrae agua del regolito helado, sino que también la purifica para suministrar combustible para cohetes y agua potable a los astronautas a bordo de una futura estación en la superficie lunar.
Pero, ¿cómo se extrae el agua? ¿En qué parte de la Luna se halla? ¿Podrá servir también para surtir a la Tierra en una situación de escasez? «El agua es uno de los recursos más versátiles que existen en cuestión de exploración espacial, pues nos permite ir más lejos de las barreras conocidas y ser más sostenibles. Si se consigue, las misiones espaciales ya no dependerán de lanzar más elementos desde la Tierra y esto será fundamental para el ahorro de costes y para reducir el impacto medioambiental», dice el granadino.
"Todo juega en contra"
En cuanto a su ubicación lunar, el agua se encuentra en los cráteres del Polo Norte y el Polo Sur, en particular en los del sur, en las zonas que están permanentemente a la sombra. «Allí las temperaturas varían muchísimo, se puede pasar de las zonas de sombra a -150 grados, a las que reciben la luz solar, donde la temperatura llega a los 300 grados. Si queremos agua hay que acudir a las zonas que están siempre a la sombra».
Ese agua, según describe el investigador, está mezclada con el regolito y ambos conforman una especie de cemento de donde extraer el líquido, lo que es una tarea complejísima: «Es como una capa de permafrost, terreno que ha estado congelado bajo una capa de hielo durante periodos muy largos. Por eso, separarlo es muy complejo, hace falta maquinaria muy específica y muy potente. A esto se suma que las condiciones de trabajar en la Luna son terribles, allí todo juega en contra», reconoce.
Entre los aspectos más adversos que desvela Mateo está el hecho de que en la Luna no existe una «atmósfera sustancial», lo que hace que se necesite diseñar todo tipo de elementos capaces de operar en ese vacío. Además, allí la gravedad es menor que la de la Tierra, lo que dificulta las operaciones mecánicas. Para más inri, en la Luna hay 14 días de sol y 14 de sombra al mes. En el primero de los casos es fácil recoger la energía solar con paneles, pero en los días de noche «es un problemón, porque dependes de otras fuentes alternativas como podría ser la nuclear».
Y aquí no queda la cosa. La presencia del polvo lunar hace que la vida en la superficie lunar sea altamente adversa: «Estas partículas son muy afiladas, erosivas y abrasivas y pueden provocar, entre otros aspectos, problemas de salud en los astronautas».
A pesar de las dificultades, el equipo de investigadores en el que trabaja Mateo ha conseguido simular ese «cemento» en el laboratorio (a través de muestras obtenidas en las misiones Apolo) y confía en que este sea el inicio de una nueva realidad lunar, donde el astro que cada noche nos ilumina sea el punto de repostaje para misiones hacia lo desconocido.
«Eso sí, no pensemos en que esa agua que hemos conseguido extraer de la Luna será para traerla a la Tierra. La finalidad es depender lo menos posible de los recursos terrestres y viceversa para hacer de la carrera espacial algo sostenible», sentencia.
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