Bienestar emocional
Hablar de uno mismo en tercera persona. La técnica definitiva para tomar mejores decisiones
Tomar una decisión sabía no depende tanto de la inteligencia, sino de las herramientas que utilicemos para tomar la decisión
Hasta ahora siempre habíamos pensado que eso de hablar de uno mismo en tercera persona era una costumbre excéntrica… y un tanto pueril. Sin embargo, un nuevo estudio científico de la Universidad de Michigan (Estados Unidos) afirma que -en realidad- es un recurso que puede ayudarnos a tomar mejores decisiones… o al menos más objetivas.
La parcialidad y las emociones, enemigos del buen juicio
El científico que encabeza el estudio, Igor Grossman, lleva varios años estudiando las decisiones humanas. En uno de sus primeros estudios sobre el tema, esta vez para la Universidad de Waterloo (Canadá) Grossman le pidió a varios voluntarios que diesen su solución a varios dilemas sentimentales, mientras que varios psicólogos independientes calificaban sus respuestas en función de aquellos componentes “meta cognitivos” que suelen asociarse con las decisiones inteligentes, es decir, humildad intelectual, reconocimiento de los puntos de vista de terceros, paciencia, etc.
El científico descubrió que estas aptitudes eran mejores que las pruebas de cociente intelectual a la hora de predecir la satisfacción con las decisiones tomadas. Es decir, que tomar una buena decisión no siempre es una cuestión de inteligencia, sino del punto de vista y de las herramientas de razonamiento que utilizamos para decidirnos.
De acuerdo con los resultados de aquel estudio, una de las estrategias que mejores resultados ofrecía a la hora de solucionar un problema, era que quien tomase la decisión final no fuese quien estaba implicado en el dilema… sino una tercera persona que pudiese ver la situación de forma objetiva. Es lo que el científico bautizó como “la paradoja de Salomón”, en referencia al rey descrito en la Biblia, célebre por solucionar con pericia los problemas de sus súbditos, mientras tomaba decisiones personales erráticas que acabaron por sembrar el caos en su reino.
Es decir, que de acuerdo a esta primera aproximación al trabajo de Grossman, ser parte del problema hace que sea más difícil solucionarlo. Con esta idea en mente, Igor Grossman se planteó una pregunta: “Si pensamos en el problema como si afectase a un tercero, en vez de a nosotros, ¿tomaríamos mejores decisiones?”
El ileísmo, una herramienta para recuperar el juicio
Para probar su teoría, Grossman se asoció con el doctor Ethan Kross, del Departamento de Psicología de la Universidad de Michigan (Estados Unidos) y pusieron en marcha un nuevo estudio con el que comprobarían si referirnos a nosotros mismos en tercera persona podría ayudarnos a neutralizar las emociones que podrían desviar nuestro pensamiento, permitiéndonos encontrar la solución más sabia a nuestro problema.
Los científicos le pidieron a los participantes del estudio que escribieran durante un mes en un diario personal, donde describirían sus experiencias, sus dilemas personales, etc. Eso sí, la mitad de los voluntarios deberían escribir en primera persona y a la otra mitad debería hacerlo en tercera persona. Como si de un relato histórico registrado por un observador imparcial se tratase.
No fue una sorpresa para los investigadores descubrir que -efectivamente- aquellas personas que habían sido instruidas para utilizar el ileísmo (vocablo latino que denota la acción de hablar en tercera persona”) reportaron una mayor satisfacción con las decisiones que tomaron, así como con su vida, en general.
En conclusión, hablar en tercera persona cuando nos enfrentamos a un dilema nos permite tomar distancia, quitar peso emocional y -en resumen- ver las cosas con mayor claridad. Esto no significa necesariamente que debamos hacerlo en voz alta. Basta con que expresemos nuestro monólogo interior en estos términos para que logremos mirar nuestros problemas desde la óptica adecuada.
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