
Tribuna
El impacto del vacío existencial en el sistema sanitario
La salud mental y física de la población se ve comprometida por la falta de propósito, lo que tiene un efecto directo en la demanda de asistencia

La sociedad europea contemporánea se encuentra inmersa en una profunda y compleja crisis de sentido. A pesar del progreso material y tecnológico sin precedentes, un sentimiento generalizado de vacío existencial y espiritual parece permear todas las capas sociales, manifestándose en fenómenos preocupantes como el aumento de las tasas de suicidio, la polarización social y una creciente sensación de soledad.
La ausencia de metas o de un propósito trascendente ha desdibujado la importancia de los objetivos a largo plazo. En un mundo que exalta la inmediatez y el éxito individual superficial, la falta de una esperanza colectiva o de ideales sólidos deja a muchos a la deriva. La pérdida de los grandes relatos, religiosos, ideológicos, comunitarios, que antes dotaban de significado al sufrimiento y al esfuerzo diario, ha creado una generación con una brújula moral y vital muy débil.
Esta profunda crisis de sentido y el vacío existencial que nos afecta tienen un impacto directo y cada vez más gravoso en el sistema sanitario. La salud mental y física de la población se ve comprometida por esta falta de propósito, generando una demanda creciente y un cambio en la naturaleza de las patologías que se atienden.
El efecto más inmediato y cuantificable es el aumento exponencial de las patologías relacionadas con la salud mental. La desesperanza, la soledad crónica y la falta de objetivos se traducen en un repunte masivo de diagnósticos de ansiedad y depresión. Estas condiciones no solo requieren terapia y medicación, sino que a menudo conllevan bajas laborales y un largo seguimiento, saturando las consultas de atención primaria y las unidades especializadas de psiquiatría y psicología.
Paradójicamente, en la era de la hiper conectividad digital, la soledad es un problema creciente. Aunque afecta a todos los grupos de edad, es especialmente dolorosa en la población mayor. Muchos ancianos viven vidas discretas y aisladas, sin lazos comunitarios sólidos que los integren. Este aislamiento, a menudo ignorado en el frenesí de la vida moderna, es otra manifestación del colapso de las estructuras sociales que antes garantizaban el cuidado mutuo.
El incremento de las tasas de suicidio y tentativas genera una carga de trabajo crítica para los servicios de Urgencias. Estos casos requieren atención inmediata, hospitalizaciones prolongadas en muchos casos y la movilización de equipos multidisciplinares de intervención en crisis. La búsqueda de alivio para el malestar existencial lleva a un aumento del consumo de alcohol, drogas y otras adicciones digitales. El tratamiento de las adicciones requiere recursos sanitarios muy específicos y a largo plazo. El sistema sanitario se ve forzado a tratar la sintomatología del vacío existencial, a menudo sin poder abordar la causa raíz, que es la falta de sentido vital.
El malestar psicológico que no encuentra una vía de expresión emocional o espiritual, se manifiesta frecuentemente a través del cuerpo, un fenómeno conocido como somatización. Muchos pacientes acuden a las consultas con síntomas físicos persistentes como mialgias, dolores crónicos, fatiga y problemas digestivos, para los que no se encuentra una explicación orgánica concluyente. El diagnóstico diferencial de estos trastornos exige un tiempo médico considerable y, a menudo, pruebas diagnósticas costosas. El estrés crónico derivado del aislamiento y la incertidumbre existencial debilita el sistema inmunológico, contribuyendo al desarrollo o empeoramiento de enfermedades oncológicas, cardiovasculares, trastornos autoinmunes y problemas musculoesqueléticos.
La alta prevalencia de problemas de salud mental y la somatización del malestar generan un progresivo aumento de la presión sobre el sistema sanitario a la vez que genera una espiral de costes. El consumo de ansiolíticos, antidepresivos e hipnóticos se dispara, representando una partida presupuestaria sanitaria significativa. La gran cantidad de consultas por problemas de salud mental o síntomas somáticos no urgentes desvía recursos humanos y económicos de otras áreas de atención prioritaria. Esto provoca un aumento de las listas de espera y una sensación de desbordamiento entre los profesionales sanitarios.
La crisis existencial y sus manifestaciones clínicas son una causa principal de aumento del absentismo y bajas por enfermedad, lo que tiene un impacto socioeconómico directo que, indirectamente, también afecta a la financiación del sistema sanitario.
El sistema sanitario se encuentra en una encrucijada. No puede resolver el vacío espiritual, pero tiene la responsabilidad de abordarlo de manera holística. Se necesita reforzar la formación de los profesionales en un enfoque que no se centre solo en la biología y los fármacos, sino que integre los factores psicológicos y sociales de la enfermedad. Para ello es necesario el refuerzo de la atención primaria y comunitaria. Los servicios de salud pública deben trabajar en colaboración con las estructuras sociales (centros cívicos, asociaciones, grupos de apoyo) para combatir la soledad de las personas mayores y la desorientación juvenil. Los programas de salud deben fomentar activamente el bienestar y la resiliencia, ayudando a las personas a desarrollar recursos internos para enfrentar la incertidumbre vital. La crisis del sentido de la vida no deja de ser una crisis de salud pública que requiere una respuesta social y sanitaria integral para evitar el colapso de los servicios esenciales.
Pero el problema hay que atacarlo en su origen, no solo en los efectos que produce. Hay que ir a la raíz del problema. Para ello es necesaria una profunda reevaluación de los valores que sustentan la vida occidental y la reconstrucción de los valores de referencia que permitan a las personas, de todas las edades, encontrar un propósito y un lugar de pertenencia real. Es necesario favorecer los valores espirituales representados por el cristianismo. Hay que dar esperanza, orgullo de pertenencia, orgullo de su historia, de su pueblo, de su civilización y de sus valores tradicionales, con objetivos y metas para mejorar en cultura, en conocimiento, en progreso económico. Movilizarse como pueblo, como comunidad. Hay que proporcionar ilusión, esperanza, ideales y el valor para alcanzarlos. Para ser los mejores. Si no solucionamos el origen de esta enfermedad, solo nos quedarán recursos paliativos, mientras la enfermedad irá creciendo cada vez más.
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